Querido diario:
¿Quién diría que enfrentarse al vestuario para un videoclip podía ser más estresante que grabar la parte donde hay que girar, saltar y mirar a cámara con "mirada soñadora pero firme"?
Hoy nos citaron en la sede de Sonaluz para pruebas de vestuario. Nada de grabaciones, coreografía ni vocales. Solo telas, telas, telas... y el pánico silencioso de ver qué te queda bien y qué te queda como un disfraz en crisis de identidad.
Llegamos a las 10:12. Gabriel llevaba una remera negra con letras plateadas que decían: "No estoy listo, pero vine igual". Muy apropiado.
Nos recibió Cami, la estilista. Veintimuchos, energía café con doble shot, una cinta métrica colgada como bufanda y una lista de referencias visuales en una tablet llena de fotos, moodboards, emojis y gifs de idols bailando entre luces rosas.
—¡Bienvenidos a su versión de videoclip! —dijo, con sonrisa de pasarela emocional—. Hoy vamos a buscar lo que la cámara aún no sabe que ama de ustedes.
—¿Eso incluye esconder mis tobillos raros? —preguntó Gabriel.
—No. Vamos a celebrarlos con botas que hablen por ellos.
Y así comenzó la travesía.
Dos probadores. Un perchero para cada uno. Y una mesa con snacks emocionales: gomitas, galletitas y agua con pepino "porque las divas se hidratan con estilo".
Yo enfrenté mi perchero con temor.
Había de todo:
Chaquetas cropped con lentejuelas
Pantalones cargo blancos
Faldas plisadas con cortes diagonales
Un top de red que grita "solo si lo manejo con actitud blindada"
Gabriel levantó una campera bomber con estampado color humo y preguntó:
—¿Esta prenda tiene cláusula de seguridad emocional?
—Tiene bolsillos —dije.
—Perfecto. Podré guardar mis inseguridades.
La primera prueba fue... rara.
Yo me sentía como una versión elegante de mí misma que aún no conocía. No estaba fea. Solo... nueva.
Me miré al espejo. Los zapatos brillaban más que mis expectativas. La falda tenía swing. Y el top... bueno, digamos que requería confianza o cinta doble faz.
Gabriel apareció a mi lado. Chaqueta ajustada. Camiseta blanca. Pantalón negro con cierres decorativos. Y ojos de "no estoy convencido, pero me banco".
—Parecemos versión alternativa de nosotros en un universo donde tenemos fandoms —dijo.
—Y coreografía viral.
—Y un club de fans que hace gifs de nuestros gestos.
Nos reímos.
Pero después... nos callamos.
Porque en ese reflejo... estábamos.
Los mismos. Y no.
Cami entró con un cuaderno y apuntes.
—A ver, Sofía: te ves como una líder de pop alternativo con sentimientos y fuego. Y vos, Gabriel... parecés el protagonista de una serie que no sabés si va a declararse o cantar un solo de guitarra.
—Eso último es exacto —murmuró él.
—¿Querés probar otra chaqueta? —pregunté.
—No. Quiero sentirme cómodo.
Silencio.
—¿Y si el videoclip muestra también eso? —dije—. Que somos nosotros, pero empujando los bordes... sin perder el centro.
Cami se detuvo. Sonrió. —Eso es. Eso es lo que la ropa tiene que hacer. No transformarlos. Traducirlos.
Probamos más looks. Hubo risas con un sombrero gigante ("esto grita 'soy artista y no puedo ver bien'"), una pelea pasiva con un pantalón que se negó a cerrar ("yo aquí no entro", dijo, con dignidad), y una racha de poses frente al espejo tan absurdas que Martu pasó por el pasillo, nos vio, y murmuró:
—Estética: versión videoclip de los que también se equivocan lindos.
Después, al final, tuvimos que elegir.
Una silueta. Un conjunto.
Y al vernos uno al otro ya listos, con nuestras elecciones, hubo algo que no dijimos.
Pero estaba ahí.
Una especie de "estás listo para que el mundo te vea como yo ya te veo desde el primer ensayo".
Querido diario:
Hoy me probé ropa. Y, sin querer, me probé miradas.
Y eso... también es ensayo.
Porque el vestuario de un videoclip puede brillar. Pero si no sabés quién sos adentro... la cámara no escucha lo que cantás.
Y yo... me estoy empezando a escuchar mejor.