Querido diario:
Hoy fue el día. El día en que esa canción distinta, cruda, con ritmo de verdad y no de decorado... se grabó de verdad.
No como boceto. No como experimento. Sino como parte oficial de lo que A Dos Voces ya está diciendo al mundo.
Y fue tanto más que una sesión de grabación.
Fue un pequeño terremoto emocional con micrófonos abiertos, auriculares encendidos y un equipo entero mirando como si supieran que lo que iban a capturar... no se puede repetir.
El estudio olía a café, cables y posibilidad.
Gabriel llegó con una remera negra que decía "modo real activado", la libreta bajo el brazo como si fuera su pase de entrada, y expresión concentrada con fondo de ansiedad educada.
Yo llegué 15 minutos después porque tuve un episodio pregrabación típico: me cambié de ropa cuatro veces antes de decidir que la camiseta gris con cuello desprolijo tenía justamente la energía que quería sonar.
Nos saludamos con un choque de codos que parecía ensayado. No nos dimos abrazos. Estábamos en "modo grabación" y sabíamos que hoy... no había margen para disimular.
Tomás tenía todo listo.
Pista calibrada. Micrófonos afinados. Volumen calculado.
Y nos dijo apenas entrar:
—Hoy no hay correcciones. Hoy hay captura. Si se equivocan, paramos. Si se rompen, grabamos.
Tania asintió desde el costado, con vaso térmico y cara de "esto me importa más que mi almuerzo".
Valentín se paseaba por detrás con mirada de director teatral, murmurando frases como:
—El beat de hoy se merece escalofrío, no solo compás.
Martu tenía tres cámaras encendidas. Una para ángulos técnicos. Una solo para expresiones. Y una para "momentos que no se explican, pero se sienten".
Y así empezó.
Gabriel se puso los auriculares. Respiró como quien carga el estómago con algo más que aire.
Entró.
Primer verso:
"Soy lo que quedó después de que callaron a los que no gritaban."
"Ahora vengo sin escudo, pero con idioma nuevo."
El tono no era agresivo. Era firme. Medido. Como si las palabras fueran paso en piedra.
En la segunda toma, se le quebró la voz en una línea. Paró. Se giró. Dijo:
—No me salió. Pero creo que es porque lo estoy sintiendo demasiado.
Tomás no lo miró. Solo dijo:
—Entonces hagamos que eso suene. No te contengas. El micrófono ya lo conoce.
Después me tocó entrar. Yo tenía que hacer las líneas flotantes. Esos momentos donde la voz de Gabriel se queda sola y yo la acompaño sin tocarla, pero para que no se sienta sola.
Canté:
"Mi temblor no pide disculpas."
"Ya no me bajo el volumen por incomodarte."
En una toma, me salió una nota más baja de lo previsto. Pero Tomás no paró.
—Esa nota tiene vértigo. No se borra. Se guarda.
Gabriel me miró desde el otro lado del vidrio.
No dijo nada. Solo levantó los hombros en gesto de "esa nota sos vos".
Mientras grabábamos, se escuchaban murmullos. No distracciones. Reacciones.
—¿Esa línea es nueva? —No, pero hoy suena como si alguien la escribiera mientras la canta. —¿Esto va a ser parte del video oficial? —No sé, pero que alguien registre esa mirada de ella en el coro.
Valentín alzó su cuaderno y dijo:
—Les juro que este tema no va a sonar en festivales. Va a cambiar la temperatura de quien lo escuche sin querer.
Tania, que ya había dejado su vaso térmico a un lado, murmuró:
—La verdad no siempre se grita. A veces... se graba.
En medio de la sesión, Gabriel se atragantó con agua. Literalmente.
Fue justo después de un verso fuerte.
Se giró, tosió, y gritó:
—¡Mi garganta no estaba lista para tanto poder interno!
Todos rieron.
Martu dijo:
—Lo que no sabía tu garganta... lo sabía tu voz.
Valentín le ofreció un caramelo de menta como si fuera medicina profesional para cantantes desbordados.
Yo tomé mi agua y se me cayó sobre la libreta. Gabriel, sin perder el ritmo, dijo:
—Perfecto. Ahora tus ideas tienen efecto acuático.
En la última toma
El clima ya era otro.
Estábamos en la cabina. Las luces bajadas. Una sola cámara encendida. Una toma más.
El verso final no tenía letra programada.
Tomás dijo:
—Inventen. Lo que salga. Lo que sientan.
Gabriel respiró. Yo también.
Y cantamos juntos:
"Ya no somos boceto. Ya no somos 'casi'. Esto es el sonido de haber llegado."
Silencio.
Tania lloró. Valentín aplaudió sin ruido. Martu bajó la cámara, pero no apagó la emoción.
Tomás dejó de mirar la consola. Y dijo:
—Esto no se edita. Esto se deja crudo.
Querido diario:
Hoy no grabamos solo una canción. Hoy grabamos una afirmación. Un acto de presencia. Una declaración de existencia con ritmo.
Y no sé si esta canción va a gustar como las otras. No sé si van a entenderla en la primera escucha. No sé si va a sonar en playlists o en parlantes de auto.
Pero sí sé que cada verso que dejamos ahí... fue nuestro.
Y ahora, está en el mundo.