Me miro al espejo una vez más antes de salir de la habitación. El vestido verde pálido que elegí resalta mis ojos, como siempre me dijo Sierra. Mi cabello, castaño claro, casi rubio, cae suavemente sobre mis hombros, con un brillo que nunca he tratado de alterar. La fragancia que he rociado es suave, casi imperceptible, pero para mí es suficiente. Hoy, no se trata de destacar, se trata de ocultarme, de desaparecer dentro de todo lo que está ocurriendo.
La verdad es que tengo miedo. No de lo que voy a hacer, no exactamente. Sino de lo que no sé. Leo... No sé qué me pasa con él, pero algo no cuadra. Cuando mi hermana me dijo que no podía confiar en él, esas palabras no salieron de su boca, pero se instalaron en mi mente. Ahora, todo lo que hago es pensar en lo que oculta, en lo que no me ha dicho. Y eso, eso es lo que me atormenta.
Vivo en un pueblo pequeño llamado Assos, ubicado en una ciudad de Grecia, uno de esos que los turistas llaman —encantador—. No sé si es por la tranquilidad de las montañas o por la estabilidad que todos creen que tenemos, pero siempre he sentido que este lugar es un tipo de cárcel. Aquí nadie pierde la casa, nadie sufre por falta de comida. Todos se conocen y se ayudan. Nos hemos acostumbrado a esa comodidad, y, al menos en lo que a mí respecta, nunca quise quedarme. Siempre he soñado con algo más allá de estos límites. Pero aquí estoy, atrapada, por las circunstancias.
Assos es un pintoresco y pequeño pueblo costero ubicado en la isla de Cefalonia, una de las islas Jónicas de Grecia. Este encantador pueblo está rodeado por una impresionante belleza natural y es conocido por su atmósfera tranquila, calles empedradas, y vistas espectaculares.
Vienen turistas de cuando en cuando. Las personas se cuidan entre ellos. A veces uno que otro chismoso como todo pueblo pequeño, pero no cambiaria esta estabilidad por nada.
Y menos para casarme con un Vanderweed.
—Valeria, Leo está aquí —la voz de mi madre me saca de mis pensamientos. Mi corazón da un vuelco. El miedo se instala como una presión en mi pecho.
Voy hacia la sala. Leo me espera allí, con su camisa blanca remangada hasta los codos. Es un hombre atractivo, con un aire de confianza que siempre me tranquilizó. Hasta ahora. La preocupación no desaparece, y mis piernas parecen moverse solas, obligándome a enfrentar la realidad.
—¿Valeria? —Su voz es suave, pero la noto tensa—. Estás hermosa.
Sonrío, pero es una sonrisa vacía. ¿Cómo puedo estar hermosa cuando siento que mi mundo se está desmoronando? Me acerco a él, y sus labios tocan los míos, pero el beso me sabe a despedida.
Leo es atractivo, no espectacularmente atractivo creado por los dioses, pero es de buen físico.
—Tenemos que hablar —le digo, y mi voz suena más firme de lo que me siento.
Leo se detiene. Sus ojos, normalmente llenos de cariño, ahora se oscurecen con la incertidumbre.
—¿Qué pasa, belleza? —pregunta, su tono preocupado me revuelca el alma. Lo odio y lo amo al mismo tiempo.
Me siento frente a él. La sala está en silencio, y el peso de lo que tengo que hacer cae sobre mis hombros. No sé si soy capaz de terminar con él de esta forma. De todo lo que podría ser nuestra vida juntos, es ahora cuando entiendo que nunca existió. Solo era un sueño, y los sueños, como todos sabemos, no son reales.
—Estuve hablando con Sierra —murmuro, y sus ojos se agrandan.
La tensión en el aire se puede cortar con un cuchillo.
—¿Qué…? —balbucea, y de pronto, su nerviosismo se hace palpable. Se levanta y empieza a caminar por la habitación. —sobre…mira cariño, tu hermana con esto de su viaje en septiembre esta muy loca. Ya lo sabes…no se que pudo haberte dicho pero ya sabes como es Sierra.
Yo lo observo en silencio, esperando que se decida a decirme lo que no quiere. Mi corazón se acelera. Sé que no estoy preparada para lo que va a venir, pero no puedo dar marcha atrás.
Su forma de hablar de inmediato, criticando a Sierra me hace entender que algo malo ha hecho.
—¡Perdóname, Valeria! —de repente, se lanza a mis pies, su voz quebrada. ¿Qué está haciendo?
—¿Qué sucedió? —mi pregunta es apenas un susurro, pero en mi interior estallo en pedazos. —¿Qué paso?
Leo me mira, desesperado, con los ojos desbordados de lágrimas.
—Fue solo una vez —balbucea—, te juro, fue solo una vez. No sé qué me pasó, no sé qué hacer… Fue un error, pero jamás volverá a suceder.
¿Es esto una confesión de infidelidad? No sé si estoy tan en shock que no lo puedo procesar o si en realidad no quiero creer lo que mis oídos están escuchando.
Nosotros no teníamos una vida sexual muy activa. Viviendo el en casa de sus padres y yo en el segundo pido de la casa de los míos, compartiendo espacio con Sierra, no es que tuviéramos mucha privacidad. Pero al menos una vez al mes nos veíamos.
Según sierra no teníamos sexo y romance los suficiente pero para mí estaba bien. El siempre estaba ocupado. Era reportero turístico. Siempre viajando de ciudad en ciudad.
Ahora nada de eso me parece casualidad.
Ahora pienso que todo tiene que ver con el hecho de que dice haber cometido un error.
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Editado: 04.01.2025