Novia desafortunada

Arreglar el problema

Rafaela

 

Vi cómo se acababa de dar un horrible golpe en el pilar y luego confundido se fue a su oficina, cualquiera se hubiera reído, pero en cambio yo me siento tan culpable que no puedo evitar bajar la cabeza y morderme los labios.  Aunque no debería, ni siquiera entiendo aun que tengo que ver yo con todo lo malo que le está pasando. Suspiro mirándolo de reojo.

 

Es un engreído, sí, un orgulloso, también, hasta un patán tal vez, pero yo que he vivido toda la vida con mala suerte puedo entender como está sufriendo, más ante esa mirada de su padre, hasta entiendo por qué se puso tan pálido. Una madre como esa y un padre que no parece tener ni un poco de cariño hacia su hijo.

 

No quiero involucrarme en estos líos, sin embargo, me siento mal que él crea que la única que puede ayudarlo soy yo, espero que no me meta en algún tipo de secta o algo así, aprieto los dientes ¡Maldita sea mi buen corazón! Reclamé dándole un golpe al mesón apenas dejé caer mi cartera.

 

Además, no deja de dar vueltas en mi cabeza como no respeta ni la distancia adecuada, en el ascensor estaba tan cerca que podía sentir su aliento, colocándome tan nerviosa, no soy de hierro, y por mucho que tuve un novio hace poco él nunca me abordó de esa manera, la verdad ni siquiera se acercaba a mí. Eso me deprime. Pero volviendo al gerente se olvida que por su apuesto rostro eso influye más a pueda sentirse inquieta ante esa cercanía irrespetuosa. Me tomé el vaso de agua que dejé en la noche sobre mi escritorio de un solo trago, necesito enfriar mis pensamientos.

 

—Te vas a enfermar del estómago —replicó Sofia mirándome con gesto de asco.

 

—Será más de los nervios… —le señalé casi sin mirarla.

 

—¿Pasa algo? —me preguntó curiosa mientras tomaba asiento en su puesto.

 

—¿Has pensado que hay persona que pueden provocar que quien se cruce en su camino quede marcado con la mala suerte? —indiqué y al escucharme alzó las cejas antes de sonreír.

 

—¿Cómo los gatos negros? —sonrió moviendo la cabeza antes de ponerse a reír.

 

Sí, es como pienso, eso es ridículo. Pero no puedo evitar sentirme tranquila ante esta situación. “No te involucres con hombres con apariencia de Don Juan” Y es una norma que no cumplí con mi ex y acaba de esa forma, siendo el hazmerreír de toda la familia ¿Y ahora voy a involucrarme con un hombre como Leonardo Almendárez? ¡¿Por qué tengo que ser tan buena, maldición?!

 

—¿A dónde vas? —me preguntó Sofia al ver que me ponía de pie dispuesta a ir a lo que tengo que hacer.

 

Suspiré antes de responderle, no sé qué pasara después de esto, eso incluso puede significar que pierda este nuevo empleo, o que me vaya al infierno por andar haciendo pactos con gente maligna. Solo le sonreí.

 

—Volveré luego —agregué alejándome rumbo a las oficinas del gerente general.

 

El lujo en el sector de gerencia me hace sentir incomoda, la alfombra luce tan limpia que hasta me siento culpable de colocar mis sucios zapatos encima, puedo decir que la vez anterior que vino a este lugar arrastrada amablemente por el señor hijo del dueño no había notado esta ostentación. Ganas me dan de volver mis pasos atrás y no ayudar a recuperar su buena suerte a quien ha nacido en cuna de oro.

 

Me paro frente al mesón de su secretaria que parece ignorarme a propósito, toso con fuerzas y ni aun así levanta su mirada del computador. Parece estar muy atenta a lo que hace. Noto que viste tan elegante como todo en este lugar, de un peinado tan perfecto y un rostro muy bonito.

 

—Quiero hablar con el gerente ¿Le puede avisar? Por favor —exclamé con la mayor cortesía posible.

 

Alzó sus ojos molesta, mirándome de pie a cabeza. Luego hizo un gesto que no supe interpretar si fue una mueca de burla o desagrado.

 

—Está ocupado, sino tienes cita no te podrá atender —señaló para luego volver a lo suyo.

 

—Si le dice que lo busco sé que querrá atenderme —le dije con humildad, pero aun así se lo tomó por el otro lado.

 

—¿Y quién eres tú? ¿La reina de Inglaterra? ¿La modelo de América? ¿La Miss Mundo? —y comenzó a reírse.

 

Arrugué el ceño pensando cómo alguien así, con esas bromas de niños de primaria, pudo llegar al puesto de secretaria de gerencia, suspiré molesta, no tengo ánimos de discutir así que no pienso seguirle el juego, menos con ese nivel de discusión.

 

—Está bien, si puede dígale que Rafaela Torres, del área de documentación vino a verlo —le señalé con seriedad dándole la espalda para volver a mi lugar de trabajo.

 

Pero la puerta de la oficina se abrió de golpe y apareció Leonardo Almendárez, con expresión furibunda sobándose la frente.

 

—Samanta ¿Puedes traerme una bolsa con hielo? Y… —se quedó mirándome anonadado incluso quitando su mano de su cabeza dejándome ver que esta enrojecido debido al golpe de antes con el pilar— ¿Qué haces aquí?

 

—Vengo a ayudarlo —musité con cierta inseguridad.

 

No pareció creerme ya que quiso reírse, pero al notar la seriedad de mi rostro se enderezó asomándose por completo por la puerta. Sus ojos azules se detuvieron en los míos como si esperase alguna artimaña de mi parte, para luego alzar ambas cejas.

 

—Está bien, pasa —balbuceó para luego cambiar su tono de voz al dirigirse a su secretaria—. Samanta, si me buscan diles que estoy muy ocupado.

 

La mujer lo miró confundida, para luego mirarnos uno al otro buscando una explicación. Claro por su cabeza debe ser imposible que alguien como él, apuesto, rico, futuro heredero, tuviera una relación oculta con una mujer como yo, de familia clase media baja, sin una belleza llamativa y que viste como una simple empleada de oficina.




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