Notas invisibles

Día 11 - Lo que se escapa por la ventana

Querido diario:

Hay canciones que se escapan sin que uno las suelte.

Hoy creímos que estábamos solos. Gabriel con su guitarra, yo con la letra entre las manos, y ese rincón de la sala de música que ya casi sentimos nuestro.

Cantamos bajito. Para no romper el silencio. Para cuidarlo.

Pero cuando terminamos, una voz nos sobresaltó:

—Bueno... ¿y esa química?

Era Camila. Sí, esa Camila. La que se sienta atrás en lengua y siempre lleva las uñas pintadas de azul noche.

Estaba en la puerta, apoyada como si llevara ahí un rato.

Me puse roja. Gabriel también.

—¿Qué hacés escuchando? —pregunté, medio en broma, medio asustada.

Ella se encogió de hombros.

—Iba a pedir el proyector para el taller de teatro... pero después los oí y... nada, me quedé.

Nos miró con esa sonrisa de quien sabe algo que uno todavía no admite.

—Tienen algo. No sé si es la voz, el ritmo o cómo se miran cuando cantan. Pero pasa algo ahí.

Yo bajé la mirada. Gabriel no dijo nada. Pero tocó dos acordes. Suavecitos. Como si su forma de responder fuera con sonido.

—¿Y la canción? —preguntó ella—. ¿Es de ustedes?

—Es mía —dije. Y enseguida corregí—. Es de nosotros. Pero... para alguien más.

Camila no pidió más explicaciones.

Solo dejó el proyector junto al piano y antes de irse, dijo:

—Cuando la canten en serio... quiero estar en primera fila.

Y se fue. Así. Como si nada. Pero dejó el aire distinto. Como si ahora el mundo supiera un secreto que nosotros apenas estábamos descubriendo.

Camila se fue como si no hubiera soltado una bomba.

La puerta del salón de música quedó apenas entornada. El silencio volvió, pero ya no era el mismo. Nos miramos.

Gabriel bajó la vista primero, como si le costara encontrar qué hacer con las manos.

Yo no dije nada. Tampoco me reí, como tal vez habría hecho antes. Solo... me quedé ahí, sentada a su lado, con el eco de la canción todavía en el pecho.

—¿Te molesta que lo haya oído? —preguntó él, bajito.

Negué con la cabeza.

—No me molesta. Me sorprendió. Es distinto.

Hizo un gesto con los labios, como si quisiera decir algo, pero se le deshiciera antes de salir. Luego murmuró:

—Tiene razón, igual... en algo.

Lo miré, curiosa.

—¿En qué?

Él suspiró, leve. Y con los dedos sobre las cuerdas, sin tocarlas, dijo:

—Que cuando canto con vos... siento que no tengo que inventarme nada.

Me quedé quieta. El corazón me golpeaba más fuerte que cualquier verso.

—Eso también es química, ¿no?

Asentí.

—Pero no la de los libros.

Nos reímos bajito. Casi con vergüenza. Como si compartir una canción fuera más íntimo que tomarse de la mano.

Después no dijimos nada más. Solo volvimos a ensayar la estrofa final. Una vez más. Una más. Como si quisiéramos quedarnos ahí un poco más. A salvo. En lo invisible que, por fin... empezaba a escucharse.



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En el texto hay: cantantes, inspiracion, sueño

Editado: 16.09.2025

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