Querido diario:
Hoy llegué al colegio pensando que iba a ser un día más. Una hoja más en el cuaderno. Una estrofa más entre clase y clase. Pero en la entrada, junto al mural de anuncios, había un cartel colgado con cinta y marcador grueso:
FESTIVAL DE VOCES NUEVAS "La música que aún no se ha escuchado" Inscripciones hasta las 10:00 a. m.
Al principio solo lo miré de reojo. Pero Gabriel se detuvo en seco. Leyó. Sonrió. Y me miró como si ya supiera qué estaba pensando.
—¿Y si...?
—No —le dije antes de que terminara.
Me giré, dispuesta a seguir caminando como si nada. Pero en realidad... sentí que el corazón me había cambiado el ritmo. Porque ese título —"la música que aún no se ha escuchado"— parecía haber salido directamente de mi cuaderno.
Durante la primera clase, traté de concentrarme. En serio lo intenté. Pero cada vez que mi mano se posaba sobre el pupitre, sentía la hoja doblada en mi bolsillo trasero. La canción. Esa canción.
En el recreo, mientras tomaba café en un vaso de cartón con bordes mordidos, la profesora Marlene se me acercó con su paso pausado.
—¿Lo viste? —me preguntó, sin señalar nada.
—¿Qué cosa?
—El cartel. El festival.
Asentí, sin mirarla a los ojos.
Ella se limitó a decir:
—No siempre se trata de ganar... a veces se trata de ser escuchada por primera vez.
Y se fue.
Una hora más tarde, Gabriel ya estaba inscribiéndonos. Yo ni protesté. Solo caminé detrás de él con el estómago revuelto.
A las cuatro de la tarde, estábamos en el backstage del salón de actos, bajo luces cálidas y murmullo de voces nerviosas. Había grupos que ensayaban coros afinados. Dúos vestidos para el espectáculo. Chicas con peinados ensayados y chicos repasando letras sobre las palmas de la mano.
Nosotros estábamos sentados contra la pared. Él con su guitarra cruzada en el pecho. Yo con las piernas encogidas y las manos temblorosas sobre el cuaderno.
Cuando nos llamaron por el micrófono interno, Gabriel se levantó primero. Me ofreció su mano. No para ayudarme a subir. Para recordarme que no estaba sola.
El escenario parecía más grande que cualquier otro lugar que haya pisado.
Las luces cegaban un poco. El micrófono parecía mirarme. La canción... se sentía chiquita dentro de mis bolsillos.
Pero entonces él tocó la primera nota. Y con esa vibración de cuerda, el miedo se abrió como una ventana.
Y cantamos.
🎶 Si alguna vez te escondiste para brillar, yo canto por nosotras... Tu voz se quedó en mí como semilla, y ahora florece en otra garganta. 🎶
Cuando terminamos, hubo silencio. No de incomodidad. De esos que hacen espacio para lo que uno acaba de sentir.
Y luego... aplausos. Largos. Reales.
En la mesa del jurado, tres personas anotaban cosas en sus hojas.
La primera en hablar fue una señora de cabello plateado y trenza que casi tocaba la cintura:
—No sé qué son ustedes —dijo—. No parecen un dúo. Tampoco una banda. No se nota si son pareja o si solo comparten cuadernos. Pero hay algo entre ustedes que... atraviesa.
El segundo, de camisa blanca y gafas colgadas en el cuello, agregó:
—No solo tienen voz. Tienen pulso. Una sincronía rara. Como si uno respirara cuando el otro parpadea.
Y el tercero, el más joven, sonrió antes de hablar:
—No sé si vinieron a competir o a sanar. Pero lo que hicieron... se queda.
Cuando anunciaron a los ganadores, mencionaron menciones especiales, actuaciones destacadas, y luego... hicieron una pausa.
—Y el primer lugar de este Festival de Voces Nuevas es para... Sofía y Gabriel, con "Una voz que aún no se escucha".
No lo creí hasta que sentí la mano de Gabriel apretando la mía. Subimos otra vez. Nos dieron una estatuilla pequeña, de madera pintada. Y una hoja con letras doradas que decía "Primera Voz".
Pero lo mejor vino después.
Una niña —de no más de nueve años— se acercó al final con una hoja dibujada y doblada muchas veces.
—Mi hermana no puede hablar bien —dijo—. Pero me pidió que te diga que tu canción es también suya.
Y ahí sí, querido diario... lloré.
Porque ganamos. Sí. Pero no por el premio.
Ganamos porque lo invisible ya no era silencio. Era canción.