Leonardo
Me levanté en la mañana, confundido, sin saber si todo lo del día anterior fue una pesadilla o no, pero al ver la hora, y darme cuenta de que otra vez se ha cortado la luz es claro que no. Otra vez esta maldita suerte. Me duché con el agua fría porque el agua caliente se cortó, y no pude tomar mi café de cada mañana. Mi auto se le desinflaron las ruedas en pleno camino. Y solo apoyé mi cabeza en el volante pensando si mejor hubiera llamado avisando que estoy enfermo y me quedaría en casa en vez de venir, aunque nunca he faltado en todos estos años trabajando, y es algo que no es propio de mí.
Escuché un bocinazo y no quise levantar mi cabeza, ya he escuchado suficientes insultos por hoy del resto de conductores al encontrarse con mi auto detenido en plena calle. Pero la bocina sigue insistiendo y aprieto los dientes ya con tanta rabia que alzó mi cabeza esta vez dispuesto a responder los insultos. Me encuentro con sorpresa con la misma pareja de ancianos del otro día. Ambos me sonríen con amabilidad.
—¿Necesita que lo llevemos nuevamente? —me habla el hombre con su viejo sedan de tono verde.
Solo muevo la cabeza en forma afirmativa, no me queda otra opción, y como hoy no tengo reunión, aunque tengo que llegar de alguna forma a la oficina, no me sentiré estresado por lo lento que avanza el anciano conduciendo.
Apenas me subí la anciana se giró a sonreírme.
—Que coincidencia volverlo a encontrar, ¿Ha pensado en la propuesta de conocer a mi nieta? —me preguntó con los ojos bien abierto esperando mi respuesta.
Balbuceé sin saber que responderle, suelo ser un hombre bastante decidido y frio para tratar a otros, excepto con estos dos ancianos, me ponen nervioso, al nivel que ni siquiera puedo hablarles como al resto de quienes me rodean.
—Déjalo en paz —refunfuñó el conductor—. Ya lo hablamos y hasta Rafaela te dijo que no es necesario.
—Vamos viejo, tú sabes que nuestra niña siempre dirá que no aun cuando es algo bueno para ella —reclamó la mujer sentándose en el asiento para hablar con su marido—. Es una niña demasiado buena, tristemente le toco conocer a ese patán, y le haría bien conocer a este apuesto joven que también se ven muy solos.
¿Yo? Pensé confundido ¿Me veo muy solo? Nunca he necesitado la compañía de nadie, arrugo el ceño ofendido de que piense en eso.
—Ya te dijo que no quiere saber más de hombres —le habló el anciano con voz ronca.
¿No quiere más hombres? Bueno, es una mujer lista en todo caso. Si su supuesto amor la dejó botada en el altar, es claro que sacó esa conclusión. A veces las relaciones son tan complejas que no es algo que valga la pena perder el tiempo. Después que te desgastas por querer alguien, te dejan de lado por otro mejor. Desvió la mirada hacia el exterior sintiéndome incomodo con ese tema, me trae recuerdos, malos recuerdos. Tosí sin poder contenerme, la ducha fría y estar sin luz está pasando la cuenta.
—¿Ésta bien? Esa tos suena para preocuparse —me habló mirándome con compasión—, debe tomarse una taza de té bien caliente con miel y limón, le aseguro que le ayudara mucho, si pudiera lo llevaría a casa, mi nieta hace una sopa de pollo espectacular, muy buena para cualquier resfrío.
Me sonrió. Moví la cabeza en forma afirmativa, y la anciana suspiró.
—Usted es buena persona, nunca me equivocó con eso, si mi nieta no fuera tan testaruda—agregó.
No le respondí, su nieta esta herida, no es algo fácil de sanar. Que te abandonen en el altar, la persona que amas… nervioso junté mis manos, intentando no pensar en eso, el dolor del pasado intenta reaparecer y trago aire con fuerzas para olvidar esa sensación. Solo alguien patético llora por quien no vale la pena. Me repito una y otra vez para calmarme.
—Ya mujer, déjalos tranquilos —indicó el anciano.
Mientras ellos discutían intentó encontrar una idea para remediar mi situación actual, Daniel me aconsejó que buscara esa adivina, no es mi estilo, y aunque en la noche intentaba pensar que solo era una coincidencia, con todo lo que ha pasado hoy estoy convencido que de verdad esa mujer, esa novia del hotel, ha sido la causa de mi infortunio. Coloqué lo dedos de mi mano derecha en mis sienes masajeándome porque de solo pensarlo me duele la cabeza ¿Cómo podría solucionar esto? Me avergüenza, yo, Leonardo Almendares, gerente general de los Hoteles Hall tener que buscar a una adivina, no creo en esas cosas. ¿Por qué a mí me tiene que pasar esto cuando todo parecía ir tan bien? Suspiré mirando hacia afuera justo cuando acabamos de llegar. Me bajé del auto agradeciendo la ayuda de los ancianos y creo que la anciana me volvió a decir que debería conocer a esa tal nieta suya, pero no puedo pensar en eso. Solo debo cuidar mis pasos hasta poder llegar al ascensor sano y salvo.
La cuestión es como poder hacer eso, podría hacer que esa mujer me acompañara a buscar a la adivina, en todo caso todo es su culpa ¿Ahora cómo abordarla y que pase desapercibido? No quisiera que mi mamá siga con la idea de que hay algo entre nosotros, y menos que mi padre también lo crea. ¡No puedo creer aun, que de la noche a la mañana mi vida, sin complicaciones ni problemas, haya tenido este cambio tan radical!
—Buenos… días —escuché la voz de una mujer apenas el ascensor abrió la puerta.
Al azar la mirada me encuentro justamente con la novia del infortunio y arrugo el ceño ante su expresión de desagrado que no parece muy feliz de encontrarse conmigo en el ascensor.
—Subiré al otro, gracias —se apresuró en decir.
Pero sin pensarlo la agarré de la muñeca haciéndola entrar justo cuando la puerta se cerró a su espalda atrapándola conmigo. Le sonreí sin ocultar lo molesto que me siento con ella, todo es su culpa, que mi segundo auto deportivo se quedara varado en pleno camino, el agua fría de la ducha, y que no llegué una hora antes de la entrada como era lo habitual en mí. Retrocede al sentirse acorralada.