Novia desafortunada

La novia de la mala fortuna

Leonardo

 

Me desperté de golpe cuando sentí el sol pegándome en la cara, de un salto salí de la cama sin creerlo, buscando mi reloj despertador y el teléfono. Recuerdo claramente que deje el reloj funcionando y el teléfono cargando, pero ninguno de los dos me ha despertado. ¡Esto no ha pasado nunca!

 

“9:30 am” dice la pantalla de mi móvil, pero no es posible, salgo corriendo a darme una ducha, pero las sabanas se enredan en mis piernas, tropiezo y caigo al suelo dándome un golpe horrible en la nariz. Me quejo del dolor, pero no tengo tiempo y me levanto entrando al baño. Me desvisto y me meto a bañar, este es uno de esos días que algo me dice que debería quedarme en la cara. En plena ducha el agua empieza a salir fría, ¡¿Acaso se ha cortado el gas?! No me queda de otra que terminar de bañarme con agua fría, no tengo tiempo, tengo reunión con el directorio de la compañía en una hora más y debo llegar a tiempo.

 

Temblando por el agua fría, me arreglo y visto y salgo afuera subiéndome a mi auto deportivo negro. Si todo va bien, debería estar llegando justo quince minutos antes. Conduzco por la autopista esperando que no haya tantos vehículos en mi camino, pero parece que todos se les ocurrió salir a la misma hora, el taco es horrendo, desesperado miro mi teléfono para darme cuenta de que la batería está en un 1% y se apaga antes que logre reaccionar ¿Qué es lo que pasa este día que parece ir todo en contra mía?

 

Al fin una pista se despeja, me muevo para avanzar, pero el auto se detiene, giro la llave y el motor no enciende ¡No, no, no! ¿Esto no puede estar pasando? Es en vano, aun con los bocinazos e insulto que recibo de los autos que están detrás, me bajó dando un portazo y pateando las ruedas del vehículo que se niega a moverse. Sabía que tenía que haber sacado el deportivo rojo. Me tomo la cabeza, desesperado.

 

—Jovencito —me habla un anciano que conduce un viejo sedan de color verde— ¿Necesita ayuda?

 

—Debo llegar a mi trabajo y pedir una grúa —exclamo más para mí que para él.

 

—Suba, lo llevamos —dice la anciana que va sentada a su lado.

 

No puedo evitar mirar su viejo auto pensando si llegaría más rápido caminando, pero ante el bocinazo de los otros reacciono, no tengo tiempo de ser quisquilloso justo ahora. Solo les pido un minuto mientras uso el teléfono de urgencia de la autopista para que vengan a buscar el auto. Y luego me subo al sedan verde.

 

 Y es tal como lo imaginé, el auto es tan viejo como el conductor, y una tortuga avanzaría más rápido que nosotros. Me masajeo las sienes desesperado, para darme cuenta de que he dejado mi billetera en el auto y ni siquiera puedo llamar a avisar de mi atraso a la oficina porque mi maldito teléfono no tiene baterías.

 

—Un jovencito tan guapo ¿Es soltero? tengo una nieta joven…

 

—Ya vas a empezar, Emilia —la interrumpe el anciano moviendo la cabeza a ambos lados—. Tal vez el muchacho ya este comprometido.

 

—Es cierto —dice la anciana girándose hacia atrás y mirándome de pie a cabeza mientras le sonrío incomodo— ¿Qué edad tiene, joven?

 

No entiendo las razones de su pregunta.

 

—Tengo veintiocho —le digo a lo que ella responde mirándome sorprendida para luego volcar su atención a su marido.

 

—Debe estar casado o comprometido, no me imagino a un hombre tan bien parecido y que este solo —exclamó como olvidándose que puedo escucharla—. Te digo que a nuestra nieta le hará bien, así se olvida del imbécil ese Joaquín.

 

—¿Merlin? —preguntó el anciano confundido.

 

—Ese de cabellos parados —le respondió su mujer molesta dándole un golpecito en el brazo.

 

—Martin, se llamaba Martin no Merlin —le corrigió mientras la anciana refunfuñaba molesta por la corrección.

 

Y volvió a girarse hacia mi sonriendo con emoción, no pude evitar sentir un escalofrió ante esa exagerada alegría.

 

—Mi nieta es una chica muy linda, tiene treinta, y está sola, la pobre la dejaron botada en el altar —me habló ante lo cual sonreí nervioso pensando en lo patética que debe ser su nieta para que la hayan dejado botada en plena boda.

 

—Lo agradezco, pero en este momento solo me preocupa trabajar —señalo moviendo las piernas y deseando llegar más ante la incomodidad por la insistencia de la anciana de que conozca a su nieta.

 

—Deja al hombre en paz, mija, que ni siquiera a Rafaela le gustaría que siguieras con esa idea de buscarle pareja, ya has fracasado las veces anteriores, deja a los jóvenes solos encontrar su camino —le reclamó el anciano, ante lo cual su mujer solo movió la cabeza.

 

Justo llegamos antes de que la anciana siguiera con su idea de que conozca a su nieta, me bajé del auto agradeciendo que me hayan traído y les dejo mi tarjeta para devolverles algún día el favor y me voy corriendo a la oficina del edificio que está al lado de uno de nuestros hoteles, atrasado por más de quince minutos ¿Qué dirá mi padre al verme llegar a tales horas, con el cabello desordenado, sudando y oliendo a auto viejo? Acostumbrado a siempre lucir impecable, a ser el primero en llegar cada mañana a la oficina, esta vez me veo obligado a llegar corriendo, casi sin aire, y todos me observan espantado, como si estuvieran viendo a un fantasma.

 

Daniel incluso se queda con la boca abierta sin reaccionar, con su café en la mano.

 

—Llegas tarde —exclama preocupado caminando a mi lado mientras apresuro el paso a la sala de reuniones.

 

—Lo sé, lo sé, tuve una mañana de porquería —reclamé sin mirarlo arreglándome la ropa en el camino—. ¿Cómo luzco?

 

Me detuve en la puerta de la sala mientras aquel me mira de arriba abajo y luego hace una ligera mueca.




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