Querido diario:
Cuando pensás que ya tenés idea de lo que estás haciendo... aparece el equipo de producción con una canción que suena como si te pidiera permiso para ser una estrella.
Y vos ahí, con la garganta en la mano y la autoestima revolcándose en los graves.
Hoy fuimos al estudio para grabar el cuarto tema del EP.
Pero no era una balada. Ni una historia triste. Ni siquiera una canción de amor.
Era potencia. Actitud. Una especie de "yo valgo, aunque dudes"... con beat.
Y eso... nos descolocó.
Cuando llegamos, Tomás ya nos esperaba con sus auriculares puestos y esa sonrisita de "les tengo una bomba y estoy esperando a ver cómo explota".
—¿Listos para probar algo nuevo? —dijo.
—¿Qué tan nuevo? —preguntó Gabriel, bajándose la mochila como quien se quita expectativas por si acaso.
—Vamos con una pista al estilo de sus amigas de BabyMonster. Algo con power, punch y... cara de 'me importa cero si no te gustó'.
Martu entró en escena como quien lanza chispa al fuego:
—Preparen sus cejas. Van a necesitar miradas que matan.
Yo reí. Gabriel se atragantó con su botella de agua.
—¿Y esto es... para nosotros?
—Es ustedes. Solo que aún no lo sabían —dijo Tania, desde el fondo, con blazer rojo fuego y café en mano.
Tomás puso la pista.
Boom. Bass. Golpes de beat. Una melodía rasgada. Y de repente, entró una demo instrumental con espacio para raps, para quejas cantadas, para versos que suenan a "yo también sé gritar bonito".
Mi cara fue una mezcla de "quiero bailar" y "ay Dios mío, me están pidiendo que me convierta en versión salvaje de mí misma".
—No sé si puedo hacer esto —le dije a Gabriel, entre susurro y confesión.
—Yo estoy fingiendo que sí —respondió—, pero mi autoestima está googleando "cómo sonar imponente cuando uno tiene alma de koala literario".
Nos reímos. Pero había algo ahí. Una tensión real. Del tipo que pesa más que los pasos de coreografía.
Ensayamos un par de líneas. Tomás nos escuchó en silencio.
—Mmm... Sofía: esa frase, "decime qué te molesta de verme brillar", tiene que sonar como si lo supieras. Como si no fuera pregunta. Como si supieras que sí molesta.
—¿Y si me da miedo sonar arrogante?
—Entonces decilo con el miedo... pero mantené la mirada alta. A veces lo que conmueve no es la seguridad, sino la decisión de seguir hablando aunque tiemble la voz.
Silencio.
Grabé.
Una vez. Dos veces. Cinco.
A la sexta, Martu desde la consola dijo:
—Ahí. Esa tiene vértigo. Esa queda.
Después vino Gabriel.
Y ahí apareció... la ansiedad.
—Tu parte es más hablada. Medio rap. Con ironía. Pero también con honestidad —le dijo Tomás.
Gabriel asintió.
Probó.
Pero no funcionaba.
Demasiado plano. Demasiado... él intentando sonar como alguien más.
—No soy este tipo de persona —dijo de golpe.
—Pero sos este tipo de artista —respondió Tania.
—¿Cuál es la diferencia?
—Que vos podés decir lo mismo a tu manera. No tenés que imitar una pose. Solo tenés que creer que lo que estás diciendo... tiene valor aunque lo digas con voz tranquila.
Tomó aire. Se puso de pie. Se quitó la campera.
—Ok. Esta vez lo hago siendo yo. Pero con volumen emocional en alta.
Y lo hizo.
Cantó esa parte como quien no pide permiso. Como quien no grita, pero tampoco se calla. Como si cada palabra tuviera ganas de ser escuchada por quien nunca lo miró de frente.
Cuando terminó, nadie habló por diez segundos.
Después, Tania sonrió.
—Esto. Esto es lo que hace que el pop tenga alma.
Grabamos toda la tarde. Con miedo. Con dudas. Con frases nuevas que sonaban como mini venganzas dulces contra todo lo que alguna vez nos hizo sentir pequeños.
Había líneas como:
> "Río fuerte porque el silencio ya no me alcanza."
> "No cambié. Me mostré."
> "No necesito tu permiso. Solo que afines tu mirada."
Y cuando escuchamos la toma final...
yo me emocioné.
No por cómo sonábamos.
Sino por lo que nos estábamos permitiendo decir.
Después, comimos algo en la sala de descanso.
Gabriel tomó su jugo, me miró, y dijo:
—Si me lo contás hace dos meses, te juro que no me lo creo.
—¿Lo de estar grabando una canción con beat asesino y letras afiladas?
—Lo de estar descubriendo que yo también puedo decir cosas fuertes sin tener que gritar.
—Bienvenido al club, compañero de batallas suaves.
Querido diario:
Hoy grabamos algo diferente. No más dulce. No menos verdadero. Solo distinto.
Hoy dijimos lo que no habíamos dicho aún: Que también sabemos bailar con las palabras cuando vienen cargadas de yo también valgo.
Y eso, aunque dé miedo... suena bien alto.