Notas invisibles

Día 42 - Ensayo con eco de sorpresa (y una mirada que cambia algo)

Querido diario:

Hoy casi me olvido de respirar. Y no fue por correr la coreografía (aunque, spoiler: lo hicimos ocho veces seguidas). Fue porque algo —alguien— entró por esa puerta y dejó la sala en pausa.

Pero empecemos por el principio... que ya temblaba desde temprano.

9:20 a. m. Mensaje de Gabriel:

> "Me duele el alma. Literalmente, me duele justo donde va la autoestima en días de ensayo."

Mi respuesta:

> "Perfecto. Entonces a sudar con glamour."

Desayuné tostadas con queso y mariposas estomacales. Tenía ese tipo de presentimiento... no de desastre, no. De esos días que se sienten como preludio de algo grande, aunque no sabés bien por qué.

Llegamos al estudio. Valentín ya estaba haciendo estiramiento sobre una colchoneta celeste. Clara repasaba la coreografía con una taza de café en la mano y aire de directora de escena que también sabe corregir con un guiño.

—¿Listos para repetir la intro hasta que los tobillos digan basta? —dijo, sin anestesia.

—Los tobillos ya dijeron basta ayer. Hoy vinieron bajo protesta —respondió Gabriel.

—¡Perfecto! Entonces que se expresen con energía rebelde.

Comenzamos.

Primera vuelta: sincronía decente. Segunda vuelta: Sofía giró mal, se rió, cayó, se volvió a levantar y lo hizo perfecto. Tercera vuelta: Gabriel se olvidó una entrada y pidió perdón con una reverencia de Shakespeare en modo hip hop.

Todo iba normal. Casi cotidiano.

Hasta que...

A las 10:47, la puerta se abrió. Y allí estaba.

Ella.

Blusa blanca, sonrisa tímida, ojos oscuros como canciones a medio escribir.

La directora de nuestra escuela.

Doña Lucrecia.

SÍ. ESA Doña Lucrecia. La que usa moño cada día. La de las frases lapidarias y las circulares con el logo subrayado. La que dijo "el arte escolar debe ser compromiso, no capricho".

Y ahora... estaba parada frente a nosotros. En una sala con espejos. Mientras sudábamos el estribillo como si fuéramos parte de una obra sobre adolescentes desesperados por no caerse mientras saltan bonito.

Silencio.

—¿Interrumpo? —dijo ella.

Clara, que ni parpadeó, respondió con serenidad zen:

—Solo si viene a bailar, directora.

Gabriel soltó un susurro al costado:

—Decime que estoy soñando en modo musical. Por favor.

Yo estaba petrificada. Literalmente. Como una vocal atrapada en medio de un verso.

Lucrecia entró. Observó. No dijo nada por un minuto.

Después se giró a Clara y le dijo:

—¿Ellos van a salir así en el videoclip?

—Así, no. Mucho mejor. Esto es ensayo. Lo real viene después del error.

—Ya. Interesante... —dijo ella, y caminó como quien inspecciona una muestra de arte contemporáneo.

Nos miró.

—Gabriel. Sofía. Recibí un mensaje de alguien del equipo de producción. Quería saber si ustedes eran "esos chicos que sorprendieron hasta al camarógrafo".

Tragué saliva.

—¿Y qué dijo usted? —pregunté.

—Que no sabía qué tanto los habían sorprendido a ustedes mismos.

Silencio otra vez.

Y entonces... sonrió.

¿Doña Lucrecia?

¿Sonriendo?

Se giró hacia Clara:

—¿Puedo quedarme a mirar? No juzgar. Solo... observar.

Clara asintió.

Gabriel me miró. Yo lo miré. Nos dijimos todo sin decir nada.

Volvimos a ensayar.

Y todo... cambió.

No por miedo. No por presión. Por magia rara.

Como si supiéramos que, por primera vez, alguien del "mundo real" estaba viendo lo que ya no era solo ensayo. Ya era verdad.

Cada paso. Cada cruce. Cada mirada.

Yo sentí que mis pies sabían exactamente qué hacer. Gabriel no dudó ni una vez. Y al final, en ese paso donde giramos y cantamos frente a frente, su voz salió tan limpia que Martu (desde la consola) dijo "¡eso fue lágrima bailando bachata!"

Lucrecia aplaudió. Solo una vez. Pero fuerte.

—No esperaba eso —dijo, sin ironía—. Hay algo ahí. Algo auténtico. No sé si es el ritmo o lo que se dicen con el cuerpo... pero eso... funciona.

Y antes de irse, se acercó. Nos miró a los dos.

—Cuando vuelvan al colegio, quiero que vayan a hablar con los de primer año. Que les cuenten esto. Que sepan que soñar también se entrena.

Y se fue.

Así. Como llegó.

Gabriel se quedó quieto.

—¿Pasó de verdad?

—Pasó —dije—. Y creo que me dieron ganas de volver al colegio por primera vez en la vida.

Valentín gritó:

—¡Y ESTA FUE NUESTRA PRIMERA FUNCIÓN! ¡¡¡CON PÚBLICO Y TODO!!! ¿DÓNDE ESTÁN LOS RAMOS DE FLORES? ¿QUIÉN TRAJO LA ALFOMBRA ROJA?

Clara rió.

—Mañana, chicos. Por hoy... repitan la última secuencia. Pero ahora, háganla con la energía que viene cuando sabés que alguien de afuera lo vio... y aún así creés más en vos.

Querido diario:

Hoy no grabamos. No firmamos nada. No cambiamos el mundo.

Pero alguien que nunca había estado en una sala como esta... nos miró sin filtros. Y creyó.

Y eso...

eso nos cambia a nosotros.



#5848 en Novela romántica
#2355 en Otros
#187 en Aventura

En el texto hay: cantantes, inspiracion, sueño

Editado: 16.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.