Estaba confundida, enojada, conmocionada y decidida. Una mezcla de sensaciones que afirmaban mis pasos sobre la grava y bloqueaban todo tipo de duda que se formara en mi cabeza. Recién había entrado al grupo líder, tenía que actuar bajo órdenes, y estaba segura de que estaba ya desobedeciendo una con apenas horas de estar dentro. Si era o no tiempo récord, me daba igual una palmadita en la espalda. Marla no iba a zafarse de mí incluso si Enzo o Julia —que lo dudaba— me trataran de detener.
El hotel seguía igual de oscuro en lo que volvía a caminar por sus pasillos. En la entrada me encontré con las paredes aún marcadas por el fuego que había atravesado por las puertas del comedor, encogiéndome el corazón, y en lo que miraba las tablas de madera que decoraban el piso al dirigirme hacia las escaleras que me llevarían para la prisión, ojeé el recorrido de astillas dañadas. Recordar esa pelea con ambos gemelos me hervía y helaba la sangre, irónicamente. Pensar en ese día me retorcía demasiado el estómago.
Bajé las escaleras de dos en dos, pasando por el primer subsuelo y rápidamente llegando al segundo. Luna no estaba en la puerta ese día, no le tocaba guardia. Me quedé quieta al verla a Aiko parada ahí, un arma pequeña en sus manos. Por alguna razón, me incomodó que la tuviera. Era anómala, podía partirme el cráneo de un grito. No era necesario el metal en sus manos.
Incluso con toda la ira y decisión que golpeaba mi pecho, no podía exigirle nada. No a ella, que no sólo no me esperaba verla aguardando la celda de la persona que la había manipulado peor que al resto, sino que sabía lo frágil que la había dejado. O bueno, me daba la idea suficiente.
—Hola, Aiko —le sonreí como pude, aun hirviendo con el recuerdo fresco del recién despertado. Me estaba conteniendo lo justo y necesario para no cruzar la puerta de una patada—. Vengo a verla a Marla. Tengo preguntas para ella.
Obviamente, no contestó. Si lo hubiese hecho, dudaba que mis tímpanos sobrevivieran. Lo único que hizo fue fruncir el ceño, cómo si se preguntara el porqué estaba ahí o si estaba habilitada. La última vez Luna me había dejado pasar, sin permiso de nadie, sólo porque era yo. Todavia considerando a Aiko mi amiga, ella no parecía tener sentimientos mutuos por alguna razón.
Agité mis hombros ante esa sensación molesta en los hombros. Tenía ganas de meterme en su mente, de tratar de comunicarme con ella, y sólo al mínimo intento, cerré los ojos con fuerza cuando sus gritos internos me aturdieron. No, no podía oírla. Había armado una barrera mental con sus propia anomalía, inhabilitándome de siquiera intentarlo.
Contrariamente al desastre que gritaba en su cabeza, ella no movió un gesto de su rostro más que sus cejas contraídas. Una máscara inmutable y desgastada, las venas debajo de sus ojos más marcadas, que no reflejaba su miedo. Decidí no decir nada, mordiéndome parte de la lengua y volví a sonreír.
—Sólo son preguntas, las necesarias para decidir sobre su futuro —aclaré, lo que la hizo tirar su cabeza hacia atrás. Quise adivinar qué fue lo primero que se le cruzó por la cabeza al escucharme, mi curiosidad siempre al tanto de cada mínimo detalle, y tuve que patearla hacia atrás—. Necesito obtener la mayor cantidad de información posible de ella, la que sea. Militar, anómala... y para Troy.
El único indicio de haberme escuchado, más allá de no sacarme la vista de encima, fue la forma en la que se mordió el labio inferior al escuchar lo último. Troy era una buena persona, más allá que inteligente y audaz, algo que sabía que recordaba. Después de todo, Aiko (bajo el manejo de Marla) había sido quien lo había inhabilitado primero antes de ir por el Doc. No había notado que había tocado cierta culpa en ella, y usado esa carta, para hacerla reaccionar. Se hizo a un lado, tomó el picaporte con fuerza y dejó de mirarme una vez que abrió la puerta.
Por más actitud seca que estaba teniendo conmigo, me detuve un segundo frente a ella para soltar—: Gracias.
El foco de luz seguía colgando del mismo lugar que antes, iluminando poco y nada del lugar, lo justo para permitirme ver la silueta dentro de la celda. Dos guardias más estaban dentro, que, en una rápida sonrisa y ademán, pedí que salieran. Ellos lo hicieron, Aiko, en cambio, se quedó contra la puerta. A ella no pude pedirle que saliera, si quería estar dentro, que lo estuviera.
Si días atrás la había visto en pobre estado, Marla ahora literalmente se había encogido tanto en talla como altura. Llegué hasta ver los huesos de su columna, algo que me habría hecho tener pena de ser otra persona. En ella, sólo me hizo mirar para otro lado. Seguía sin ser algo lindo de presenciar.
Queriendo ir directo al grano, apreté la mandíbula antes de comenzar.
—Trabajabas en la correccional de mi pueblo —hablé alto y claro, interrumpiendo el silencio al que estaba acostumbrada y dio un respingo por la sorpresa. Se tomó su tiempo para girarse hacia mí, sus pómulos como protagonistas de su rostro, sus ojos hundidos y boca reseca. Estaba más cerca de parecerse un esqueleto que a ella misma. Se levantó con dificultad de dónde estaba, irguiendo su espalda, una postura más fuerte. Incluso si quería levantar las cejas y burlarme en una sonrisa, sólo me crucé de brazos—. Conocías a personas de la ciudad de antes, de tus años como militar...
Sonrió, sus dientes habiendo tomado cierto color amarillento que no tenía antes. Hizo crujir su cuello, tan seco que me tomó por sorpresa, y suspiró con alivio.
—Que lindo es verte a ti también, Tay-Tay, me encuentro viva, gracias por preguntar —su tono amargo salió primero antes que tratara de aclarar la garganta, con poco uso de su voz, claramente reseca. Respiró con fuerza, acercándose a dónde estaba, y manteniendo distancia al mismo tiempo. La última vez que se había acercado así, le había estampado el hombro y gran parte del cuerpo reiteradas veces contra las barras. Noté que usaba poco ese brazo y pensé en que podría habérselo roto. Ojalá. Sonrió—. Me he enterado de tu logro con mi anomalía... las palabras vuelan rápido.