Querido diario:
Hoy es martes. Pero no un martes cualquiera.
Hoy comienza oficialmente algo que hasta hace unas semanas solo era un cuaderno con tachones y temblores compartidos.
Hoy vamos al estudio. Con nombre. Con historia. Con canciones que ya no son ideas... sino planes.
Aunque, claro, nadie en la discográfica lo sabe todavía.
La mañana empezó en la escuela como cualquier otra: mochilas colgando, olor a marcador de pizarra, y profes con cara de "¿quién me borró el horario de evaluaciones?"
Pero a media mañana, la directora interrumpió todo con voz de megáfono solemne:
—"Estimado alumnado: les informamos que el receso invernal comienza la próxima semana. Las clases se reanudan luego de quince días. Aprovechen para descansar y ponerse al día con tareas y trabajos pendientes..."
Eso último lo dijo con el tono de quien sabe perfectamente que nadie lo va a hacer.
Los de último año aplaudieron. En mi curso hubo suspiros, murmullos, alguien gritó "¡gracias universo!" desde el fondo. Y yo... pensé en el estudio.
Vacaciones de invierno. O sea: tiempo para crear. Tiempo para grabar. Tiempo para ver qué pasa cuando alguien cree en lo que hacés, con micrófono profesional.
Gabriel me encontró en el pasillo junto a los casilleros.
—¿Tenés la hoja con las letras impresas? —Sí. —¿Trajiste algo para comer después? —No. —Perfecto. Vamos con hambre y emoción. El orden correcto.
Ambos sabíamos que la tarde iba a ser distinta.
Antes de salir del colegio, le conté lo que pasó anoche en casa.
—¿Y tu mamá qué dijo del contrato? —preguntó él, mientras bajábamos las escaleras.
—Le encantó. Dice que hay cosas que no se firman con lapicera, sino con convicción... y que a esta altura, ya nos ve firmes.
—¿Y vamos a firmar?
—Sí. Pero aún no se lo dijimos oficialmente a la discográfica.
Gabriel sonrió.
—¿Y lo del nombre?
—Tampoco. "A Dos Voces" aún es un secreto... pero uno que suena fuerte.
A las tres en punto llegamos al estudio de Sonaluz.
Nos abrió Martu, la técnica de sonido con chonguitos lila. Esta vez llevaba una camiseta que decía "Ecualiza tus dramas".
—¡Bienvenides! Hoy la cosa va en serio. Hoy grabamos oficialmente —anunció mientras nos guiaba a través del pasillo.
—¿Y qué cambia respecto a la prueba? —preguntó Gabriel.
—Hoy ya no es "a ver qué sale". Hoy se graba pensando en cómo va a sonar para el mundo.
La sala olía a café, madera y electricidad que empieza a vibrar.
Allí nos esperaba Tania, la productora, con su blazer de leopardo y un termo de mate con stickers que decían "autotune emocional".
Y junto a ella, el nuevo integrante del equipo: Tomás, el productor musical.
Veintitantos, gafas redondas, camisa de cuadros remangada, y un cuaderno lleno de rayas, palabras clave, y lo que parecía un dibujo de una zanahoria llorando. (No preguntamos.)
—¿Ustedes son A Dos Voces? —preguntó apenas nos vio.
Nos quedamos quietos.
Tania giró en seco, con las cejas en modo pregunta.
—¿Cómo dijiste?
Tomás se rio.
—Perdón, es que vi ese nombre en una hoja que olvidaron en la sala B. ¿No son ustedes?
Nos miramos con Gabriel. Y soltamos una carcajada al unísono.
—Bueno... ya no es secreto. —Sí —dije—. Somos A Dos Voces. —Y sí. Vamos a firmar.
Tania aplaudió una vez, con fuerza.
—¡Por fin! Pensé que iba a tener que hacer un TikTok para convencerlos.
Grabamos durante tres horas.
Primero la pista base. Después los arreglos. Después las voces por separado.
Hubo desacuerdos adorables:
—¿Y si el puente lo cantas vos sola, Sofía? —sugirió Tomás.
—¿Y si mejor lo hablamos después de la galletita? —propuso Gabriel.
—¿Y si dejo de existir hasta que alguien elija una armonía? —suspiró Martu desde la consola.
Pero lo más hermoso fue cuando, en medio de las risas, del cansancio, de los "subíle dos dB" y de las pruebas improvisadas... surgió una frase.
Tomás se levantó de su silla, apuntó al cuaderno y dijo:
—Ahí. Esa línea. No sé quién la escribió, pero es el ancla.
Era mía. Una frase medio escondida entre ideas:
> "Cantamos para encontrar lo que aún no sabíamos que habíamos perdido."
Se hizo silencio.
Tania bajó la cabeza. Martu dijo "wow" muy bajito.
Y entonces Gabriel murmuró:
—Esa es la frase que cierra el EP.
Salimos del estudio cuando ya había caído el sol. La ciudad parecía otra.
Y nosotros también.
A partir de ahora, ya no somos "los chicos del acto".
Ahora somos A Dos Voces. Y estamos sonando.
Aunque todavía nadie nos escuche del todo... nosotros ya nos sentimos música.