1916, 4 marzo
Diario de E
Al desembarcar del camión que nos transportó por la ruta sagrada a los campos de verdun, todo choco, chocaron los alaridos y festejos que nos acompañaban y felicitaban por luchar como soldados por la defensa del país con la realidad del campo, con los gritos y felicitaciones chocaron contra el barro y los cuerpos, las rosas que nos lanzaban con el olor a pólvora y sangre, los alaridos de los que estaban heridos ensordecieron los festejos y la música, fue en ese momento donde todos los niños fueron obligados a ser hombres, donde nos dimos cuenta de la seriedad y el peligro en el que estaba nuestra cabeza
Que podíamos morir y si fue aquí donde el miedo se apodero de mí, nos recibieron sin los festejos a los que estábamos acostumbrados, nos recibieron como si nos necesitaran solo para entregarnos a algo, a una causa, la primera noche fue terrible, los francotiradores se encontraban en toda la trinchera enemiga y me fue imposible conciliar el sueño, a veces sin darme cuenta lo lograba y pensaba en mi esposa y en nuestros hijos, nos imaginaba en el más verde de los campos; felices y juntos, solo para ser despertado con el sonido de algún disparo, no había tantas batallas como imagine, a veces el general se ausentaba por días, según cuentan en fiestas y festejos, dejando nuestras trincheras sin dirección o guía, presa fáciles del enemigo.
“el ejército alemán había derrotado todas nuestras primeras líneas y había penetrado profundamente en nuestro territorio, pero sin motivo aparente logramos resistir frente a pequeños puntos, verdun es uno de esos, y todos ruegan a un cielo por que podamos resistir y defender nuestra parís”
De vez en cuando se libraban pequeñas escaramuzas resultando en sangrías por ambas partes, dejando cuerpos repartidos en toda la tierra de nadie, las comidas eran tomadas con la vista de aquellos cadáveres, con el tiempo apenas nos dábamos cuenta de que estaba ahí
En mi primera batalla, el temor y la adrenalina se apoderaron de mí, templaba y mis armas se caían de mis manos, fue en ese momento cuando vi a un soldado enemigo, no parecía tener más de 20 años, apuntando con una ametralladora a mis compañeros de batallón, la determinación invadió mi cuerpo y con una precisión extraña en mis manos, apunte y disparé, pude ver como el cuerpo caía al suelo, cayo junto con una parte de mi humanidad.