Querido diario:
Hoy fue el ensayo.
No el de la vida. No el de la audición. El ensayo, así con letra torcida y garganta apretada.
Y no hubo público. Ni acto. Ni luces.
Solo nosotros.
Y el profesor Gaitán, que hacía anotaciones sin levantar la vista, como si no quisiera interrumpir ni siquiera con los ojos.
La cita era a las 3:00 p. m. en el aula de música. Yo llegué a las 2:47. Gabriel... a las 3:02.
—Tu reloj está adelantado —dijo él, con la guitarra colgando de un hombro y el pelo como si hubiera corrido desde otro planeta.
—El mío no, el mundo está tarde —respondí.
Reímos. De puro nervio.
El aula estaba en silencio. Gaitán ya estaba ahí, con su cuaderno azul, ese donde anota todo con letra de doctor emocionado. Nos saludó con una sonrisa sin palabras y nos señaló la alfombra del centro del salón.
—Cuando quieran, chicos. Sin prisa. Ensayo libre.
Libre. Qué palabra tan traicionera.
Probamos sonido.
Primero el micrófono (que no funcionó). Después el otro micrófono (que tampoco). Al final, Gabriel optó por cantar sin amplificación. Y yo... bueno, yo opté por sobrevivir.
—¿Lista? —me preguntó.
—No. ¿Y vos?
—Menos.
Pero arrancamos igual.
Primer intento.
Gabriel entró con el acorde equivocado. Yo empecé a cantar demasiado alto. Y cuando llegamos al coro... me dio risa. De esas nerviosas. De las que no se disimulan.
—¡Me salió un gallito! —dije. —¿Un gallito? Te salió un corral entero.
Nos reímos tanto que Gaitán tuvo que toser para no reír también.
Segundo intento.
Ahora sí entramos bien. Hasta que Gabriel se olvidó la segunda línea y la reemplazó con:
—"Y después... vinieron las emociones..."
—¡Eso no va ahí! —dije yo, entre risas. —Improvisación artística —dijo él, haciendo una reverencia con la guitarra.
Tercer intento.
Nos miramos antes de comenzar. No como dúo. Como cómplices.
Y fue distinto.
Cantamos con ese temblor exacto que no suena a error. Suena a verdad. Las estrofas fluyeron. El puente se armó solo. Y el final... nos encontró mirándonos.
Cuando terminamos, hubo silencio.
Gaitán cerró el cuaderno. Se quedó así, un rato, con las manos encima.
Y luego dijo:
—Eso fue... Se detuvo. Buscó palabras como si revolviera un cajón lleno de sensaciones.
—Eso fue como verlos... llegar a casa.
Nos sentamos en el piso.
Gabriel estiró las piernas. Yo recosté la cabeza en la pared.
—¿Eso fue bien o fue "vamos a necesitar repetirlo quince veces más"? —le pregunté al profe.
—Fue... como debe sonar una canción que no se escribió para gustar, sino para quedarse.
Me quedé pensando en eso.
—¿Y si en el acto nos sale mal?
—Entonces será honesto. Y eso ya es más que suficiente.
Salimos del aula casi a las cinco.
El sol hacía sombras largas en el patio. Todo estaba en pausa. Menos nosotros.
Gabriel me miró. Yo a él.
Y sin necesidad de decirlo, supimos lo mismo:
El ensayo no fue para ensayar.
Fue para recordarnos por qué valía la pena cantar esto.