Notas invisibles

Día 32 - el plato caliente, la voz temblorosa y la decisión

Querido diario:

Hoy es domingo.

Pero en realidad, todo empezó anoche.

Después de la charla extraña en la cafetería, después de su mirada baja y mis palabras suaves, volví a casa con un nudo. De esos que no se deshacen con té.

Y le conté a mamá.

Todo.

No como una queja. Como quien le da a otro el eco para que le diga si está roto o aún tiene música.

Ella no me interrumpió. Solo me dejó hablar. Hasta que solté lo más duro:

—Los padres de Gabriel piensan que yo lo estoy alejando de su camino. Dicen que soy una mala influencia.

Mamá apretó los labios. No por rabia. Por contención.

Después de un silencio largo, dijo:

—¿Y sabés qué pienso yo?

—¿Qué?

—Que tu canción es la mejor influencia que él tuvo en años. Y si sus papás no lo pueden ver... capaz necesitan que alguien se los diga con un plato caliente y una conversación decente.

Levanté la vista.

—¿Estás sugiriendo...?

—Que lo invites a cenar mañana. A casa. Que venga. Que hablemos. Que no lo dejemos solo cuando más necesita saber que alguien cree en él.

Y así fue.

Hoy, domingo, Gabriel vino a cenar.

Puntual. Con una bolsa de pan recién horneado y una mirada que decía "no estoy seguro de merecer esto, pero gracias igual".

Mamá lo recibió con un abrazo tibio.

El living olía a sopa. A hogar. A refugio.

La mesa ya estaba lista. Sopa de verduras, arroz con pollo, y pan con mantequilla tibia.

Pero más importante: había lugar para él.

Durante los primeros quince minutos se habló de cosas suaves. Del clima. De una telenovela que mamá sigue y yo no.

Gabriel sonreía, pero apenas. Respondía con monosílabos y agradecía todo como si fuera más de lo que merecía.

Hasta que mamá puso las cartas sobre la mesa. Literalmente.

Apoyó la cuchara, lo miró a los ojos, y le habló como si no fuera solo un amigo de su hija. Sino un hijo que también necesitaba un espacio seguro.

—Escúchame bien, Gabriel. Lo que te voy a decir no es para tomar decisiones por vos. Es para recordarte que, aunque tus padres no estén listos para acompañarte... eso no te deja solo.

Él tragó saliva.

—Lo que estás intentando es difícil, sí. Incierto, también. Pero eso no lo hace menos válido. Y si te piden que elijas entre lo que sos y lo que esperan de vos... entonces tenés derecho a armar tu propio espacio.

—Yo no quiero vivir en conflicto con ellos —dijo él, con voz bajita.

—Y nadie quiere —respondió mamá—. Pero a veces el conflicto no se elige. A veces solo llega... y uno tiene que decidir si lo cruza solo, o con compañía.

Y ahí vino lo inesperado.

—Esta casa está abierta para vos —dijo ella—. No como promesa. Como opción. Si necesitás tiempo, espacio, una mesa donde sentarte sin sentir culpa... esta es tu casa. Y si querés hablar, llorar o simplemente sentarte en silencio... acá no hace falta permiso.

Gabriel se quedó en silencio.

Lo vi morderse el labio. Después apretó los ojos.

Y dijo:

—Nadie me había ofrecido eso. Nunca. Ni siquiera en las palabras más caras.

Mamá no dijo "te entiendo".

Solo le sirvió más sopa.

Y eso... valió más.

Al final de la cena, cuando ella fue a lavar los platos, él me miró.

Y lo supe.

Antes de que hablara. Antes de que buscara las palabras.

—Voy a ir —dijo.

—¿A la reunión?

—Sí. No tengo todas las respuestas. Pero tengo algo más fuerte que las dudas.

—¿Qué?

—Esta canción... Y vos.



#6674 en Novela romántica
#2903 en Otros
#277 en Aventura

En el texto hay: cantantes, inspiracion, sueño

Editado: 18.10.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.