Novia desafortunada

Una trampa

 Leonardo

 

Tomo asiento inquieto, intentando olvidarme de las palabras de esas mujeres. No puede ser que piensen más en esas cosas en vez de todos los premios que he ganado, en mi inteligencia, sagacidad en los negocios, en mis actitudes empresariales. Carraspeo incomodo de solo recordarlo, más ante la mirada de esa mujer que lucía tan inquieta como yo ante esos comentarios. Ahora entiendo porque prefiero evitarlas, solo complican mi vida, y aunque mi madre insiste que debo salir con alguien me niego.

 

—Señor gerente —habló aquella muchacha apenas abrió la puerta, sin mi secretaria presente pudo pasar directamente a mi oficina.

 

Me puse de pie intentando mantenerme serio, aunque ya antes la deje ver un lado patético de mi con esa desesperación que me obligó a buscarla de esa forma. Sus ojos se detuvieron en los míos y me mira tan preocupada que me siento cohibido, por lo que dejo escapar un resoplido incómodo.

 

—¿Esta bien? —me preguntó notando la mancha de café en mis pantalones.

 

Avergonzado desvié la mirada.

 

—Señorita Torres, no funcionó nada de lo que hicimos anteriormente —intenté que mi voz sonará segura, aunque por dentro ya estoy desesperado de tener que pensar que mañana será otro día nefasto.

 

—No sé me ocurre que más podríamos hacer —musitó con sinceridad apoyándose en la pared.

 

Ambos nos quedamos en silencio, intentando pensar hasta que se me ocurre algo, es incómodo decirlo, pero no me queda otra opción.

 

—¿Cree que si soy yo quien le lance el contenido de un vaso a la cara y la empuje se referirá a revertir nuestros pasos? —le pregunté esperando que se enojara con solo insinuarlo.

 

Pero, al contrario, me miró por un momento antes de mover la cabeza en forma afirmativa.

 

—Tiene razón, eso puede explicar porque lo de antes no funcionó —y dicho esto se comenzó a desabotonar la blusa.

 

La tomé de ambas manos deteniéndola en el acto ¡¿Qué piensa hacer?! No puedo evitar haberme sentido nervioso, más cuando alcanzo a desabrochar los botones del cuello y puedo ver su cuello desnudo y parte de sus hombros. Me observa como si no entendiera porque la tengo agarrada de las dos manos, y cuando notó lo nerviosa que se empieza a colocar, es evidente que está sacando conclusiones erróneas.

 

—No es lo que piensa —le dije soltándola de las manos—, sin embargo, explíqueme ¿Qué pensaba hacer quitándose la ropa?

 

Al escucharme pareció sonrojarse y con torpeza retrocedió.

 

—Bueno, como usted antes se quitó la camisa para no mojarla pensaba hacer lo mismo —y su inocencia al decirlo me desconcertó ¿De verdad no pensó que eso no era correcto? Digo, si yo lo hice, pero…

 

Me tomé la cabeza con las manos buscando como explicarme, y sin darme cuenta me tropecé con el costado de uno de los libreros de mi oficina, aquel tambaleó y dejo caer una pesada figura. Por mi posición no me quedó otra que colocar mis manos para evitar golpearme, pero sentí que me tomaban del brazo y me arrastraban hacia un lado. La figura cayó al piso y se rompió en dos. Yo también estoy en el piso al lado de la mujer que espantada mira la estatuilla rota.

 

—¿Por qué se quedó ahí? Eso pudo matarlo —exclamó asustada.

 

Me doy cuenta de que fue ella quien me salvó justo antes de recibir el golpe y la miro anonadado.

 

—Gracias… —musitó desviando la mirada.

 

Se quedó en silencio y cuando la miré de reojo me sonrió moviendo la cabeza.

 

—De nada, señor gerente, solo tenga más cuidado, aún no sabemos a qué nivel es la mala suerte que lo persigue —señaló colocándose de pie—. Bien, entonces ¿Cómo procedemos para acabar con esa maldición?

 

Parece decidida sin embargo me levanto del suelo sacudiendo mis pantalones.

 

—Dejémoslo para mañana, vaya a descansar —le indicó con seriedad, creo que por hoy ya le he pedido muchos favores, puedo aguantar otro día más.

 

Me mira en silencio y siento que quiere decirme algo. En eso la puerta se abre de golpe asustándonos a ambos. Y aparece frente a nosotros quien menos quisiera ver en estos momentos. Abre sus ojos sorprendida y luego se relaja entrecerrando los ojos.

 

—Qué suerte encontrarlos —mi madre nos sonrió con su habitual actitud manipuladora—. Justo venía a invitar a mi hijo a cenar y me encuentro con tu grata presencia, mi querida Rafaela ¿Quieres acompañarnos?

 

Le dirigió esta pregunta a la mujer que no parece cómoda, es claro que se siente intimidada, es lo usual que provoca mi madre con su presencia, más cuando mantiene su mirada fija en ella, como un depredador que no quita su atención de su presa. Solté un bufido, debo ayudarla a sacarse de encima a mi madre.

 

—Lamentablemente la señorita Torres tiene trabajo que entregar para mañana por lo que se verá obligada a rechazar tu invitación —le hablé con seriedad y cortesía.

 

Me quedó mirando alzando sus cejas para luego reírse, mientras que yo y la mujer nos miramos confundidos sin entender por qué se ríe como si acabara de decir alguna tontería.

 

—Pero corazón, tu eres el gerente general de la compañía, puedes mover tus influencias para que nuestra querida Rafaela pueda acompañarnos —entrecerró los ojos sonriendo.

 

Arrugué el ceño.

 

—Sabes perfectamente que mi padre nunca aceptaría que hiciera algo como eso —me sorprende que ella que es quien siempre me recrimina cualquier error cometido para ganarme el favor de padre ahora me empuje a tratar a un trabajador de forma especial.

 

—Es distinto, abre los ojos, debes aprender a considerar a ciertas personas más que otras —musitó tomando a la mujer de los hombros—. Y si tu padre te recrimina yo me encargo. Vamos que nos esperan.




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