Rafaela
Suspiro apenas entro al departamento, es el nuevo lugar que habíamos arrendado para vivir juntos con Martin, o más bien dicho que yo arrendé. No me queda otra que vivir en este lugar ya que mi viejo departamento ya lo entregué justo un día antes de casarme. Me siento desanimada, por suerte este lugar es barato, y no es tan grande como mi anterior hogar, solo lo elegimos porque estaba en el centro, cerca del trabajo de Martin. Deberé esperar un tiempo antes de irme a buscar otro lugar. Me tiro a la cama matrimonial estirando los brazos y mirando el closet de su lado vacío.
Tomo mi teléfono que me indica que tengo mensajes no escuchados, sumando a la cantidad de mensajes de texto que no he contestado. Son de mi madre, entrecierro los ojos, lo que menos quiero ahora es escuchar sus sermones y me coloco una almohada en la cabeza mientras escucho sus palabras.
“¿Rafaela? ¿Sigues en el hotel? ¿Has hablado con Martin?”
“Hija, contesta, puede que solo él esta confundido”
“Tienes que perdonarlo, mira que ya tienes treinta años, no vas a encontrar a alguien que quiera casarse contigo”
“Rafaela, basta con ignorarme, busca a Martin sino quieres terminar sola, como tu tía Amelia”
Quiero chillar, pero no puedo, y solo miro desanimada el teléfono antes de dejarlo caer a mi lado, creo que nunca he sido afortunada, ni siquiera en casarme con el hombre que amo quien me abandonó vestida de novia frente al altar en medio de la iglesia. Creo que el destino me ha querido dar el papel de la antagonista malvada que nunca será feliz. Nunca fui la chica bella, ni la damisela en peligro, solo era una niña común, que se la pasaba chocando con las paredes, y siendo invisible para la mayoría de las personas.
Bueno, primero partamos desde el comienzo, puedo decir que desde que nací las cosas no salieron bien. Mi madre no alcanzó a llegar al hospital, a las puertas de este me dio a luz y recibí mi primer golpe contra el pavimento. Si alguien ve esas fotos en internet, de una mujer pariendo de pie y un bebé de cabeza contra el suelo, sí, esa soy yo.
Y si mi papá en ese entonces apenas lograba mantenernos con su trabajo como cargador, luego al perderlo la situación empeoró. En mi país se suele decir que los bebés traemos un regalo bajo el brazo, como una forma de decir que traemos fortunas a nuestros padres. Yo traje lo contrario. Aún cuando después mi padre encontró un trabajo como carnicero, no ganaba lo de antes por lo que me acostumbré a “Cuando las cosas mejoren podremos…” viví zurciendo mis vestidos y ropas hasta con parches de calaveras que mi mamá compraba porque eran más baratos que los parches para niñas.
Mi mamá vendía lo que tuviera a manos, ya sea comida, verduras, plásticos, lo que pudiera vender, a veces me pregunto si al vernos pelear con mi hermano mayor se le haya pasado alguna vez por la cabeza vendernos, yo lo hubiera pensado, sobre todo a mi hermano. Es un vago, y no lo digo porque sintiera celos del agraciado rostro que sacó y que no sabemos de dónde, pues en la familia nadie tiene ese aspecto digno de modelo de revista, pero su carácter no lo ayudaba en nada, menos cuando se la pasa todo el día tirado en el sillón viendo televisor, o chateando con la novia de turno.
—Un día te harás viejo y feo, no habrá valido la pena tener ese rostro —le digo cuando comienza a molestarme por mi aspecto descuidado.
—Es mejor haber sido bonito una vez, que fea toda la vida, como es en tu caso —me responde.
La fortuna no siempre fue buena, pero hay veces que pareciera que las cosas quisieran cambiar. Es como si por esos momentos el destino se apiadara de mí y quisiera darme un respiro, hacerme creer que hoy las cosas serán distintas, y ahí aparece una oportunidad única que dará pie a algo nuevo. Y fue cuando lo conocí a él, a Martín Balmaceda, apuesto, risueño, en mi vida jamás un hombre me había prestado atención y apareció como si fuese un regalo de los cielos para alguien con tan mala fortuna como yo.
El teléfono dio un brinco y me senté de un salto, asustada, espantada, ¿Será mi madre dispuesta a darme otro sermón? Sin ánimo conteste viendo un número desconocido.
—¿Un trabajo? —le pregunté a mi amiga Sofia por teléfono, al darme cuenta de que es ella llamándome del teléfono fijo de su oficina.
—Sí, justo una de las asistentes acaba de renunciar porque se va a casar… —se detuvo tosiendo incomoda, ya que yo había hecho lo mismo en mi trabajo anterior—. El tema es que le hablé muy bien de ti a mi jefe y quiere verte ahora ¿Te parece? —me habló con rapidez antes de que le confirmara y colgara.
Es algo que no puedo negarme, con la deuda del vestido, el hotel, los pagos de arriendo de este nuevo departamento, y sin un peso en mi cuenta bancaria, de verdad que necesito trabajar lo más pronto posible. Me doy un baño, me visto lo mejor que pueda, sin quedar conforme con mi apariencia, pero no hay remedio, mi cabello es lacio, siempre parece que lo tuviera amarrado al piso, por lo que lo dejo amarrado mejor, mi rostro luce más pálido que de costumbre. Pero, en fin, hago lo mejor que puedo y salgo a esa entrevista.
Salí a paso apresurado a tomar el bus que debe estar a punto de pasar.
A unos pasos de la parada lo vi alejándose, ingrato no se detuvo ni ante mis gritos, suplicas, ni nada, se fue y lo maldije por pasar justo a la hora cuando siempre en otras ocasiones se atrasa.
—Bien, calma, el otro bus no debe atrasarse mucho —me puse a revisar el horario que debe pasar el siguiente bus. Incrédula hago una mueca como si esto no pudiera ser— ¿Media hora más? ¡¿Quién en su sano juicio organizó este horario?! De seguro alguien que no debe tomar un bus para ir a una entrevista laboral ¡Te maldigo sea donde sea que estés!