La ligereza con la que caía la lluvia, parecía querer atenuar el hueco que ahora se encontraba en el corazón de su alteza. Sin embargo, ese suceso no iba a ocurrir. La herida de la princesa, era incluso más aterradora y sanguinaria, que la que poseía aquel inerte zorro. El alma de aquella dama, había sido impactada de tal manera, que todas sus esperanzas fueron barridas como las hojas con el viento. No cabían dudas de que la muerte de su amado, le afectó profundamente, y esto se estaba convirtiendo en una batalla completamente perdida para ella. Como había ocurrido otras veces, pero de una forma menos intensa que ahora, Léa se estaba rindiendo ante el mal. Los brazos de la rubia apretaron el cuerpo de su amigo con evidente resignación ante la muerte, y deseó desde lo más profundo, compartir su mismo destino.
La abrumadora escena no iba a quedarse estancada, y peor fue cuando Hakim se decidió por acercarse a Léa, a quien con un golpe en su mejilla apartó. La joven, había gritado por el trato recibido, y se llevó su mano a la zona afectada al chocar con el húmedo suelo. Los ojos de la rubia se abrieron sobrecogidos cuando notó que aquel hombre se atrevía a tocar a su amado. Apenas ese sujeto posó su mano sobre su torso, las espadas de aire se desvanecieron con un silbido.
—¡No te le acerques! —le advirtió Léa amenazante.
—Cállate mujer —le respondió con simpleza aquel descolocado, quien no escatimaba en hacerle frente a la chica que alguna vez amó su hermano. Sus ojos amarillos mezclados con negro, daban una sensación en el estómago que descompondría a cualquiera, exceptuando a la princesa, quien ahora le sostenía la mirada a ese mal educado.
—¡No voy a permitirte profanar su cuerpo! —alegó ella, y en un movimiento de mano, intentó atacarlo con sus poderes elementales, pero fue inútil su proceder, especialmente porque Hakim se alejó tomando el cuerpo entre sus brazos, para finalmente dar un ágil salto hacia atrás.
—Ya es hora —anunció el líder de Legizamon, cosa que no entendió a qué se refería su alteza.
Las tonadas volvieron al recinto de repente, aunque esta vez fueron acompañadas de un aterrador ritmo. Las señales eran evidentes; algo inaudito iba a ocurrir. Léa observó a los lados cuando el cielo se oscureció por completo, e incluso, los sonidos de la guerra que se llevaba a cabo cerca de ellos, se detuvieron como la lluvia; aquel acontecimiento, había atrapado incluso al resto de los habitantes que luchaban por su vida o, en el caso contrario, los que deseaban apoderarse de la ajena.
De improvisto, Hakim le había llamado la atención nuevamente a la futura reina, más específicamente hablando, por el hecho de que su cuerpo estaba soltando un brillo estremecedor. A continuación, el peliblanco hundió de una forma antinatural su mano dentro del cuerpo de Zaid. La imagen impactó mucho en la heredera, especialmente porque entendía lo que estaba sucediendo.
—¡Estás cometiendo suicidio! —le gritó sin contenerse, mientras se ponía de pie con las pocas fuerzas que le quedaban.
—¡Dije que no era de tu incumbencia! —declaró Hakim, quien luchaba por sacar algo del interior de Zaid. En su rostro se veía el esfuerzo descomunal que hacía por ello, especialmente por las gotas de sudor que recorrían indiscriminadamente su rostro.
—No puede ser —musitó Léa, al sentir como la tierra bajo sus pies temblaba, y la obligaba a sentarse en su lugar de nuevo.
Sin poder creerlo, del pecho de ese rubio, empezó a salir un objeto que poseía un aura platinada, y que incluso soltaba unas ondas tan puras, que resultaba imposible no darse cuenta de qué se trataba. Igualmente, no hubo necesidad de adivinarlo, porque su forma quedó completamente expuesta; poseía el cuerpo de una nota musical. Su transparencia se asemejaba al más claro de los lagos, y su delicado cuerpo, se estremecía como una gelatina al ser manipulado.
—¡Es la nota! ¿Qué hacía en el cuerpo de Zaid? —exclamó la princesa impresionada.
—Yo puedo responder a esa pregunta —recalcó la voz de nuestro villano principal: Samael.
Después de que la Nota Vanguardista fuera substraída del cuerpo de ese chico, se dejó caer el cadáver de Zaid, y así como cayó éste, también lo hizo su hermano, que aunque manifestaba los mismos síntomas de la enfermedad de su misma sangre, mantenía en su mano derecha aquel objeto sobrenatural. Léa reaccionó a los minutos a lo pasado con horror, por lo que no había prestado mucha atención a lo dicho por su enemigo, hasta que éste entró en su cuadro de visión.
—Tus ojos azules reflejan un temor agraciado —le comunicó Samael, mientras se inclinaba a tomar la Nota—. Nunca me hubiera imaginado que se encontraría dentro del cuerpo de ese zorro, pero admito que lo sospechaba, por eso le dejé sus sentimientos, para que se sacrificara por alguno de sus amigos, y en tal caso, poder retirarla con la ayuda de mi estúpido amo, el cual, seguramente la tomaría sin escatimar los riesgos —aseguró él. Por lo que había explicado Samael, esto no hubiera sido posible, si Zaid permanecía con vida—. Esta cosa tiene mente propia, así que el que no pudiéramos hallar su paradero, era porque tuvo la idea de ocultarse en el personaje menos sospechoso, y más seguro según su lógica. Curioso e irónico, ¿no? —declaró con una gran sonrisa.
—Por eso es que le quitaste también el croma de su lengua… fue porque la magia permanecería en su cuerpo aun estando muerto y sería necesaria para controlar la Nota; consumiría parte de tus poderes si la dejabas —la voz de Léa se escuchaba temblorosa en lo que algunas lágrimas volvían a caer de sus ojos producto de la rabia; aún la muerte de Zaid la tenía aferrada fuertemente en el alma, así que no podía controlar bien sus emociones.
—Exactamente —le dio a ella la razón, ahora sosteniendo aquello que tanto había anhelado—. Con la Nota, ahora podré despertar de su sueño profundo a mi abuelo.