Una temperatura inusual iba en auge frente al trono de Galeo, y no se trataba de un calor propio del ambiente, sino que tenía algo que ver con un ser en común, es decir: un humano. El individuo que soltaba semejante temperatura por sus poros, tenía el nombre de Léa Milenios, y vale aclarar que ella estaba ahora tan nerviosa, que la sangre de sus venas se había removido hasta sus mejillas. Por otro lado, desde la posición del castaño, él había logrado trasladar para esas alturas su espada muy cerca de la garganta de la rubia, quien aún dudaba de su accionar.
—Te llegó la hora, heredera del reino de Shion —anunció el joven príncipe, y entonces amagó para dar su estocada, sin embargo, algo pasó que lo detuvo. Antes de que la muchacha fuera atravesada desde su cuello, una melodía completamente inesperada, se plantó en el ambiente silencioso del lugar, invadiendo así los oídos de los allí presentes, quienes se inquietaron, no solo por la incomprendida tonada, sino que también por la voz que le siguió a este ritmo de guitarra.
—¡Oh! ¡Compatriotas, no entiendo el motivo de su lucha! ¡Por eso creo que es mejor cantar! —haciendo sonar aún más el instrumento que sostenía entre sus garras, la misteriosa voz se dejó por fin ver.
—¡Ahí, en el balcón! —señaló un guardia.
Inmediatamente un poncho color rojo con negro, se vio ondear entre las cortinas albinas junto al trascendental viento, y dicho tapado, tenía un estilo rustico gauchesco, que iba acompañado de una hermosa guitarra que reflejaba como espejo la luz de la peligrosa noche. En cuanto a la coronilla del intruso, o más bien, de la dama, se destacaba un sombrero de paja que era abrazado por unos listones fusionados en celeste y blanco, con los que naturalmente, también jugaba el aliento de la madre tierra. Sus botas (sin ser lo último) estaban atrapadas en su jean bien ajustado, y una camisa que era escondida por su improvisada capa; había aún más cosas que llamaban de igual forma la atención, por lo que podemos mencionar la ausencia de sus ojos, que no se discernían por el sombrero, aunque tampoco hay que olvidar sus bien armados y grandes rulos añiles, que podían confundirse con las sombras.
—¡Quién eres! —exigió saber el príncipe Galeo, pues le restó importancia a su venganza por aquella intervención.
—¡Soy Diamant Stelar! ¡Nya! —ella bajó su guitarra, y con un dedo elevó su sombrero, dejando al fin ver sus esmeraldinos ojos—. ¡He venido a encontrarme con mi amo!
—¿Amo? —murmuró confundida Léa, pero a la vez preocupada.
—¿De qué hablas? ¡Gata estúpida…! —exclamó el príncipe y empezó a sermonearla, no obstante, él no sabía que la gata, sí, aquella mujer que ahora mostraba sus orejas después de ser llamada por lo que era, revisara con sus ojos la habitación en busca de lo que deseaba, pero al no encontrarlo, decidió que era mejor ganar algo de tiempo.
—¡Mi amo aún no llega, nya! ¡Entonces a bailar nya! —dijo enérgica, y con un gran talento, al alzar su instrumento volvió a tocar. Enseguida, ante su folklore y zapateo, unos hilos de araña fueron cayendo sobre los cuerpos presentes, quienes no tuvieron chance a la hora de esquivarlos, pues se transformaron en las víctimas de la intensa chacarera.
¡Nya, a bailar amigos!
¡Que aquí llegó Diamant para alegrar la noche!
♫Luchando con ratones, ratas y zancudos,
¡Grandes se creen los señores, oh Dios los perdone!
Relatos de arañas, pues su veneno poderoso es,
¡Grandes son las moscas que estos aportan, pues enemigo de los terribles Dioses son! ♫
Y así el ritmo seguía con gran curso, obligando a los allí presentes a bailar una reprimenda de melodía que, sin dudarlo, atrajo la atención de unos cuatro extras que poseían importantes nombres en la trama, bueno, en realidad solo tres de ellos.
—¿Qué es esa canción? —preguntó Alik levantando una ceja con extrañeza. Luego de esa mención, el muchacho se detuvo junto a sus demás amigos.
—¿No es acaso una chacarera? —preguntó Zaid haciendo el mismo gesto.
—¡Es folklore! ¡Dicen que es una sonata ocasional que solamente dominan los Gatos Persia! —anunció la más baja del grupo.
—¡Mi cuerpo! —en ese momento, fueron testigos de cómo la chica de rosados cabellos, era atrapada por aquellos hilos, que los catalizadores como el mismo zorro fueron capaces de ver.
—¿Qué rayos? ¡Está bailando! —dijo lo evidente el de los mechones dorados, y teniendo paciencia de la ignorancia de su compañero, Iris se pasó la mano por su cara para luego contestarle.
—Es normal, el cuerpo de cualquier individuo que no sea capaz de cantar, es afectado por esto —aclaró la pelinegra.
—Aunque tampoco corren ningún peligro —agregó el zorro riendo al ver cómo la princesa Tritis perdía todo control y se dejaba manejar por el compás.
—¡Bueno, eso ya no importa! —les contestó volteando a ver a sus compañeros—. De todas formas, no podemos dejarla aquí —aclaró Iris. Fue entonces cuando Zaid de buena voluntad se ofreció para cargar a la chica, no obstante, tuvo sus dificultades, pues ella le propinaba algún que otro golpe en su danzar.
—Esto será difícil de hacer, princesa, ella no se deja hacer —mencionó el sirviente de Alik, quien ahora se acariciaba su mejilla por el golpe que había recibido, mientras tanto, un divertido como atractivo pelinegro se medio reía a un costado, y declaró lo siguiente cruzado de brazos:
—Pero bien que se deja arrastrar por la música —carcajeó él.
—¡Por fin dices algo que es coherente Alik! —agradeció Iris, quien sacó de su bolsillo unos tapones de cera, y les pidió a sus amigos que la sujetaran de los brazos para ponérselos, y así lo hicieron, lo cual le permitió a ella acomodarlos, y finalmente, detener ese molesto danzar que los incordiaba.