Querido diario:
Los sábados tienen un ritmo distinto. Como si el mundo se olvidara por un rato de correr.
Pero este sábado... el silencio no fue pausa. Fue raro.
Y Gabriel... también.
Habíamos quedado en vernos a media tarde.
La idea era hablar sobre la reunión con la discográfica, revisar el correo que nos mandaron con los horarios y condiciones, y, sobre todo, volver a cantar un poco. Después de todo lo que pasó con sus papás... no nos habíamos visto más.
Solo algunos mensajes cortos.
> "Todo bien." > "Después te cuento." > "Nos vemos el finde."
Y hoy, el finde era real.
Lo esperé en el café de siempre. "El Susurro".
La dueña —esa mujer que nos alentó con palabras cálidas y tazas calientes— nos reservó una mesita junto a la ventana, con dos sillas enfrentadas y una notita que decía:
> "Si tiembla el corazón, que no falte el azúcar." ☕
Llevaba mi cuaderno, la hoja impresa con el correo de la agencia, y un lápiz. También una carta que escribí para él. Por si no me salían las palabras.
Gabriel llegó cinco minutos tarde.
Y algo estaba apagado.
Llevaba una chaqueta oscura, gorro bajo y cara de no haber dormido del todo.
Me abrazó... pero no como siempre. Más como quien cumple un gesto que como quien lo necesita.
Nos sentamos.
—Hola —dije.
—Hola, Sofí.
—¿Todo bien?
—Sí, todo bien.
Mentira. Todo mal. O todo distinto, que a veces es peor.
Pedimos dos cafés. Él no los miró. Yo los revolví demasiado.
—¿Estás enojado conmigo? —pregunté directo.
—No. Para nada.
—¿Entonces?
Silencio.
Después de un largo suspiro, lo soltó.
—Anoche mis papás me dijeron que, si voy a esa reunión, se acabó.
—¿Qué se acabó?
—Todo. Su apoyo. El auto. La mensualidad para lo de diseño gráfico. Los planes de viaje a fin de año.
Me quedé callada.
No porque no supiera qué decir. Sino porque sabía que nada de lo que dijera iba a sonar suficiente ante eso.
—Y me dijeron algo más —agregó—. Que vos estás "tirando de mí hacia abajo".
Sentí una presión en el pecho. No de rabia. De tristeza.
—¿Ellos de verdad creen eso?
—No les importa la música, Sofí. No les importa si es bueno o malo. Solo que no encaja. Y en su mundo... lo que no encaja, se descarta.
Bajó la vista.
Yo estiré la mano y le toqué la muñeca.
—Yo no te estoy pidiendo que vayas en contra de ellos —dije—. Solo que no vayas en contra de vos.
Gabriel cerró los ojos. Un segundo.
—Yo quiero ir. Quiero cantar. Seguir esta historia.
—Entonces...
—Pero no sé si puedo con el ruido que eso va a generar en mi casa.
Lo entendí. Demasiado bien.
Pero aun así...
—Yo estoy con vos, Gabo. Incluso si decidís que no. Solo no me cierres la puerta si todavía necesitas que alguien te escuche.
Me miró.
Con esos ojos suyos que a veces parecen vitral: hermosos, pero opacos desde ciertos ángulos.
—¿Podemos no decidir hoy?
—Sí.
—¿Podemos solo... estar?
—Sí.
Nos quedamos así un rato. Sin hacer planes. Sin responder correos.
Solo dejando que el mundo siga girando, aunque el nuestro estuviera quieto.
El café se enfrió. La vela en la mesa parpadeó. Y mi carta... se quedó sin abrir.
Porque a veces, lo importante no se dice todavía. Se respira.