Querido diario:
Esta mañana el pan sabía distinto. No por la mantequilla ni por la prisa. Era... como si tuviera un gusto antiguo. Como si algo de antes me acompañara sin avisar.
Mamá estaba de espaldas, junto al tostador, con la bata aún puesta y el cabello recogido a la mitad. Me saludó como siempre, pero su voz tenía una suavidad que no venía de recién despertar.
Me sirvió el café. Dejó la taza en mi lugar. Y luego, sin decir nada, puso un sobre justo al lado.
Un sobre amarillo, doblado en las esquinas, con mi nombre escrito en tinta azul.
No pregunté qué era. Lo supe al instante. Algo dentro de mí —el corazón, la memoria, el miedo, no sé— lo reconoció.
—Es de tu papá —dijo ella, sin adornos—. Lo escribió cuando vos apenas tenías siete años. Lo encontré anoche, en una caja donde guardo cosas que me duelen bonito.
La miré. No dijo más. Solo se sentó enfrente, con los ojos en mi taza. No en mí. Como si estuviera presente... pero dándome espacio.
Abrí la carta despacio. El papel olía a guardado. A tiempo detenido.
La letra era grande, temblorosa en algunas partes, pero firme.
*"Sofía querida: Si algún día te interesa la música como me interesó a mí, quiero que sepas algo que no te pude decir en persona: tu voz no tiene que parecerse a la mía. No importa si cantas, si escribís, si silbas mientras esperas el bus. Lo importante es que no la entierres. La voz de uno es eso que tiembla cuando algo importa. Escúchala. Cuídala. Y úsala, no para gritar más fuerte... sino para que no te calles a vos misma.
No dejes que nadie te saque el deseo de sonar como vos.
Con amor de siempre, Papá.
Me quedé en silencio. Mamá no dijo nada. Solo me puso la mano sobre la mía, y con eso bastó.
A la tarde no pude evitarlo: la canción salió sola.
Me encerré en mi cuarto, saqué el cuaderno con márgenes gastados y empecé a escribir algo que no sabía si era poema, carta, oración o melodía.
No tenía estribillo. No tenía compás. Pero tenía verdad.
🎵 No vengo del ruido. Vengo de un susurro heredado, de un nombre que no se dice en voz alta, pero al que le debo la voz. 🎵
La escribí llorando un poco. No de tristeza. De alivio.
Sentí que, por primera vez, no solo era hija de mamá... También era hija de una canción que había empezado antes de que yo supiera leer.
Desde entonces, algo cambió en mí. Lo noté en cosas pequeñas.
En cómo levanté la mano en clase sin pensarlo. En cómo corregí a un profesor que se equivocó en un dato, sin miedo a parecer insolente. En cómo caminé con el pecho un poquito más recto, como si llevara una nota aguda colgando del cuello.
Y esa noche, al guardar el cuaderno, entendí algo:
Mi papá no está. Pero su eco me acompaña. Y yo... recién empiezo a cantar lo que él sembró.