Lo primero que sentí al empezar a despertarme, fue el frío que me abrazaba. Escalofríos atravesaban mi columna y piel, lo único bueno de la baja temperatura era que calmaba el dolor latente en el costado de mi cabeza. Sentí como si respirara hielo, mi garganta seca y labios temblando entre sí. Antes de abrir los ojos, hubiera pensado que estaba encerrada en una heladera, hasta que pude parpadear y de a poco empezar a ver en la oscuridad que me rodeaba. No había ni una pequeña luz, mi vista se tuvo que adaptar aún más para encontrarme con las barras que me rodeaban, y cuando quise acercarme para guiarme, el dolor en mis brazos me detuvo.
Con mi cabeza todavía latiendo, tuve cuidado al hacerla hacia atrás, peleando por encontrar el causante de mi dolor. Lo primero que encontré fue un parpadeo de una pequeña luz en rojo, en el medio de unas esposas que eran familiares y que me encadenaban las muñecas. Ambas estaban acompañadas por un nudo en cada una, tan apretado que la sangre no llegaba a mis manos, y que colgaban parte de mi cuerpo hasta tenerme en la punta de mis pies.
Muchos nombres empezaron a venir a mi cabeza, preguntándome dónde estaban, qué había pasado, qué sería de ellos y cómo podría ayudarlos. Después empecé a razonar que yo estaba en problemas igual, o peores, de lo que ellos estarían. El golpe que me habían dado no me ayudaba a razonar, y recientemente habiendo recuperado la consciencia, todo parecía ser prioridad y preocupación.
En lo que terminaba de despertarme y comenzaba a entender en dónde estaba, todos los recuerdos de antes de desmayarme volvieron como un puñetazo atrás de otro. Los movimientos mecánicos, los ojos nublados, toda la ciudad buscándome, el Doc y Troy sacrificándose para darme tiempo de buscar a Morgan, mi hermana golpeada y yo viendo a la causante derribarme a mí. Sentí más frío rodearme, probablemente por la furia creciendo y tomando calor en mí, y sólo por la picazón en mis manos me obligué a relajarme.
Sin embargo, tironeé de mis muñecas con fuerza, tratando de liberarme de las sogas que me ataban. Las esposas parecían rígidas en mí, algo que me hizo ladear la cabeza al recordar la última vez que las había visto ser usadas; ¿cómo era que yo estaba despierta si estaban titilando en funcionamiento? ¿Serían los guantes que también seguían en mis manos? Sin lograr ni un mínimo cambio, al quedarme quieta con un gruñido, en el silencio de la prisión donde estaba, llegué a escuchar un barullo.
Alguien estaba ahí también.
—¿Hola? —llamé, cuidadosa de mi tono de voz. Susurrando o no, mi voz hizo eco en todo el piso—. ¡¿Alguien me escucha?! ¡¿Hola?!
Sólo me volvió a responder mi voz repitiendo lo mismo en un eco. Y un suave murmullo.
—¿Quién está ahí? —murmuré, notando cierta cercanía. Dije el primer nombre que se me ocurrió—. ¿Morgan?
No hubo respuesta concreta, sólo el sonido del barullo que continuó. Al agudizar mi audición, empecé a notar que eran más susurros sin forma más que sólo un barullo, y por el tono de voz, reconocí una tonalidad masculina. Me tomé unos segundos más para asegurarme.
—¿Doc? —pregunté, otros segundos más sin respuesta que me confirmaron que no era él, y tragué en seco antes de darme cuenta de quién podría ser—. ¿Troy...?
Un tipo de sonido extraño provino de la garganta de él, reaccionando a su nombre y tardando simples segundos antes de volver a sus murmullos. Lo llamé otras veces más, teniendo las mismas reacciones, y comenzando a preocuparme, unos pasos me hicieron detenerme.
Podía distinguir su silueta en la oscuridad de la noche, no vi su rostro, y por la postura que llevaba fue lo que me confirmó que era ella. Sentí que se me acumulaba veneno en la boca.
—Yo que tú no lo intentaría tanto... —escuché que soltó, tomándose su tiempo para aparecer frente a mí—. Digamos que no está en condiciones para tener una conversación.
Me tembló la boca.
—Tú...
Marla dio unos pasos más adelante, encendiendo una linterna que cargaba e iluminándome con ella el rostro. La luz repentina me hizo girar la cabeza, mis ojos cegándose por la intensidad, y escuché cómo se reía.
—Que tal, Taylin —saludó, una normalidad absurda en ella. Caminó por el costado de mi celda, chisteando con la lengua y sonriendo de una forma tan perversa que hasta me dio un vuelco el estómago—. Sabía que esas esposas no iban a hacerte mucho a ti, pero hicieron un buen trabajo para poder meterte dentro de esa celda. ¿Qué piensas? ¿Crees que hice un buen trabajo?
La singularidad de su palabra me hizo ladear la cabeza. Tenía una sarta de emociones mezcladas con expresiones que quería gritarle en la cara, preguntas que sabría que su respuesta no sería más que inaceptable. Mi lengua se enredaba en el inicio de cada una, no sabiendo qué decirle primero, hasta que lo que pudo formularse sonó más como un:
—¿Qué...? ¿Por qué...? Hija de...
Marla volvió a reírse, arrastrando un banco de madera que estaba cerca de una puerta que, suponiendo que era la salida, era para alguien que hiciera guardia. Apoyó sus pies en las rejas, sin dejar de alumbrarme con la linterna.
—Oh, Tay-Tay, puedes tomarte tu tiempo para hablar. No vas a salir de acá, con lo cual —golpeó los caños para terminar de confirmar mi confinamiento y se dejó caer en su asiento—. Puedes decirme, preguntarme y hasta gritarme lo que quieras. Nadie puede oírte y menos ayudarte.
Pensé en mis amigos, en el estado que los había visto la última vez, y después me acordé de mi hermana. ¿Dónde estaban ellos? ¿Qué sería de ellos? ¿Cómo podría ayudarlos? Había tanto que cruzaba por mi mente, tantas ideas o pensamientos, que fue hasta difícil poder centrarme en la conversación que Marla estaba pensando tener conmigo. ¿Cómo era que nadie la había detenido? ¿Qué era específicamente lo que había hecho ella?
Decidí empezar por mis prioridades.