Me sentí en modo automático el resto del día.
Meses atrás, hubiese contado, y lo intenté. Pero cada vez que empezaba por el uno, dos, tres; temía que detenerme. Antes contaba para calmarme, contaba para poder volver a mí y no perder la cordura. Pero ahora no tenía nada que perder, porque ya estaba a punto de dejar ir todo. Iba a perder mi vida, ¿cómo me sentaría a contar cuando ya no había más tiempo que perder?
Sola en mi habitación, y preparando mi mochila con lo justo y necesario, una parte de mi estaba gritándome que no me iba a caber todo ahí dentro. ¿Qué era lo justo y necesario? ¿Qué era lo justo? ¿O cómo no iba a querer llevarme a todos mis amigos y familia conmigo si los necesitaba? ¿Eso era justo? ¿O egoísta por pensar que el que vieran mi muerte no les dolería?
Parpadeé tantas veces, en cada parpadeo encontrándome con ideas y respuestas distintas que siempre terminaban en la misma conclusión. No podía llevarlos conmigo, no podía pedirles que ciegamente me acompañaran hacia la Ciudadela y verme morir en el intento de destrozarla. Nunca podría pedirles algo así. Y tampoco podía dejarlos en la oscuridad, tenía que decirles la verdad. Sobre lo que me había pasado, lo que había hecho y lo que significaba.
Peor fue darme cuenta de que los iba a lastimar igual o peor con esas noticias a que me vieran cumplirlas. Tenía que herirlos de una manera u otra.
Me dejé caer en la cama, mi pelo mojado enfriándome la espalda en lo que apoyaba mi rostro en mis manos. La mochila estaba a medio hacer a mi lado, mi cabeza en el mismo estado y sin poder pensar las cosas bien, un pánico consumiendo toda lógica dentro de mí. Ni los gemelos, Claire o mi hermana habían vuelto todavía. Ya no sabía ni cuánto tiempo había pasado desde que había salido de la reunión. Julia y Enzo solo me dejaron ir, callados y sin nada más que exigirme. El Doc se quedó con ellos tras darme una palmada en la espalda y caminé, sin ningún propósito de encontrarme con alguien, hasta casa.
Pensé que darme una ducha me ayudaría a relajar mi cuerpo, a pensar, a lo que fuera que necesitara para poder hacer una lista de lo que tenía que hacer. Sabía que, en el primer lugar, estaba decir la verdad. Segundo, las peleas, porque claramente habría tantas y no estaba ni mental, física o emocionalmente preparada para afrontarlas. Tercero, las despedidas, que también serían otro tipo de pelea donde yo estaba dando un adiós final. ¿Cómo iba a hacerlo? ¿Cómo haría que ellos no me siguieran si, fuese el caso al revés, yo sí lo haría?
Ya lo había hecho con Noah, lo había ido a buscar en contra de todo estado físico y anómalo y lo había traído de vuelta. Él trataría de hacer lo mismo y mi trabajo, mi prioridad, era detenerlo. Que se quedara en un lugar seguro después de estar tanto tiempo bajo las narices de los militares y el general Gedeón.
Él iba a ser el más difícil de convencer. Mi hermana iba a patalear, llorar, romperme y seguramente odiarme por el resto de su vida. No sabía ni cómo comenzar con ella, era dejarla sola, sin mis padres que seguían bajo la vista militar, pero con la fe de que podrían reencontrarse en caso de poder llegar al general y bajarlo del poder. Era tener mucha ambición un pensamiento así, pero era lo que me convencía de pensar que no estaría sola. Que estarían ellos. Y por más que Noah estuviera con su hermano y su mamá, yo iba a romper una parte de él que nadie más tenía. Que era solo mío. Y no había ni una célula en mí que no se retorciera ante esa idea que no iba a poder evitar.
El sonido de la puerta abrirse y cerrarse me hizo tensar, porque el calor que inundó el cuarto le pertenecía solo a él y al levantar la cabeza lo vi ahí. En su rostro pude leer todo, él sabía lo que tenía que hacer, y en lo que daba unos pocos pasos hacia mí, yo ya estaba saltando a sus brazos para envolverlo en mí. Para que me llenara de tantas otras emociones que me hubiese encantado poder meter en mi mochila y pecho para poder llevármelas hasta el último segundo.
Murmuró mi nombre contra mi oído y dejó que me fundiera contra él, que mi peso cayera en él, y sus labios encontraron un lugar en mi cabeza, sus manos en mi espalda y cintura, apretándome contra él. No supe cuánto tiempo nos quedamos así, rodeándome de su calidez que me relajaba, en lo que podía, y sus caricias en mi espalda y pelo que me llenaban de más emociones que estaban por desbordar.
Escuché su voz un poco baja, su boca aún contra mi pelo.
—El Doc me dijo lo que han planeado... también me dejó en claro que iras sólo tú, por más que le y te ruegue —dice, sus dedos tensándose ante sus palabras y yo me aferré más a él—. Me dijo que sería algo rápido y le creo. Con tu anomalía y fuerza, serás capaz de hacer esto rápido y volver a casa. Tranquila.
Y me aferré, con todas mis fuerzas, a mi voluntad para no derramar lágrimas y preocuparlo. No todavía, no aún. El Doc me había dejado una puerta abierta para irme y no tener que hacerme cargo del dolor que iba a dejar. Era tentador, no iba a mentir, mi lado egoísta estaba saboreando más esa opción que encarar la situación por completo. Pero no podía hacerles eso, no a ellos. Nunca así. Y menos que menos con el Doc, Troy, Olivia y Tom siendo mis cómplices.
No se los perdonarían. Y eso no me lo perdonaría yo.
—¿Tay?
Me había quedado observándolo. Pensando, sintiendo, y ya extrañándolo cuando todavía lo tenía ahí. Algo en mi pecho se comprimió del todo, dándome cuenta de todo lo que nos quedaba por hacer juntos, por disfrutar, y un tumulto de emociones empezó a ahogarme todavía más. Estaba enojada, recién lo había recuperado, y ya no podría disfrutarlo. Estaba triste, porque irme significaba también lastimarlo a él y dejar una culpa que no iba a poder controlarlo. Otra parte de mí estaba feliz, orgullosa, de que por más que me fuera, él estaba en casa. Estaba a salvo. Y, sobre todo, estaba llena de un amor por esta persona frente a mí a quién le confiaba literalmente toda mi vida; mi hermana, mi mejor amigo, mi familia entera. Lo estaba dejando en sus manos sin que lo supiera y yo sabía que los cuidaría. Sabía que haría hasta lo imposible para que todos estén a salvo.