Habían pasado demasiadas horas sentada en la silla de la enfermería, y no sólo me estaba doliendo el cuerpo por la mala postura, sino también por la paliza que estaba recibiendo por Tom al jugar otra de las miles de partidas de ajedrez. Habíamos conseguido el tablero, algunas fichas faltaban, las cuales reemplazados con tapas de medicamentos y trazamos la letra de cada pieza sobre ellas. Morgan se había rendido después de haber perdido la primera partida y estaba dibujando en su cuaderno, que su amigo le había traído, mientras que se reía cada vez que perdía como una triunfadora.
Yo era una ganadora en perder, o al menos lo quise ver así cuando Tom volvió a hacerme jaque mate con un maldito alfil.
Lo agarré de un manotazo y lo señalé con él.
—Sabes dónde te puedes meter la piecita esta-
—Que mala perdedora, por favor —se rio, Morgan a mi lado pinchándome con uno de sus lápices para burlarme también—. ¿Quieres la revancha número setenta y tres?
Le lancé el alfil al pecho.
—No tengo miedo de llegar a la centena si significa ganarte.
En lo que volvíamos a poner las piezas en su lugar inicial, noté la presencia de alguien en el marco de la puerta que, al girar mi cabeza hacia ella, me dejó reconocer a Olivia mirándome con cuidado por la décima vez en las últimas horas. Levantó sus cejas cómo si me preguntara si necesitaba algo, y solo bastó que levantara mis dedos pulgares para que ella sonriera y volteara para volver con los heridos que aún quedaban.
Tom, habiendo visto toda la situación una vez más, agitó la cabeza al dejarse caer en su silla.
—¿Va a volver cada quince minutos o qué? —preguntó—. Ya dijo que estabas bien, no entiendo que tanto le pidió el Doc que te viniera a ver.
—Quiere asegurarse que esté verdaderamente bien y que no haya consecuencias —fui medida con mis palabras, tratando de parecer distraída y no atenta a no soltar nada de más—. Según él, debió de tomar mucha energía de mí hacer lo que hice y no quiere que colapse de vuelta.
Frunció los labios en una final línea al escucharme, pensando.
—Todavía no logro entenderlo del todo, ¿sabes? —dijo—. Entiendo que la forma de eclipsarle la anomalía llegó hasta salir de él, lo que hizo que su cuerpo volviera a adaptarse a su naturalidad humana y se quemara por la intensa luz alrededor. Pero; ¿cómo es que todo fue tan rápido? ¿Acaso la energía que de él quedó en el aire o la deshiciste tú? Estamos hablando de una entidad más...
Sólo pude encogerme de hombros y pelear la sensación molesta que recorría mi espalda.
—Mientras más lo pienses, menos sentido tendrá —decidí por decir, evadiendo su teoría—. Créeme, yo dejé de hacerlo.
Mentirle a Tom era lo más odioso que estaba haciendo. Desde que había llegado, después de la charla con el Doc y Troy, Tom había estado preguntando qué era lo que había pasado, qué era lo que había hablado con el Doc y qué teoría tenía él. No poder decirle la verdad fue hasta difícil, porque siempre había sido honesta con él, nunca había tenido por qué ocultarle nada. Y ahí estaba, narrando una teoría al límite de la verdadera y que tendría que cuidar de dichos límites para que no lo cruzaran.
Moví uno de mis peones, que seguramente iba a ser comido en la siguiente jugada, y en lo que Tom pensaba su siguiente jugada —que era mentira, ya la sabía, y lo que estaba haciendo era intentar que la partida durara más—, yo giré mi cabeza en dirección de Claire. De mi pobre amiga, ahora cómodamente peinada con dos trenzas cosidas que le rodeaban el cuello, todavía en su plácido sueño incoherente e irreversible. ¿Qué habría podido hacer con ella si estuviera despierta? ¿El Doc me habría permitido compartir el suceso con ella?
El carraspeo de Tom me distrajo de mi dilema y, sin pensarlo mucho, moví otro peón. Tom bufó.
—Tay, a este punto, pienso que pierdes a propósito.
Abrí la boca espantada de sus palabras.
—No acabo de perder la dignidad decenas y decenas de veces a propósito —ojeé la jugada que había hecho, un espacio vació entre mis peones que le permitía fácil acceso a que, con el caballo que había sacado, pudiera comerme la torre (una tapa de dentífrico) sin defensa. Alcé mi mirada desde mi postura y sonreí con dulzura—. ¿Podrías dejarme salvar esta vez la torre?
Mantuvo sus facciones duras.
—Eres un asco en este juego.
—No fui a torneos de ajedrez como tú, lo siento.
A sorpresa de nadie, ni mía, esa partida volví a perder. Contra una torre y una reina que me acorralaron en el límite del cuadro sin chance de moverme. Solté un largo resoplido en lo que me dejaba caer en la silla, mi cuerpo deslizándose con exageración y logrando que Tom se riera al acomodar las piezas de vuelta.
—Este juego me supera, claramente no es lo mío. Es pura estrategia —resoplé, acomodándome en mi asiento y mirando las piezas—. Yo no analizo la situación, si un peón oponente empieza a aparecer en mi lado del tablero, merece la muerte.
Tom asintió.
—Ajá, eres impulsiva, no sólo en tus jugadas, claro está —soltó con obviedad, riéndose de sí mismo por su ironía. Se quedó en silencio un rato, sus ojos en el tablero, y en un segundo tomó la que era su reina y la miró—. ¿Sabes que tienes el mismo potencial de la reina, fuera del tablero claro, pero la cantidad de puntos que carga por su valor y la importancia de ella en el tablero? Tan valorada que uno debería cuidar y ser listo cuando tenga que ser usada.
Ladeé la cabeza con una sonrisa tonta al acomodarme un mechón de pelo detrás de la oreja.
—¿Me estás diciendo que soy una reina?
—¿Es en lo único que prestaste atención? —fue él quién me lanzó la pieza, antes de que llegara a golpearme, Morgan la había atraído a una de sus manos con su anomalía. Le sonreí asombrada, palmeando sus piernas cuando se levantó de la silla, y apenas me devolvió la pieza, siguió de largo hacia la puerta avisando que se iba al baño. Me volví a Tom con la reina en mis manos y él aprovechó que estuviéramos solos—. Creas o no, esa eres tú para todos nosotros.