Notas invisibles

Día 17 - Las cosas que no se dicen... pero se sienten

Querido diario:

Esta mañana el sol entró antes que yo despertara. No con fuerza. Con tacto. Como si supiera que yo necesitaba luz, pero no prisa.

Desayuné en la cocina de siempre, con los ruidos de siempre: el tintinear de la cuchara, el zumbido bajo del refrigerador, la radio encendida en volumen mínimo, como un murmullo. Pero hoy... todo me pareció más nítido. No sé si era el sonido. O yo.

Salí temprano, caminando sin apuro, con el cuaderno en la mochila y un nudo suave en el pecho. De esos que no duelen, pero tampoco se ignoran. Mariposas.

No sé exactamente cuándo empezaron. Tal vez cuando doblé la esquina y lo vi.

Gabriel, sentado en la banca de siempre, esperándome con la guitarra al lado y el flequillo despeinado como si hubiera corrido y no le importara. Ni siquiera dijo "hola" al verme. Solo levantó la ceja y sonrió, como si con eso bastara. Y bastó.

Caminamos juntos al aula como siempre. Pero no como siempre. Las manos cerca. Los pasos sincronizados.

Y entonces, en medio del pasillo, me dijo:

—¿Escuchaste el audio que te mandé anoche?

Yo había tardado en escucharlo, pero sí. Lo había puesto a medianoche, con auriculares, acostada en mi cama con la luz apagada. Un ensayo. Solo su guitarra, sin voz. Pero había algo distinto. Más lento. Más suave. Como si las cuerdas hablaran de alguien en particular.

—Sí —dije, bajito.

—Lo hice pensando en algo que escribiste. Sobre las palabras que no necesitan ser gritadas para doler. O para quedarse.

Quise responder, pero no pude. Porque sentí, de nuevo, ese nudo-mariposa agitándose dentro. Así que solo sonreí. Y seguí caminando a su lado.

Por la tarde, en casa, mamá puso música mientras lavaba los platos. Yo me senté en la mesa con mi tarea, pero no podía concentrarme. No porque fuera difícil. Porque la cabeza me pedía estar en otro lado.

—Hoy te vi más... distraída —dijo ella, sin girarse.

—¿Ah, sí?

—Sí. Como si estuvieras pensando en algo bonito y no quisieras que se note.

Me encogí de hombros.

Ella dejó de lavar un momento, se secó las manos con el paño y se sentó frente a mí con esa calma suya que da miedo de lo precisa que es.

—¿Te gusta alguien?

Me reí, como reflejo. Como defensa. Pero ya era tarde.

—No sé —dije—. Tal vez.

Ella no insistió. Solo me miró con esos ojos de madre que no interrogan, solo acompañan.

—¿Y por qué te gusta?

Nunca me habían hecho esa pregunta así.

No quién, sino por qué. Como si lo importante no fuera el nombre... sino lo que él hace vibrar en mí.

—Porque con él... no tengo que inventarme nada. Y porque me mira como si lo que escribo tuviera sonido.

Mamá asintió. Sonrió. Y dijo:

—Entonces es un buen primer "tal vez".

Después se levantó, volvió al fregadero y tarareó la canción que sonaba en la radio.

Me quedé ahí, en silencio, con el corazón lleno y la tarea sin terminar. Y supe que no hacía falta escribir nada más hoy.

Hoy... bastaba con sentir.



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En el texto hay: cantantes, inspiracion, sueño

Editado: 18.10.2025

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