Notas invisibles

Día 62 - Ser canción es sonar. Pero ser escuchados... es otra cosa.

Querido diario:

Ayer nos vimos en la tele. Y hoy... nos vimos en cada pantalla que tiene conexión emocional.

Hoy las redes explotaron. Literal. Y no como cuando la gente dice "me voló la cabeza" porque escuchó un buen verso. Sino como cuando alguien siente que acaba de encontrar a los que escribieron lo que él no se atrevía ni a pensar.

Hoy nos dijeron "¡están trending!". Y no sabíamos si reír, llorar, o fingir que eso se ve normal desde un café con medialunas.

Pero eso fue solo el comienzo.

Me desperté con 109 notificaciones. No de mensajes directos. De menciones. Frases recortadas de la entrevista. Fragmentos del tema que cantamos. Capturas donde Gabriel y yo aparecíamos hablando, cantando, respirando.

Una chica escribió:

"Cuando Sofía dijo que esa canción no se compuso... se admitió — yo supe que también había cosas en mí que no quería escribir."

Otra puso:

"A Dos Voces me explicó que decir lo que se siente no es debilidad. Es forma de existir."

Y cuando abrí mi bandeja de entrada, había algo más.

Una invitación de una revista llamada Resonancia. Una edición especial sobre artistas que transforman emoción en narrativa. Nos querían en portada. Portada. No "nota lateral". No "mención emergente". Portada.

Gabriel me mandó captura diciendo:

"Esto ya se fue de las manos. Pero por suerte, tenemos las manos listas."

Yo solo respondí con el emoji del corazón temblando. Porque no tenía otra manera de describir lo que sentía.

Llegamos a Sonaluz antes del mediodía. Lucio ya tenía su cartel de "TRIUNFAR SIN AVISO". Tania bailaba con un té en mano que parecía más cafeína que infusión.

Martu dijo:

—Hoy no trabajamos. Hoy celebramos.

Y mientras abría una caja de croissants, soltó:

—Ah, y por cierto... hoy tienen sesión de fotos. Para la revista. Y entrevista extensa. Y spoilers: hay propuestas. Varias.

Gabriel abrió los ojos como si hubiera olvidado cómo parpadear. Yo me reí sin querer. Como esa risa que se escapa cuando el cuerpo no sabe si está feliz o en shock.

La sesión de fotos fue en un estudio con luz natural. Nada de spots agresivos. Una sala llena de plantas, cortinas beige, instrumentos apoyados, y sillones que parecían querer escuchar tu historia antes de posar.

La fotógrafa nos miró y dijo:

—No quiero que se vean como artistas. Quiero que se vean como confesión que canta.

Nos hizo mirar a cámara sin sonrisa falsa. Nos pidió que dijéramos en voz baja un verso que aún no habíamos publicado. Y cuando lo hicimos... nos sacó la foto.

Ese momento se siente en cada pixel.

Gabriel vestía una camisa abierta y camiseta blanca que no gritaba "estrella", sino "acá estoy, no finjo". Yo llevaba un vestido negro simple, con una frase escrita en el dobladillo:

Esto también es voz.

Lucio lloró cuando vio las fotos.

—No por estética —dijo—. Por verdad que cabe en imagen.

Luego nos sentamos en una sala con una periodista de la revista. Una mujer que parecía haber leído todas nuestras canciones como si fueran parte de un diario personal compartido.

—¿Cuál fue la primera palabra que sintieron que era de ustedes? —preguntó.

Gabriel respondió:

—Temblor. Porque antes pensaba que si temblaba, estaba fallando. Y ahora... lo usamos para afinar.

Yo dije:

—Susurro. Porque cuando hablé bajito por primera vez... encontré la voz que nadie estaba interrumpiendo.

Nos preguntó por las canciones.

—¿Hay alguna que aún duela cuando la cantan?

Yo dije:

—Todas duelen. Pero algunas duelen desde donde ya sanamos. Y otras... aún están en proceso.

Gabriel agregó:

Versos sin filtro me dolió porque fue como escribir con la garganta. Y Lo que ya no callamos fue como reconocernos en voz alta. Y eso... cuesta.

La periodista solo anotó:

"No cantan canciones. Cantan versión de sí mismos que sobrevivió."

Al volver al estudio, Martu nos pidió reunirnos con calma.

Nos sentamos. Ella sacó dos carpetas. Una verde, una morada.

—Es hora de que tengan managers —dijo—. Oficiales. Que los representen. Que los entiendan.

Yo tragué saliva. No por miedo. Por vértigo.

Gabriel sonrió, esa sonrisa que parece pregunta más que afirmación.

—¿Y... quiénes son?

Martu abrió la carpeta verde.

—Gabriel, este es Ezequiel. Trabajó con artistas independientes, sabe de narrativa emocional, y no le gustan los brillos innecesarios. Dice que tu manera de escribir es lo que necesita más espacio.

Gabriel lo leyó. Sonrió. Asintió. —Me gusta que no se vendan con promesa, sino con perspectiva.

Luego abrió la carpeta morada.

—Sofía, esta es Valentina. Hace años en producción sensible, maneja giras que no se centran en el volumen, sino en la calidad del silencio. Tu estilo le pareció "escritura con voz que no suplica, pero igual se escucha".

Yo lloré. Porque no todos te leen sin juzgar. Y ella... me leyó como soy.

Martu finalizó:

—Ambos dijeron que no quieren que cambien. Que solo quieren que sigan. Y eso... me hizo saber que son los correctos.

Horas después... llegaron los mensajes más inesperados.

Una productora en Chile nos invitaba a cantar en un festival de narrativa sonora. Un ciclo en Colombia nos pidió participar en una charla sobre emoción en letra. Una universidad en España quería reproducir Temblar no es rendirse como parte de una clase de literatura contemporánea. Y desde Seúl, una organización artística coreana preguntaba si alguna vez habíamos pensado en traducir Lo que no se canta también arde al hangul.

Gabriel me miró.

—¿Están diciendo que ya no solo cantamos? ¿Que ya somos traducibles?

Yo asentí. —Están diciendo que el temblor... también cruza fronteras.

Lucio se tiró al piso con una mano en el corazón. —Esto... ya es internacional.



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En el texto hay: cantantes, inspiracion, sueño

Editado: 18.10.2025

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