Nova Star

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Había pensado que no iba a encontrar ningún peor sentimiento que el dolor, que me estrujara el corazón y me hiciera ahogarme en lágrimas contra la almohada. Pensé que tampoco iba a sentir algo que me hiciera odiar más toda la circunstancia que estaba viviendo, que era imposible que algo más se sintiera y viera peor de lo que todo estaba.

Hasta que sentí el vacío y la nada misma en mi corazón.

Era como una sensación de estar entumecida, nada presionando mi pecho más que mi propia respiración y con pocas ganas de absolutamente hacer algo al respecto de mi estado. Lo único que quería hacer era hundir mi cabeza en mi almohada, deslizarme en mis sábanas, y tratar de buscar un tipo de calor que pudiera volver a dormirme con la esperanza de despertar y no sentir un agujero de nada en mi pecho.

Estuve días así, en lo que la líder de Costa Norte nos había obligado a quedarnos en nuestros departamentos y sobrevivir con lo que hubiese a mano; todo para no atraer a nadie más a la ciudad. Tras el suceso de... tal rastreador o detonante, habían tomado la precaución de "desaparecer" del radar de cualquier bando. Irónicamente, el término de "desaparecer" era lo suficientemente amplio como para sentirme hasta representada.

Incluso desde dentro de cada edificio, teníamos prohibido cruzar a las habitaciones continuas, lo cual significaba que no podía verlo a Tom. Ni a Luna, ni a Aiko, ni a... nadie que quedara de mis amigos. Olivia me había hecho el mínimo favor —al pasar por nuestro departamento en una recorrida para ver que no había nadie más herido— de avisarme que Drea y sus hijos estaban bien, que estaban preguntando por mí. En mi estado ausente, sólo pude decirle que no se preocupara. No aclaré que estuviera bien y Olivia pareció entenderlo con una sonrisa triste.

Obligatoriamente —e irónicamente— tuve que salir en el tercer día para reunir a todos los del entrenamiento y ver en qué situación estaban. Yo había dejado de ser parte de aquel grupo desde hacía semanas cuando entrenaba con Sue, lo cual pensar en ella y en dónde estaría me apretaba los pulmones. Fui sólo por ella ese día, parándome en el centro de entrenamiento junto a los demás que quedaban, que eran la mitad o menos de los que éramos. Todos compartíamos las mismas facciones, caídas y detonadas.

Ese día vi a Tom después de que me dejara en mi departamento la noche que su hermano se fue. Había entrado último con Enzo a su lado, un buzo en él con su capucha puesta. Me hizo acordar a la versión de él cuando estábamos en la escuela y él pensaba que su hermano estaba muerto, mucho antes de que escapáramos juntos. Era la misma situación, sólo que ahora sabía que su hermano tenía la muerte literalmente colgando de su hombro.

Parada en el centro de todo, sin saber en qué Nivelación pertenecería después de todo, cruzamos miradas brevemente. Tuve la intención de acercarme, quise hacerlo, pero todo mi cuerpo parecía tan pesado que lo único que hice fue compartir esa mirada. Él tampoco me sonrió o algo, no tenía con qué, y siguió los pasos de Enzo subiendo las escaleras al cuarto de reuniones y se metió en él.

Era obvio que Tom iba a ocupar el lugar vacío que su hermano había dejado en el grupo. Quien lo seguía en fuerza, entrenamiento y conocimiento militar —por más que fuera por su nefasto papá—, era él. Me apenó que debiese tener esa responsabilidad aun saboreando la soledad de la ida de su gemelo. Me arrepentí ese día de no abrazarlo.

Ese día fui yo quien golpeó la pared del cuarto de Morgan tres veces, la rutina que habíamos hecho con él y su hermano tras llegar a la ciudad. La pared de mi hermana era la que daba hacia el cuarto de él, estaba segura. No recibí respuesta y tampoco no tenerla era una. Era su espacio.

La lluvia que había comenzado el espantoso día había decidido quedarse por un rato, el sol recién entrando en mi ventana en el quinto día de aislación y que no cambió en absolutamente nada mi humor. Estaba acostada en mi cama, mi espalda pegada a la pared fría de mi cuarto, una mínima esperanza de que sintiera los tres golpes. Algo que me reviviera las ganas de levantarme, de no sentir la culpa de haber traído a Marla a Costa Norte, y que me trajera devuelta todo lo que había perdido.

Había enterrado los dedos en mi almohada y escondido el grito de ira que ardió en mi pecho. Quería sentir algo, quería que el vacío se llenara.

Al séptimo día en la madrugada, logré salir de mi habitación después de una ducha —demasiado larga e hirviendo— y me senté en la mesada del comedor. Había hecho una taza de café y miraba el vapor salir de ella, sin saber qué buscaba ya, y deslizando mi cabeza hasta apoyarla contra la mesada. ¿Cómo era que me sentía cansada si lo único que había hecho en los últimos días era esconderme detrás de mis sueños? Más allá que estaban plasmados de los desaparecidos, de quienes se habían ido, ¿Por qué sentía que no podía descansar absolutamente nada en mí?

Una lágrima sin sentido hizo el recorrido de mi comisura, cruzando mi nariz y cayendo por mi otra mejilla apretada contra la mesada. Vacía, en la nada, en modo automático y ausente a absolutamente todo; las lágrimas eran las únicas que tenían sentido.

No supe cuánto tiempo estuve así, sólo un carraspeo me hizo abrir los ojos, encontrándome con la sala más iluminada con el sol y la taza ya habiendo enfriándose. Desde mi perspectiva, Morgan estaba detrás de la taza.

            —¿Tay...? —no la había ni escuchado abrir la puerta de su cuarto, que usualmente estaba abierta al, cada noche, deslizarse en mi cama para acompañarme. Moví la taza de mi vista como respuesta y ella suspiró. Tenía su mochila escolar colgando de su hombro—. Voy a ir al departamento de Simo... tenemos que ir a la escuela.

Fruncí el ceño y tragué en seco—: ¿Cómo...? No hay escuela.

Se relamió sus labios nerviosa.

            —Enzo pasó ayer, no lo escuchaste —aclaró. Levanté brevemente la cabeza.



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En el texto hay: poderes, revolucion, evolución

Editado: 10.07.2023

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