Había pasado la noche en la playa, volví bastante tarde de la madrugada a mi casa La imagen de un desconocido aún rondaba en mi mente, su rostro borroso y su voz, profunda y seductora, resonando en mis oídos. El hombre de la playa, ese extraño con quien compartí un momento tan intenso, tan fugaz.
Me dormí nada más subir y quitarme la ropa. me duche deprisa embriagada por el recuerdo de lo vivido.
¿Que estoy haciendo?
Yo no soy una mujer de revolcones de una noche.
Yo no soy la clase de mujer que se acuesta con desconocidos.
jamás.
Solo he tenido sexo con dos hombre en mi vida. Soy un alma vieja como mi hermana Sierra siempre dice. No soy la típica mujer de veintiséis años que anda de fiesta en fiesta. Me gusta lo que hago, lo que soy. Me gusta cocinar, salir a dar paseos por la playa, sentir la arena en mis pies. Tomar café, sentada en el balcón de mi casa mientras veo las personas pasar.
Soy una mujer bastante calmada. Me gusta la tranquilidad. lo que controlo, lo que conozco.
Odio los cambios de escenarios y me molestan las personas desordenadas.
Me dormí con ese pensamiento. No soy la mujer de la playa.
No soy ella.
Me desperté de golpe, con la sensación de que todo había sido un sueño. Un sueño que no podía recordar con claridad, pero que había dejado una huella difícil de borrar.
Miré el reloj en la mesa de noche, y el tiempo parecía haberse detenido. Mi boda estaba a solo unas horas de distancia, y a pesar de la claridad del día, el nudo en mi estómago no desaparecía.
—Es lo correcto— me repetía a mí misma. Pietro, mi prometido, era el hombre con el que me casaría. Ese matrimonio no era una elección de corazón, sino una decisión tomada por razones de conveniencia y estabilidad. Mis padres y los suyos se habían encargado de que nuestras vidas se unieran, y no tenía derecho a cuestionarlo.
Mi madre me había dicho innumerables veces que no debía esperar un amor romántico.
—El amor llega con el tiempo, hija. Lo importante es el compromiso— me había explicado, y aunque sus palabras no me daban consuelo, sabía que su voz era sabia. Sabía, pero con interés. Ella sabía bastante bien lo que mi padre había estado trabajando durante estas últimas semanas. Ella había estado de acuerdo. Había sido partícipe de este matrimonio de este acuerdo, de esta boda falsa, aunque en papel fuera bastante real. Ella había estado jugando a Dios, al igual que mi padre. Ambos serán responsables por este mal.
¿Cómo podían hacerle algo así a su hija mayor?
¿Cómo podían descargar toda la responsabilidad en los hombros de su hija?
A mi padre no le había importado. Sí era cierto. Como mi madre bien había dicho, él había cambiado. Estaba diferente desde la muerte de sus padres. Sin embargo, no era mi culpa. Ese accidente no fue mi culpa. Yo no tenía por qué hacerme cargo de lo que él había ocasionado. Bebidas. Faltas de respeto, acoso. Violencia, mi padre había cambiado, no era ni sombra de lo que había sido.
Mi semana, mi verano, iba todo de mal en peor me había entregado durante 2 años a un hombre que lo único que había hecho era serme infiel.
Para Leo yo no era más que una del monto.
Si tenía que casarme con alguien, al menos me casaría sabiendo que era todo. Sabiendo que esa persona no me amaba, era muy diferente intentar mantener una relación con una persona en la cual creías a ciegas.
Eso duele más.
A lo mejor la noche anterior había sido lo necesario. Para comenzar de nuevo.
Para tener una nueva expectativa de la vida.
Hacer el amor con un completo desconocido en la playa, en la oscuridad de la noche, sin saber siquiera si su nombre real era el que me había dicho.
Su voz, su cuerpo, sus manos sobre mi piel eran algo que jamás olvidaría.
No había lugar para dudas. No podía cambiar lo que ya estaba decidido.
Al llegar a mi casa, la atmósfera era un torbellino de actividad. La entrada estaba adornada con flores, y en el aire se percibía un ligero perfume a rosas. Las preparaciones para la boda estaban en su punto máximo, y yo apenas podía procesarlo.
Mi hermana Sierra me recibió con una sonrisa tan amplia que me hizo pensar que todo iba a salir bien. Pero sabía que, por dentro, ella también estaba nerviosa. Ninguna de nosotras podía esconder lo que sentíamos.
Ambas sabemos que aquel matrimonio no era lo que yo deseo.
Pero asimismo, ambas sabemos que yo no iba a dar marcha atrás.
—¡Valeria, ya estás aquí!— exclamó Sierra, acercándose rápidamente. —Vas a verte increíble, ya lo verás. ¡Es tu gran día! —dijo mi hermana mientras me abrazaba. —Todo va a estar tan increíble. ¡Estoy tan emocionada por ti, vas a ser la novia más bonita que jamás hayan visto esto plebeyos!
La miré, intentando sonreír, pero mis pensamientos seguían atrapados en lo que había sucedido la noche anterior. Aunque sabía que debía dejarlo atrás, no podía evitar preguntarme si ese extraño, ese hombre en la playa, me habría cambiado de alguna manera.
En ese momento, escuché unos pasos suaves y una voz familiar en la puerta. Mi madre había llegado, como siempre, con su aire de autoridad y calma.
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Editado: 04.01.2025