Me dejé caer contra el frío piso, mi espalda tensándose con el paso del escalofrío y mi respiración agitada. Hacía demasiado frío esa mañana, de no ser por lo agitada y acalorada que estaba, probablemente la simple remera y calzas viejas que estaba usando no me hubiera protegido del resfriado. Me levanté de donde estaba con la misma rapidez que me dejé caer, siseando entre los dientes al cruzarme de piernas.
Jacob, parado a mi lado y secándose el sudor de la frente con su antebrazo, me sonrió.
—¿Ya te cansé, Tay-Tay? —me sacó la lengua en un juego y tendió su mano hacia mí. Mordí mi labio inferior al pelear la sonrisa, tirando de su brazo al levantarme.
—Sólo me aburriste.
Una de las ventajas de entrenar en la mañana era, a pesar de que dolía en los huesos, el frío mismo. No había tanto hedor en todo el lugar, el calor corporal regulaba el calor propio de cada uno, y no te agobiaba tanto al detener la sensación de la sangre cálida pasando por toda tu piel y cuerpo al ejercitarte. No me veía como un tómate en comparación a las veces que me tocaba entrenar en la tarde con unos grados más alto.
Jacob palmeó uno de mis brazos al levantarme, se paró frente a mí y cruzó sus brazos frente a sus ojos para defenderse.
—Vamos, hay que probar de vuelta —me guiñó un ojo antes de acercarse más a mí, mis puños automáticamente copiando su movimiento y protegiéndome del primero que lanzó en mi dirección.
Habían pasado unos pocos días de mi primera misión, Drea todavía bajo la custodia de Olivia por su baja —demasiado baja— nutrición, y también de los ojos de Julia qué, siendo nueva y sin todavía haber hablado sobre lo que había pasado, le causaba desconfianza. Entendía de dónde salía la duda hacia la pobre mujer, pero la realidad era que había algo en ella que no me permitía cuestionar su inocencia. Culpé a su vientre hinchado en mi cabeza.
La nueva idea de un anómalo suelto y peligroso había alertado bastante a toda la ciudad. Las guardias se volvieron más tediosas, horas más largas parados bajo el frío de la mañana o noche, y los objetos o artefactos de valor (más que nada de defensa hacia la ciudad como las camionetas o las armas), habían sido pulidas y listas para ser usadas en caso de emergencia. A veces me sorprendía recordarme que vivía de una manera postapocalíptica y que el mínimo peligro podía significar algo mucho más grande adelante.
Entrenar me permitía olvidar un poco de aquello, por más que fuera exactamente para defendernos. El calor, los golpes, el ardor en las caídas, toda sensación física me desconectaba de las preguntas e ideas que cruzaban mi mente constantemente y que me estresaban. Pensaba en mi hermana, en los gemelos, en mis amigos, en Claire, en Julia, en Drea, en la ciudad y su eterno miedo hacia mí. Me despejaba la cabeza de todo tipo de pensamiento o cuestión que me ocupara la memoria o atención, me ayudaba a escapar un poco de mi vida y razonamiento cotidiano.
Un derechazo de Jacob que atajó mi abdomen me hizo doblarme del dolor, un gruñido surgiendo de mi garganta que lo hizo dar unos pasos hacia atrás.
—Ay, ¿te hice doler? —la entonada en broma me cabreó un poquito, la disimulé en una sonrisa perversa y sin que lo viera venir, en lo que se había distraído para molestarme, prácticamente le hice dar una vuelta con un derechazo mío. Tambaleó unos cuantos pasos— Hija de-
—Ups... —levanté mis cejas unas cuantas veces, ignorando el dolor latente en mi abdomen y moví mis hombros en círculos. Se dio vuelta lo más rápido que pudo para intentar golpearme de vuelta, y de no ser que llegué a verlo, hubiera terminado en el piso con otro puñetazo en el pecho. Cayó de bruces al desbalancearse—. Cuidado con el suelo.
—Ja, ja. Que graciosa.
Lo ayudé a levantarse en lo que, sin haber mirado, choqué mi espalda con dicha persona que tenía una muy baja temperatura. Sentí un pellizco en mi costado antes de cachetear su mano. Estaba entrenando con su gemelo a nuestro lado que se había sumado a nuestro grupo ese día.
—¿Estás seguro de que quieres empezar así? —lo señalé, sus cejas en alto y palmeando su pecho como si aceptara el desafío—. Te recuerdo que terminaste en los casilleros el otro día.
—Tuviste suerte, no vale —Tom hizo un puchero al rodar los ojos, su hermano detrás de él agarrándose el tabique.
—¿Será que van a poder tener una conversación normal y enfocarse en el entrenamiento? —puso sus manos a cada lado de su cadera, exasperado—. Deberían estar entrenando.
Sólo compartí una mirada rápida con los otros dos, una tonta idea en mi cabeza y desaparecí en un parpadeo. Tom frunciendo su boca al darse cuenta de lo que haría, Jacob escondiéndose detrás de una columna, y Noah se quedó en su lugar. Me acerqué con cuidado, calculando mis pasos para que no sean ni visibles ni oídos, mis dedos estirándose para tratar de llegar a su abdomen y molestarlo. No fue hasta que las yemas de mis dedos rozaban su remera, que sus manos cálidas tomaron mis muñecas en un rápido movimiento y tiró de mí.
Estaba tan sorprendida que debí haber aparecido en el momento que solté el quejido y los ojos del gemelo me miraron con intensidad. Terminé tendida sobre su pecho.
—¿Cómo...? —suspiré y él sonrió de costado.
—Puedo sentir tu calor corporal.
Ladeé la cabeza.
—Pensé que no sentían temperaturas ninguno de los dos.
Dio un paso hacia atrás, sus dedos trazando la piel de mi brazo al soltarlo y dejarme incorporarme sobre mis pies.
—Nosotros no sentimos el calor, pero puedo percibirlo —agitó su cabeza en dirección de su hermano—. Él, a diferencia de mí, el frío.
Los miré a ambos al cruzarme de brazos, atónita al sarcásticamente comentar—: Gracias por mencionarlo antes, ¿eh? ¿Algo más que tenga que saber?
Tom se rio por lo bajo al acercarse.
—No por el momento —respondió—. Cuando tengamos más novedades, tendrás la primicia.