Novia desafortunada

En medio de la jauría

Rafaela

 

No puedo evitar la incomodidad que siento en este momento, si pensé que la madre del señor gerente era peligrosa, con ver a su padre, el dueño de los hoteles Hall, es como si estuviera justo en frente del jefe mayor de un videojuego. Su mirada es mil veces más fría, intimidante, intrigante, que la de su hijo. Trago saliva pensando ¡¿Por qué demonios yo tengo que estar dentro de esta limusina sentada junto a esa familia de extraños?! Es como si estuviera siendo llevada a la guillotina rodeada de mis verdugos. Bajo la mirada sin atreverme a mirarlo a ninguno, y aunque la madre del gerente es la única que me sonríe su expresión de malicia me hace sentir que es más peligrosa que el gran jefe y el pequeño jefe. Suspiro.

 

—La verdad es un honor, cariño, que nos acompañes —me habló su madre.

 

No supe que responder porque no recuerdo que aceptara venir, al contrario, ella me subió aprovechándose de mi confusión, y de mi educación que me impidió empujarla y huir. Por más que el gerente intentó ayudarme no hubo caso.

 

—¿Cuál es tu departamento? —me preguntó de repente el dueño de los hoteles, con una mirada tan gélida que me sentí estar sentada en una sala de interrogatorio.

 

Por un segundo dirigí mi mirada a su hijo, Leonardo, pero aquel solo arrugó el ceño molesto, no parece tampoco agradarle esta situación.

 

—Departamento de marketing y documentación —respondí sin respirar.

 

—¿Tu nombre? —me hizo otra pregunta con el mismo tono anterior.

 

—Rafaela Torres —respondí.

 

—¿Desde cuando trabajas con nosotros?

 

—Hace una semana y media…

 

Y apenas escuchó esto dirigió su mirada furibunda al gerente. Aquel entrecerró los ojos con seriedad ante la atención de su padre, parece acostumbrado a eso, aunque no puedo negar que su padre luce como un león temible y él como un cachorro mostrando los dientes.

 

—No tuve nada que ver con su postulación y selección, fue trabajo de Daniel, ya que ese es su departamento —le habló—. Puedes pedirle los antecedentes cuando lo veas.

 

—No es necesario, confío en tus criterios de no privilegiar a nadie en la compañía —le indicó con cierto dejo de orgullo.

 

En cambio, yo me siento ofendida, no puedo ocultarlo, y desvío la mirada incomoda, siento que acaba de interrogarlo pensando que me ha contratado no por mis capacidades.

 

—No te sientas así, cariño, mi marido no ha querido cuestionar tu ingreso a la empresa —dijo su madre acercándose tanto a mi lado que invade mi metro cuadrado. Pero me toma de los hombros antes de que me aleje—. ¿No es así, amor?

 

Dijo esto mirando a su esposo, el cual solo la miró un segundo sin decir nada, para luego desviar la mirada en silencio.

 

—¿Lo ves? —me dijo—. Todo está bien.

 

Pero siento que todo es contrario a lo que dice, su marido sigue callado mirando hacia afuera, mientras que Leonardo en su mutismo solo mira hacia el piso. La única que sonríe es ella, pero asusta más que el silencio de los otros dos. Es muy distinto al ambiente que había con mis padres cuando comíamos juntos.

 

El viaje se hizo más largo de lo que realmente fue. Cuando al fin llegamos, fue un alivio, y bajamos del auto encontrándonos frente a un restaurante tan lujoso que parece un castillo frente a mis ojos. Pensaba al llegar acá poder excusarme con cualquier cosa, pero me doy cuenta de que en este momento no sé cómo decirle sin que me tomen por mal educada, más ante la presencia del dueño que no deja de mirarme de reojo.

 

—Vamos, querida —dijo su madre colocándose detrás de mí como si se hubiese dado cuenta de mis intenciones de huir.

 

Y así, sin poder hacer algo me encuentro ya adentro, sentada en una mesa tan lujosa que me da miedo tocarla, y con esa cantidad de tenedores y utensilios que maldigo esa manía de los ricos de complicarse la vida con tantos instrumentos. Suspiro notando en ese momento la atención del gerente, que luce tan serio que me asusta, que no se le olvide de nuestro pacto, no puede despedirme, aunque hago algo vergonzoso esta noche. Suspira, y es como si se resignara a que haré alguna tontería, claro no todos fuimos criados como niños ricos. Refunfuño, molesta porque ahora se ha tomado la cabeza resoplando.

 

Al recibir el menú y ver los precios siento que el mundo se me vino encima, con un solo plato se ira mi sueldo de un mes.

 

—Y ¿Qué se va a servir, señorita? —me pregunta el mozo y doy un salto dándome cuenta de que he estado mirando el menú hace minutos impactada por esos precios desorbitantes.

 

—Solo… agua —sonrío nerviosa—, la verdad no tengo hambre.

 

La risa de la madre del gerente me obliga a mirarla, me sonríe entrecerrando los ojos.

 

—Tranquila querida, nosotros invitamos, tráigale lo mismo que a mí —le dijo al hombre—. Y también dos Víspera del amor, esta noche es especial.

 

—Si lo ha pedido por mí, se lo agradezco, yo no bebo alcohol —intenté ser lo más amable que podía.

 

La mujer me contempló divertida y no supe como tomar ese gesto suyo.

 

—No te preocupes, casi no tiene alcohol, es un trago de mujeres, te ayudara a relajarte —y me cerró un ojo mientras los dos hombres en la mesa siguen serios e indiferentes a nuestro dialogo.

 

La espera se hace algo pesada, solo escucho como padre e hijo hablan del negocio, pero parece más como si uno tratara de encasillar al otro, y aquel responder usando su mejor armamento, es como si estuvieran intentando jugar al gato y al ratón sin que ninguno de los dos quiera ser el ratón. Al fin traen nuestros platos, mientras más pronto comemos más pronto se acaba esto. Y los dos tragos, de tono anaranjado y rojo, de espuma blanca, y una guinda en el borde del vaso. La carne luce apetitosa, pero entre tantos tenedores y cuchillos no se cual se debe usar, más cuando me doy cuenta de la atenta mirada del padre del gerente y de su madre.




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