Notas invisibles

Día 46 - Hoy me pertenezco

Querido diario:

Lo primero que hice esta mañana fue abrir los ojos y no tener que correr. No había ensayo. No había micrófonos prendidos. No había que recordar el orden exacto de una coreografía ni pensar en si los agudos iban a salir vivos de mi garganta.

Hoy era mi día libre.

Y no solo libre de horarios. Libre de exigencias. Libre hasta de pensar en si debería ser productiva o no.

Hoy decidí, sin culpa alguna, ser completamente mía.

Me quedé unos minutos más en la cama. Mamá ya había salido. La casa estaba en ese silencio templado que sólo existe cuando todo el mundo se fue y el sol ya entró por la ventana como si conociera el camino.

Me estiré.

Literalmente como en los anuncios esos donde la protagonista se despereza con una sonrisa absurda. Yo lo hice con un suspiro larguísimo, dramático, acompañado por el pensamiento exacto de:

"Estoy en modo estrella sin paparazzis. Hoy, mi alfombra roja es esta alfombra de mi cuarto que ya tiene migas de galleta encima."

Me puse mi bata gris (la que tiene la capucha que me hace sentir misteriosa y poderosa al mismo tiempo) y bajé a la cocina descalza, con la seguridad emocional de quien siente que ese día no va a decepcionarse ni por accidente.

En el desayuno, viví una escena de telenovela solo para mí.

Puse música suave —una mezcla que incluía boleros modernos, un poco de indie nostálgico y un tema instrumental que dura once minutos y nunca sé cómo termina porque siempre me distraigo imaginando cómo bailaría una versión de mí misma que vive en París—.

Hice tostadas, pero las preparé como si alguien importante fuera a desayunar conmigo. Corté frutillas en rodajas simétricas. Le puse canela a la leche caliente.

Y cuando me senté, brindé en voz baja:

"Por mí. Que me aguanto incluso cuando no me caigo bien. Y por las veces que no me pedí disculpas por exigirme como si fuera de mármol pulido."

Casi lloro. Luego me reí. Luego volví a estar solemne. (Así soy. Un guion teatral en tres actos en menos de cinco minutos.)

A media mañana me senté frente al espejo.

Y fue raro. Porque no me estaba peinando para una entrevista. Ni maquillando para grabar. Solo... me miraba.

Y empecé a decirme cosas que normalmente no me digo frente al espejo. Cosas que usualmente guardo para después, cuando hay que seguir.

—Tenés linda la forma de mirar cuando no te das cuenta. —Y tenés un lunar cerca del cuello que parece mapa. —Y, por cierto, sobreviviste a un montón sin tener que endurecerte. Eso no es casualidad.

Y en ese momento, arrugué la nariz. No porque algo me incomodara... Sino porque esa manía me aparece cada vez que estoy frente a una verdad que me da pudor.

Porque sí: cuando algo me incomoda o me pone nerviosa, mi nariz arruga como si intentara oler otra emoción. Como si intentara anticipar si lo que viene va a doler o simplemente transformarme un poquito.

Después suspiré. Y dejé que el silencio me sacara una foto invisible.

Decidí salir. Pero sin objetivo.

Solo salir porque sí. Sin tareas pendientes. Sin apuros.

Me vestí como si fuera a tener un encuentro conmigo misma en una película independiente:

Jean claro un poco roto.

Blusa blanca suelta con mangas exageradas.

Zapatillas blancas medio gastadas pero que me hacen sentir como caminando sobre posibilidades.

Un aro solo. (Sí. Porque puedo.)

Pasé por la plaza. Compré un café que tenía nombre de poema. Me senté en una banca bajo un árbol y me inventé historias para los extraños que pasaban. Una pareja de ancianos con sombreros combinados —definitivamente espías retirados. Un chico con una caja de flores —quizás le va a declarar su amor a alguien que no sabe que lo ama. Una mujer con auriculares llorando —tal vez está escuchando nuestra canción y no lo sabe.

A las 3:11 p. m. me vibró el teléfono. Un solo mensaje.

Gabriel:

"¿Estás bien? Me saliste en una publicidad de crema para la piel y me acordé de vos. Creo que eso significa algo."

No respondí. Pero me reí. Y lo pensé. (Y lo eché de menos, sí. Poquito. Casi nada. Mentira: bastante.)

Pero hoy no era su capítulo. Era el mío. Y a veces es necesario respetar el libreto individual.

Más tarde, volví a casa con una flor entre las manos que me regaló una nena de unos cinco años. Me la dio sin decir una sola palabra. Sólo me la puso en la palma y se fue saltando detrás de su mamá.

La puse en un vaso con agua. La miré largo rato.

Y sentí algo parecido a estar viva y bien al mismo tiempo.

Como si mi existencia no necesitara justificar su brillo.

Querido diario:

Hoy fui paseo. Fui espejo. Fui personaje principal sin aplausos ni telón final.

Y entendí que hay días en que no pasa nada porque todo está pasando adentro.

Y qué revolución tan silenciosa es esa.



#5848 en Novela romántica
#2355 en Otros
#187 en Aventura

En el texto hay: cantantes, inspiracion, sueño

Editado: 16.09.2025

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.