Notas invisibles

Día 16 - Descubrir lo guardado

Querido diario:

Hoy no iba a escribir. Sentía que la canción de anoche lo había dicho todo. Que algunas emociones no necesitan repetirse.

Pero a veces... las palabras regresan, no porque no hayan sido suficientes, sino porque alguien más las encontró.

Estábamos en la biblioteca. Era última hora y la profesora había dado permiso para trabajar en grupos dispersos.

Yo me senté en la esquina de siempre, junto al ventanal. Gabriel no estaba —tenía ensayo con teatro— y por primera vez en días, tenía silencio a mi medida.

Saqué el cuaderno para repasar una tarea. Lo dejé abierto. No el de clase, el otro por accidente.

No me di cuenta de que esa hoja —la de la canción— estaba al descubierto.

Hasta que escuché una voz bajita a mi lado:

—¿Esto lo escribiste vos?

Era Celeste.

Sí, esa Celeste. La que habla poco. La que dibuja pájaros en los márgenes de las pruebas. La que nunca levanta la mano... pero escucha todo.

Me sobresalté. Casi cerré el cuaderno, pero no lo hice.

—Sí —dije.

Ella no lo tocó. Solo lo miró. Como si leerlo fuera algo sagrado.

—Perdón —dijo—. No era por chusma. Pero ese verso... "En mi pecho dormía un puente." Me dejó helada.

Se sentó despacio junto a mí, como si pedir permiso no hiciera falta entre ciertas almas.

—Yo también guardé cosas —susurró—. Pero no sabía que se podían escribir así. No como reclamo. Sino como... puente.

Nos quedamos calladas.

Yo, por primera vez, sin miedo de haber sido leída. Ella, como quien acaba de escuchar algo que no sabía que necesitaba.

—¿Te puedo copiar el verso? —preguntó.

Negué con la cabeza.

—Te lo regalo —le dije—. Pero en voz alta.

Y lo recité, sin papel.

🎵 En mi pecho dormía un puente, y en mi garganta, ganas de llover. 🎵

Celeste sonrió. No mucho. Solo lo justo.

Antes de irse, dejó su cuaderno abierto junto al mío.

Había un dibujo hecho con lápiz suave: Dos chicas, sentadas bajo una lluvia de letras. No tenían rostros, pero tenían cuadernos. Y puentes.

Y entendí que la canción había vuelto a hacer lo suyo.

Sin aplausos. Sin escenario.

Solo con el eco silencioso de alguien que... también estaba esperando cruzarla.

Después que Celeste se fue, el dibujo aún temblaba entre mis manos

...Después que Celeste se fue, el dibujo aún temblaba entre mis manos. No porque el papel latiera. Sino porque algo de mí ahora también estaba ahí.

Quedé sola en la biblioteca por unos minutos más, pero pronto escuché pasos familiares acercarse.

—¿Qué hacías escondida entre libros? —dijo Gabriel, con esa voz suya que no interrumpe, sino se desliza.

Le mostré el cuaderno abierto y la hoja doblada donde había escrito "Lo que guardé". No dijo nada enseguida. Solo lo leyó. Y después, con una ceja medio levantada, murmuró:

—Esta letra no es para escenario. Es para abrigarse por dentro.

Sonreí. Él siempre sabe leer entre líneas. Y entre silencios.

Salimos juntos de la biblioteca. El sol de la tarde nos golpeó de lado, como si el día quisiera extenderse un poco más solo para nosotros.

Caminamos sin prisa por la vereda que rodea la cancha. Los árboles arriba, los pasos acompasados. Y entonces empezó ese juego que aparece entre dos que ya no necesitan disimular su curiosidad.

—¿Querés saber algo raro de mí? —me preguntó.

—Obvio.

—No me gusta el helado de vainilla. Todos creen que sí. Yo solo lo pido cuando no sé qué quiero en serio.

Reí.

—Eso explica muchas cosas —le dije.

—¿Y vos?

Pensé un segundo y respondí:

—Yo... tengo una lista de palabras que me hacen sentir cosas. No por lo que significan, sino por cómo suenan.

—¿Y la más importante?

—"Susurro".

Él la repitió en voz baja. Como si la probara:

—Susurro. Sí... suena como algo que no quiere desaparecer.

Seguimos así. Compartiendo trocitos de nosotros que no estaban en ninguna canción.

Me contó que aprendió a tocar guitarra porque un tío le enseñaba acordes para no hablar del divorcio de sus padres. Le dije que empecé a escribir porque a los diez me costaba respirar en voz alta cuando algo me dolía.

Ninguno se asustó con lo que el otro decía. No hubo prisa. No hubo promesas.

Solo pasos. Y una cercanía distinta. Una que no se apoya en escenarios ni se mide en aplausos.

Antes de despedirnos, le mostré el dibujo de Celeste.

Lo miró con cuidado. Y con una sonrisa que no necesitaba palabras, dijo:

—Nos parecemos más a eso que a cualquier ensayo.

Y tenía razón.

Somos eso: Dos personas bajo una lluvia de letras. Cada uno con su cuaderno. Y con un puente invisible... que ya no necesita explicación.

++++++++++++GRACIAS++++++++++++++++++++++++++



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En el texto hay: cantantes, inspiracion, sueño

Editado: 18.10.2025

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