Desperté en un jadeo, mis ojos abriéndose en un instante y mi cuerpo moviéndose de dónde estaba sentada ante la sensación de frío por toda mi columna. Había corrido hacia ella, había gritado su nombre, y cuando estaba por tomar su mano, que había tendido hacia mí con la misma necesidad que yo, y me esfumé en el aire hasta volver a mi realidad.
Mi cuerpo se desbalanceó, mi cabeza habiéndose olvidado de todo tipo de movimiento, y caí sobre la cama. Sentía toda mi tráquea helada, el aire que inhalaba como si la temperatura estuviera bajo cero, y sólo cuando giré mi cabeza, reconocí al gemelo mirándome extraño. No, preocupado. Estaba diciendo algo que mis sentidos todavía no podían captar.
Mis pensamientos estaban totalmente dispersos por el lugar, entre el sueño extraño que había tenido, una corazonada que me repetía lo contrario, y lo único que pude formular fue un:
—¿...Eh?
La mano de Tom volvió a su color normal y se inclinó hacia mí. Me agarré de sus antebrazos, no recordando lo que era tener balance más o menos.
—¿Qué te pasó? ¿Qué estabas haciendo?
Parpadeé un par de veces, tratando de acomodar los sentidos, emociones y pensamientos en una misma línea. No sabía que le estaba pasando a mi cabeza, pero parecía haber entrado en corto circuito después de ese sueño. ¿Sueño? ¿Lo podría haber llamado así? Las ganas de llorar que tenía atoradas en la garganta me daban la respuesta que buscaba.
Analicé a mi alrededor cuando el gemelo me tuvo que ayudar a sentarme en la silla que, en lo que desperté, la había lanzado fuera de lugar. Raramente, la cama de Claire estaba movida, las cortinas desarmadas y algunos libros se habían caído de sus estantes. Hasta que Tom no me hizo prácticamente atorar con un vaso de agua, no pude reaccionar como una persona normal.
Tosí el agua sin querer y respiré hondo.
—¿Qué...? —volví a toser, mi voz ronca—. ¿Qué pasó?
Tom acomodó la cama de vuelta en su lugar. Nunca relajó sus facciones preocupadas.
—No lo sé, tú dime. Tuve que despertarte —contestó, cruzándose de brazos del otro lado de la camilla. Mi cabeza latía—. Tú eres la que estaba brillando e inconsciente.
¿Brillando?
—Estaba durmiendo.
—¿Y ahora es normal eso? —preguntó—. ¿Volverte Campanita mientras duermes?
Lo miré sin entender, ni lo que me decía, ni lo que había pasado en la habitación y menos que menos lo que había visto. A quien había visto. Trataba de agarrarlo como podía, una imagen suave en mi mente que me costaba hasta que se quedara en mi memoria. Parecía no ser de ahí, que no tenía lugar dónde quedarse, y era como tratar de agarrar aire con sólo las manos. Se esfumaba en cuestión de segundos.
Tenía mi nombre siendo llamado en un grito, el tono de voz impregnado contra mis orejas. Tuve que tragar pesado en nudo y acomodé mi pelo, todo revuelto, fuera de mi rostro. Tom debió notar las lágrimas acumuladas y relajó su rostro.
—¿Tay?
Mi corazón latía con una mezcla de emociones que no supe descifrar, lo que mi mente tampoco podía decidir. Inconscientemente mis ojos cayeron en mi amiga.
—Ella estaba ahí, en mi mente. Estábamos en su casa... —cerré los ojos intentando recrear la escena, su cuarto con luces y acolchado verde, un olor dulce y sensación fresca. La sala de tres sillones, la huerta. La flores que se le habían caído—. Ella estaba ahí.
El gemelo frunció su boca en una línea.
—Sólo fue un sueño, Tay, tenemos mucho de esos.
No me di cuenta de que mi cabeza estaba negando antes de decírselo.
—No, era...era muy real —contesté—. Estábamos en su casa, un lugar que nunca conocí, pero que sabía que era de ella. Estaba Julia, sólo que no era nuestra Julia, sino que era su mamá. En el rol que conformó la vida de Claire.
Volví a centrarme en ella, mirando sus facciones, las mismas que había visto reconocerme y gritarme. El entero de jean, el pañuelo para apartar su pelo. Mi mano atrapó la suya con seguridad, mi pecho comprimiéndose ante la mínima idea de haberla tenido cerca, fuera un sueño o no. Yo sabía qué eran mis sueños, estaba acostumbrada a ellos incluso, y estaba más que segura de que algo más había pasado en el medio.
Nunca había despertado tan desorientada en mi vida, ni cuando me desmayaba o me golpearon hasta dejarme inconsciente. Mi mente no había parecido estar...activa en mí.
Tom suspiró.
—Estuviste con Marla hace unas horas y abriste tu mente a ella, por ahí algún recuerdo de Julia atravesó aquel encuentro y quedó en ti —dijo, mirando a nuestra amiga de costado y acariciándole el dorso de su mano—. Después de todo, a ella le lavó el cerebro.
Algo no cuadraba, yo no había visto los recuerdos de Julia en Marla, y tampoco los busqué. Sí, era verdad que no tenía el control absoluto en la anomalía y podría haber permitido, inconscientemente, que ciertas cosas atraviesen a mi mente y que ahora perduraran. Podría no haberlas ni sentido entrar. Sólo que era esa corazonada, la misma que había sentido dentro del supuesto sueño o recuerdo, que me decía que no. Que escuchara y volviera a pensar. Las lágrimas se sintieron más pesadas.
—Fue un sueño mezclado con algo que debe haberse metido en tu cabeza... —Tom suspiró.
—Se sintió tan real, Tom, ella estaba...estaba ahí. Mirándome, me reconoció, me llamó —se cortó mi voz brevemente, peleando con la corazonada y la lógica. Ella era una caída—. Se sintió como si fuera ella de verdad. Que fue...que fue real.
—Lo fue.
Como un látigo, mi cabeza volvió hacia Tom:
—¿Qué?
El gemelo parpadeó.
—¿Qué de qué?
—Me acabas de decir que fue real.
Frunció las cejas: —Yo no dije nada.
—¡Pero te acabo de escuchar!
—Yo no hablé.
—¿Me escuchaste?
Salté de la silla, empezándome a enojar.