La modista ajustó el corsé con manos hábiles, apretando un poco más de lo que hubiera preferido. Un suspiro escapó de mis labios sin que pudiera evitarlo. Mientras me miraba en el espejo, algo dentro de mí se revolvía. ¿Por qué no podía sentir la emoción que se supone que debía experimentar en un día como este? La mirada de mi madre, siempre tan firme, se mantenía fija en mí, como si pudiera leer mis pensamientos. Sabía que estaba distraída, pero no sabía cómo poner en palabras lo que me atormentaba. El desconocido de la playa, aquel hombre que no recordaba bien pero cuyo calor y presencia aún me abrasaban por dentro, estaba dando vueltas en mi mente como un eco persistente.
Mi madre se acercó, me tocó el hombro y me dio un apretón. La expresión en su rostro era la misma de siempre: una mezcla de autoridad y calma. No podía dejar de pensar en cómo nuestra vida estaba a punto de cambiar para siempre.
Sexo sin protección.
Eso había tenido.
Yo tomo la píldora.
Se que embarazada no pude haberme quedado de Antón.
Sin embargo…enfermedades, eso si era preocupante.
Yo tome dos copas de vino rápido antes de salir de la casa, pero no para que esto adormeciera mis sentidos.
Estuve consciente todo el tiempo. Este desliz no puedo achacárselo a nada mas que a mi despacho, que a mi dolor, al desamparo que siento; pero mas que nada, a la situación que tengo encima: el matrimonio con Pietro Vanderweed.
—Te ves hermosa, Valeria —dijo con voz suave, aunque sus ojos no dejaban de evaluar cada detalle.
Intenté sonreír, pero mi rostro parecía más tenso que de costumbre. El vestido blanco, que a simple vista era perfecto, de repente me parecía una prisión. Un traje hecho a la medida de las expectativas de todos los demás, pero no a la mía. ¿Por qué no podía ser diferente? ¿Por qué no podía estar emocionada como una novia normal, como cualquier otra mujer que se casara por amor?
Sierra, que hasta ahora había permanecido en silencio, se acercó con su característico tono de entusiasmo juvenil.
—¡Te ves impresionante! Este vestido es... es tan tú, Valeria. ¡No puedo esperar a verte en la iglesia!
—En la oficialía. —corrijo.
Gracias a Dios no será una boda por la iglesia.
Al menos así no se sentirá que el miento a Dios.
¿Amar a Pietro Vanderweed? Jamás.
¿cuidarlo hasta que la muerte nos separe? ¡ni siquiera le conozco!
No, mejor así. Cuando mi madre hace un momento me dijo que seria en la oficialía no pude estar mas complacida. Soy muy creyente de Dios y esto...esto se que no esta bien.
Mis ojos se encontraron con los suyos en el espejo. En sus ojos brillaba una especie de alegría genuina, un brillo que yo no podía compartir. Sonreí débilmente.
—Pueden salir todos? —mi hermana no esperó a que ninguno dijera nada. Los fue empujando suavemente hasta que ambas nos quedamos a solas. —¿Qué es lo que pasa, Vale?
—No lo se…—digo sintiendo que em voy a echar a llorar. —todo esto es demasiado. No puedo…no puedo creer que en.. —veo el reloj con forma de gato gris colgado en la pared—en exactamente treinta minutos…no puedo casarme con un desconocido. —digo. —no esta bien.
—lo aceptaste. Serás feliz.
—¿Cómo puedes estar tan tranquila y segura de esto?
—uno, porque no soy yo…dos…—ella se echó a reír y yo también, pero yo mas nerviosa que feliz. —dos porque se que estarás bien. No te faltara nada. Serás prácticamente una celebridad. Una famosa. Te casarás con un hombre que está forrado en euros.
—No me interesa el dinero y lo sabes. Soy feliz siendo…
—Una don nadie. Una que se esforzó en graduarse con honores para terminar pagando deudas de su padre. Una que no se ha ido de vacaciones nunca porque ha tenido que gastar sus ahorros en reparaciones de la casa. Una que no esta casada aun con dos años de relación con un patético infiel que solo a veía como cuernuda. ¡Aterriza Val! Esto es lo mejor que pudo pasarte para sacarte de tu zona de confort.
—Pero es que ese el problema. A mi me gusta mi zona de confort. ¿Cuál es el odio que le tienen las personas a las zonas de confort? ¿Porque odiar la estabilidad? ¿Porque el resentimiento contra la paz y lo que uno puede controlar?
—¿Para qué vivir sabiendo todo lo que harás cada día? —me contratacó ella tomando mis manos y mirándome a los ojos con sus hermosos ojos avellanados. —¿de qué te sirve saber qué harás, que comerás, que vestirás, a donde iras, día tras día? Eso no s vida. Eres hermosa, inteligente, elegante, tu mereces un hombre que te lo de todo. Tu mereces tener todo.
Mi hermana podía ser tan inteligente y perspicaz en ocasiones.
—¿A dónde fuiste anoche? No me digas que te viste con Leo….
—¿Que!? ¡No! —digo alejándome de ella. —por supuesto que no.
—¿Entonces que me estas ocultando?
—nada.
—Dímelo ya. Mira que el tiempo va pasando y tenemos solo veinte minutos para llegar a donde tu caballero de brillante armadura.
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Editado: 04.01.2025