Nova Era

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El silencio que se formó era mas ensordecedor de lo que hubiese sido cualquier griterío. Mi cabeza latía, mil palabras, mil martillazos, mil pensamientos; todo en cuestión de minutos en los cuales Tom apretaba el acelerador para ir más rápido. Llegué a escuchar que me gritaba que estábamos a menos de una hora, que ya faltaba poco. Anna hablaba por la radio, dando el aviso hacia Costa Norte. Y yo, con todo mi cuerpo en mi pobre estado, en mi corazón partiéndose, y mi cabeza atacada por todo el momento, cerré los ojos.

¿Hiro?

Se encendió parte de mi pecho, mis manos deslizando mis manos fuera de los guantes que tanto y poco habían hecho por mí. Sentí la presencia de mi anomalía como un susurro.

Tay…

Nunca había asumido que, la forma en la que ella me hablaba, también era con mi voz. Un reflejo de mí que había visto en mis sueños después de la catástrofe, que le había dado una identidad para diferenciarla con un tonto nombre, y que después se había vuelto mi aliada. Mi otra mitad. Apreté mi mano contra mi pecho, sabiendo que no volvería a tener ese pequeño momento, sin nada más que hacer que esperar a llegar a casa, y conectarme con Hiro solo una vez más.

Gracias, murmuré. Pase lo que pase; gracias.

Miré mi reflejo en el espejo retrovisor, mis ojos tomando el brillo total de Hiro y sonriéndome desde él.

No, Tay, contestó. Gracias a ti.

Se hizo hacia atrás, mis ojos ahora sólo brillando el iris, como era en el principio antes de desarrollarnos y conectarnos más. Le sonreí sutilmente hasta que desapareció y sólo pue ver mi reflejo una vez más. El último que vería, la cara y el estado con el que todo terminaría. Tom dijo algo, doblando el auto y adelantándolo por una calle de ripio que me era familiar. Estábamos cerca de nuestra casa de la infancia, de lo que alguna vez habíamos conocido. Mis papás estaban a pocos kilómetros de mí, me quemaba el pecho de ganas de ir a buscarlos y darles un último abrazo. Pero tenía que salvar a mi hermana. Así que, desde esa distancia, rogué que Hiro, de alguna sorprendente manera, les hiciera llegar mi amor. Mi despedida.

—¡Tay!

El tono de voz que tomó Tom me hizo levantar la vista y acercarme a lo que estaba señalando por sobre el volante. En plena oscuridad, el camino con poca iluminación, me dejó ver con más claridad el sutil reflejo de un haz violeta en el aire. Cada músculo en mí se congeló, tensándose en los nervios, y con una última respiración, Tom y yo cruzamos miradas.

Tantas veces nos habíamos tenido que despedir y pocas nos habíamos dicho cosas. No había algo en mí que él no supiera ni yo de él, así que cuando me incliné a besarle la mejilla y la sien, no se vio sorprendido. Ni tampoco cuando abrí la puerta aun con el auto en movimiento, y calculando lo cerca que estábamos, Hiro me rodeó con el haz cuando salté de él y caí entre un montón de hojas secas que amortiguaron mi caída. El vehículo siguió, dispuesto a ser la distracción en lo que yo intentaba distraer a mi hermana y mis amigos de captar la atención de los militares que podía escuchar cerca. Muchos de sus vehículos siguieron el de mis amigos, lo que me permitió moverme con más seguridad.

Volví a contar. Uno, dos, tres. Cada paso que daba más cerca de Morgan, mi energía fluía fuerte, segura, con toda la verdad sintiéndose completa. Porque sabía donde estaba su otra mitad. Y, una vez completa, sabría que al menos me llevaría a Hiro conmigo para que, en mi debilidad, no terminar causando más daño del debido.

Cinco, cuatro, seis. Iba a asegurarme que nadie más saldría herido, y eso también significaba que Anna y Tom volvieran a salvo. Mis pies tomaron velocidad, mi mano aferrada a la navaja en mi pierna, sabiendo cómo ahorrar mi energía si alguien se cruzara hasta llegar a mi hermana. Nadie más que alguien usando traje camuflado sería víctima esa noche. Iba a hacer hasta lo imposible por lograrlo.

Todos los que me importaban, a excepción de las almas valientes que habían venido conmigo, estarían a salvo. Siete, ocho, nueve. Mis amigos, mi ciudad, mi amor… iban a sobrevivir la Ciudadela. El aviso de la supuesta supernova en el pueblo seguramente había logrado captar la atención del General Gedeón y todos los soldados habrían sido derivados hacia ahí. Su régimen por fin caería a pedazos y Morgan viviría la vida en paz una vez que dejara de tener el título de Supernova en su cabeza. Tanto para los militares… como para los Benignos.

Diez. Yo dejaría de ser la Supernova. Moriría como Taylin Reed. Había hecho las paces con la muerte hace mucho tiempo, ya lo había estado también. No habría otra oportunidad. Con ese pensamiento, comencé a correr.

Con la cantidad de tiempo que había pasado y las pocas luces que había por el enorme bosque que seguía rodeando nuestro pueblo, me hice paso hasta tener que atravesar una vaya metálica familiar. La misma que Claire, años atrás, nos había cruzado con Tom usando su anomalía. Sonreí ante el recuerdo, tomando impulso, y saltando por sobre ella y teniendo más cuidado al caer del otro lado. Seguí mi trayecto, volviéndome invisible y siguiendo el trazo de mi hermana que más cerca iba sintiendo. Hiro vibraba con más fuerza.

Mis oídos, aun sordos entre tanto pensamiento y despedida, volvieron a funcionar y apreté los dientes ante el ruido de balas, golpes y gritos. Me apresuré entre los árboles, llegando a cruzar un descampado que conocía, y me helé al reconocer el lugar. Era el campo de juego de mi escuela. Y en el medio, acumulándose, cuerpo camuflado tras cuerpo camuflado cayendo ante el haz violeta que, furiosamente, se agitaba y movía en el medio de este.

Morgan.

Poseída y todo, la imagen de ella cobrando vida tras vida me hizo ahogarme por un momento. Tan pequeña, tan poderosa, e imparable. No por excusar y justificar la vida de quienes estaban tratando matar o neutralizar a una adolescente de catorce años, pero ella seguía siendo una niña. Mi hermanita.




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