Querido diario:
Hoy fue la reunión.
La primera. La real. La que tiene ascensores que suenan como si estuvieras entrando a una nave espacial y recepcionistas que te miran como si supieran cuántas veces te tembló la mano al escribir tu canción.
Hoy fuimos a Sonaluz Producciones.
(Sí. Así se llama. Aunque yo sigo creyendo que suena más a shampoo con glitter que a sello discográfico... pero bueno, el arte viene en envases raros.)
La empresa está en un edificio alto, en el centro. De esos que tienen entradas de vidrio gigante, puertas que se abren solas y paredes tan blancas que reflejan tus nervios.
Llegamos diez minutos antes. Yo con una carpeta con copias impresas de las letras. Gabriel con su guitarra. Y su ansiedad colgándole del hombro junto con la funda.
Vestía jeans oscuros, camisa celeste que no había planchado del todo, y unas zapatillas blancas que tenían más historia que limpieza. Yo llevaba mi blusa favorita (la de las mangas con vuelo que siempre se me enreda en los picaportes), pantalón negro y una pulsera que me regaló mamá con un dije en forma de nota musical.
Nos miramos antes de entrar al ascensor.
—¿Tenes miedo? —le pregunté.
—Tengo tanto miedo que, si toco un acorde ahora mismo, seguro sale un "mi susto menor".
Reí. Yo también estaba igual.
El piso 3 tenía aroma a menta con café viejo. Una mezcla rara que decía "esto es serio, pero no olvidamos que seguimos siendo humanos".
Nos recibió Tania, la coordinadora artística.
Treinta y algo, blazer amarillo mostaza, aro en la nariz, uñas pintadas como teclas de piano. Hablaba rápido, caminaba más rápido aún, y parecía tener energía suficiente para iluminar la ciudad en caso de corte eléctrico.
—¡Ustedes deben ser "Los del temblor"! —dijo. —Tenemos nombres también —respondí, riendo.
—Lo sé, Sofía. Y vos sos Gabriel. —¿Cómo supiste?
—Mi trabajo es saber cosas antes de que pasen. Y tengo olfato para talento... o eso dice mi abuela.
Nos llevó por un pasillo lleno de afiches de artistas. Algunos famosos. Otros con peinados de dudoso gusto.
Entramos a una oficina amplia, con dos sillones bajos, una pizarra blanca llena de ideas ilegibles y un perchero que sostenía una chaqueta con flecos que parecía tener más vida social que yo.
Nos ofrecieron agua, café, y un té que prometía "abrir el chakra creativo". Gabriel lo miró como si fuera una poción sospechosa. Eligió café.
Apareció entonces Mateo, el productor ejecutivo.
Cuarenta y pico, voz grave, lentes redondos. Llevaba una libreta de cuero y cara de quien ha escuchado mil canciones... pero aún se emociona con una buena.
Se sentó frente a nosotros. Hizo una pausa teatral. Nos miró como si midiera el ritmo de nuestras respiraciones.
—Bueno —dijo—. Vamos a lo importante.
Sofí y Gabo: Nos interesa trabajar con ustedes. Y lo queremos hacer pronto.
Silencio.
Mi corazón hizo un solo de batería dentro del pecho.
—¿Ya? —preguntó Gabriel, como si no creyera.
—Ya. No para sacarles un disco mañana —aclaró—, pero sí para empezar el proceso. Queremos grabar un EP. Cinco canciones. Y queremos acompañarlos a componerlas, producirlas, grabarlas y lanzar al menos dos a plataformas en los próximos tres meses.
Yo tragué saliva.
—¿Y cómo funcionaría eso?
Tania entró ahí con su libreta que parecía tener tres vidas.
—Primero, firmaríamos un contrato simple de colaboración inicial. Nada que los comprometa de por vida. Y segundo, nos gustaría que ustedes definan algo importante:
¿Van a trabajar como solistas... o como dúo?
El aire se volvió espeso. Los sillones se sintieron más bajos.
—¿No es lo mismo? —pregunté.
—No necesariamente —dijo Mateo—. Hay canciones que pueden funcionar si cada uno explora su voz, su estilo. Pero lo que vimos en el acto... fue una energía combinada. Y eso no se compra ni se fabrica.
Nos miramos con Gabriel. Silencio.
—¿Tienen que decidir ahora? —preguntó él.
—No —respondió Tania—. Pero nos encantaría saber qué sienten.
Gabriel se giró hacia mí. Y me dijo con esa sonrisa media torpe:
—¿Querés ser mi mitad legal y melódica?
Me reí tan fuerte que se me volcó un poco el té del chakra.
—Solo si no me haces cantar cumbias metaleras —respondí.
—Entonces somos dúo.
Mateo cerró su libreta.
—Perfecto. Dúo entonces. Pero necesito nombre artístico. Nada de "Sofí y Gabo" tipo dúo romántico de sobremesa.
—¿Podemos pensarlo?
—Sí. Pero no se vayan por cosas como "Sinergía Cósmica". El último chico que propuso eso ahora trabaja vendiendo cafés en esta misma oficina.
Tania levantó una ceja.
—Y lo hace muy bien, por cierto.
Salimos de ahí una hora después. Con folletos, emoción, un contrato para leer con mamá, y una fecha para la primera sesión creativa: el martes siguiente.
Caminamos en silencio dos cuadras. Después, Gabriel estalló:
—¿Esto está pasando?
—No sé. Tal vez estamos dormidos en una sala de espera del dentista.
—Bueno, si esto es un sueño... que no venga el taladro.
Nos reímos. Y entonces lo supe.
Este capítulo ya no es nuestro. Es de lo que viene.
De lo que vamos a escribir, cantar, olvidar y volver a empezar.
Porque a partir de ahora, somos eso:
Una canción nueva.
Y está por nacer.