Nova Gea

Nova Gea

Max Martin, el capitán de la nave Nova Gea, estaba cerrando los últimos comandos y programando el vuelo para esa noche. Ya estaba cansado y sentía la necesidad de cerrar los ojos por un buen rato. Miró el reloj holográfico que tenía a su lado solo para confirmar lo que ya sabía, que eran casi las once de la noche según el tiempo en la Tierra.

Esa última palabra le sonaba ajena incluso en su mente, un lugar en el que solo sus ancestros habían caminado, un lugar de cuyo desmoronamiento fueron testigos, por el peso de sus propias acciones, todo un planeta funcional y perfecto que se desmoronó de repente, luego de que sus habitantes ignoraran las advertencias y señales predecesoras.

Se preguntó cómo estaría en ese momento, qué aspecto tendría. Las viejas fotografías, imágenes planas en una pésima resolución, mostraban ecosistemas amarillentos, suelos agrietados, edificios que apenas llegaban a un tercio de altura de sus colonias. Seguramente, para entonces, sería otro lugar diferente, algo nuevo, pero tan distante para él y todos los humanos que no vivirían para verlo.

Mientras repetía los mismos controles de todos los días, sacó cuentas. Cien, doscientos, trescientos... ya iban poco más de mil años desde que los humanos abandonaron la tan nombrada Tierra, en busca de otro lugar que pudiera recibirlos, aunque sabía que en otros tres mil años sus descendientes deberían pasar por lo mismo.

Había estudiado con atención gran parte de la historia de su raza desde antes que se vieran obligados a abandonar el planeta que los vio aparecer en el universo. Ahora, casi todos los humanos eran ciborgs, mitad hombres, mitad máquinas, que se alimentaban a determinadas horas con la energía espacial recogida por paneles especiales en el exterior de la nave.

Algunos habían saboteado el mecanismo innumerables veces, otros intentaron hacer explotar todo el lugar, y aunque los daños habían sido significativos y puesto en riesgo a casi todos los que estaban a bordo, cada capitán logró contener las consecuencias, manejarlas lo mejor posible, y pasarlas al siguiente con un peso menor.

Él mismo lidiaba con algunas fallas del motor por un atentado rebelde de hace treinta años atrás, el más peligroso en el último siglo, pero ya no era el capitán de la nave, ahora era solamente un hombre-máquina que quería descansar. Podía trabajar el tiempo equivalente de dos meses humanos sin pausa, pero luego necesitaba un día para recargar las baterías localizadas en su cerebro.

Se levantó, satisfecho con todo lo que dejaba programado, confiando en que no habría problemas, igual que siempre, y estuvo por apretar el botón que lo teletransportaría directo a su incubadora, cuando algo en las ventanas lo detuvo, un repentino haz de luz azulada, como una estrella fugaz, que lo dejó ciego por alguno segundos.

Una chica de pelo azul, pálida y con lo que parecían ser unas marcas negras en la cara, se le quedó viendo por unos segundos antes de irse, antes de desaparecer tan repentinamente como había llegado, no sin antes esbozar lo que el capitán pensó era una sonrisa, aunque no estaba del todo seguro.

Levitó hasta la ventana, mirando en todos los ángulos posibles, buscando alguna señal, pero no tenía caso. La había perdido. Y sin embargo, algo en su mente le hizo saber que no era una coincidencia. Volvió a los controles, encendió los rastreadores, soltó algunos nanorobots en el exterior y examinó cualquier particular extraña que pudieran detectar.

Sus dedos apenas se veían al moverse sobre los botones y palancas mientras analizaba cada anomalía en el espacio, identificando todos los elementos que pudieran conseguir las microscópicas máquinas, descartando los familiares y reduciendo el grupo con cada segundo que pasaba. Y dio con lo que estaba buscando.

Partículas de energía plasmática, mínimas, apenas las suficientes para lograr identificarlas, pero las suficientes como para formar un rastro virtual en las pantallas de la nave. Una línea irregular se dibujó en las pantallas, marcando una ruta que pasaba por varios cinturones de asteroides y algunos agujeros negros, pero bastaría con aplicar algo más de velocidad para que los primeros se deshicieran con solo tocar la nave y evadir a los segundos; no sería la primera vez que esto sucedía.

Se mantuvo allí, más tiempo del que su sistema estaba dispuesto a soportar, viendo lo que parecían ser reproducciones del planeta que estaba al final del rastro, desolado, con una vegetación pobre y rico en agua, tres veces más que la había llegado a tener el suyo. Dejó que se batería se descargara mientras programaba la nueva ruta de vuelo.




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