Novia desafortunada

El otro heredero

Rafaela

 

De mala gana llego a su oficina, me pidió que estuviera ahí en una hora y aquí estoy en forma puntual, sin unos minutos más ni un minuto menos, es uno de los pocos atributos por el cual me jacto. Pero antes de que su secretaria, no muy feliz aparentemente, le avisara que estoy aquí, él abre la puerta impaciente.

 

—Menos mal que ya estás aquí —y sale acercándose a mi lado, pero su mirada se dirige ahora a su secretaria—. Paula, voy a salir un momento, si alguien me busca diles que vuelvo en una hora.

 

—Sí, señor ¿A dónde va? —le pregunta dubitativa.

 

—Un asunto personal —le responde con sequedad.

 

Luego su imponente mirada se detiene en mí, espantándome porque no me esperaba verlo así de serio ¿Será que Sofia se equivocó al creer que él no se ha molestado con lo que le dije antes?

 

—Señorita Torres, sígame —me dice caminando hacia los ascensores.

 

Sin entender demasiado lo que se propone, le sigo como cordero al matadero, o bien es así como me siento, cuestionándome a mí misma mi docilidad. Pero como no ha soltado el teléfono no puedo tener la oportunidad de quejarme, solo lo ataco con mi mirada asesina, por lo menos para que en forma indirecta se dé cuenta que no me es grato obedecerlo de esta forma.

 

—Bien —dijo antes de colgar.

 

Y apenas lo hizo, su deportivo negro apareció frente a nosotros, y un chico de vestimenta casual y amplia sonrisa se acercó entregándole las llaves.

 

—Todo funcionando —le indicó al gerente, el cual con seriedad solo movió la cabeza para subirse al auto. Me quedé ahí parada sin saber que hacer—. Señorita ¿Está esperando una invitación para subirse?

 

Me preguntó con sus fríos ojos encima de mi estupefacto rostro ¿Quiere que suba? ¿Pensara secuestrarme? Pero por su gesto indiferente es claro que no, ahora soy su amuleto de la suerte así que es algo que se repetirá hasta que no encontremos a esa adivina y expliqué como deshacer todo esto. Me subo en silencio, y sin siquiera mirarme puso en marcha su vehículo. Lo observo de reojo intentando leer sus gestos y saber qué es lo que planea, recuerdo que me habló de una reunión ¿Será que no se realizará en las oficinas de la empresa?

 

—Su silencio me perturba —señalé en voz alta con la mirada ahora fija en el paisaje.

 

—¿Perdón? —me preguntó y no supe si lo dijo en actitud severa o porque realmente no entendió lo que le dije.

 

—Me hace subirme a su auto sin decirme a donde me lleva ¿Cómo cree que me siento? —le reclamé.

 

Guardó silencio un momento con su atención en el camino.

 

—Lo siento, señorita Torres, estoy tan enfocado hacia dónde vamos que cometí la descortesía de no decírselo porque pensé que se negaría a ir, y por la premura de la reunión que se va a realizar no tengo el tiempo de lidiar con sus negativas. Por eso le pido mis más sinceras disculpas, pero le prometo que será recompensada —habló con tanta cortesía que me siento cohibida y no tengo palabras para devolverle—. En todo caso todo es su culpa y su mal gusto para vestir.

 

—¡¿Qué quiere decir con eso?! —le reclamé de inmediato ante esas últimas palabras.

 

Detuvo su auto y sus ojos se detuvieron en mí. Tragué saliva ante su seria expresión que observa mi rostro y mi cuerpo con total desfachatez.

 

— Tiene una cara bonita, que si se arreglara podría verse mucho mejor, su ropa parece que se la ha robado a un anciano, con vestimentas más adecuada podría estar más presentable y no veo que tenga un mal cuerpo ¿Para esconderlo bajo esa ropa tan ancha? ¿Quiere que siga? —y sin esperar mi respuesta hizo arrancar su vehículo para seguir el camino.

 

Refunfuñé desviando mi mirada.

 

—No tenía por qué ser tan duro —le reclamé picada en mi amor propio.

 

—No lo fui, le dije que a pesar de todo es bonita, debería tomarlo como un halago —me respondió con indiferencia.

 

Y ante esto sentí el calor que se me subía de golpe a la cabeza. No puedo dejarme llevar de esa forma, no puedo, no pienso caer en otras mentiras de otro hombre, aunque el gerente por su actitud es claro que ni se le pasó por la cabeza haberlo dicho con intenciones de conquista. Un hombre como él debe tener mujeres increíbles a su alrededor así que no se fijaría en alguien como yo, y es seguro que todo lo dijo solo por querer convencerme a no bajarme del auto corriendo y seguirle el juego.

 

—Habrá socios muy importantes en esta reunión y por eso necesito que este presentable de acuerdo a las circunstancias —agregó y con eso me queda claro que es así.

 

 

Entramos a una de esas lujosas tiendas de ropa donde dos vendedoras muy guapas y elegantes se acercaron a recibirme, pero al mirarme desde la cabeza a los pies se miraron con una mueca. ¡Definitivamente este no es un lugar para mí! Me digo dando la vuelta para huir, pero en la puerta deteniéndome el paso veo al gerente que con expresión poco amigable me mira haciéndome retroceder.

 

—Espero, señorita Torres, que sus intenciones no sean huir —me habló con voz ronca.

 

Crucé los brazos desviando la mirada.

 

—Pues aun esto no me parece ninguna buena idea —refunfuño.

 

Pero sin responderme me toma del brazo como su fuese una niña pequeña y me lleva otra vez junto a ese par de vendedoras.

 

—¿Señor Almendarez? —exclamaron al unísono y luego lo saludaron con respeto.

 

Arrugué el ceño, no hicieron ninguna mueca como lo hicieron conmigo, y actúan tan educadas frente a él, que no sé qué pensar.

 

—Necesito que me ayuden a que mi asistente luzca lo mejor posible —les indicó con seriedad.

 




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