Novia desafortunada

Disyuntiva

Leonardo

 

Observo como Rafaela se va junto a Daniel en su vehículo y no puedo evitar sentirme más aliviado. Les doy la espalda y entró de inmediato antes de que alguien note mi ausencia y empiecen con rumores. En el interior continua la velada, incluso mi madre y mi padre parecen estar enfocados solo en ellos, ya que ella no deja de sonreír mientras le habla y él, aunque parece indiferente es claro para quienes lo conocemos que su atención solo está enfocado en ella, son ambos tan distintos que no sé qué conjuro habrá provocado que terminaran juntos.   

 

Tomo un vaso de whisky y lo bebo de un solo golpe, sé que con todo lo que he bebido debería evitarlo, pero me siento tan tenso que no puedo hacerlo.

 

—¡Felicidades! Por su cumpleaños y por su noviazgo —me saludo uno de los socios mientras camino, detengo mis pasos y le respondo el saludo, sonriendo, evitando que mi cansancio y mi mal animo se note—. ¿Dónde está su novia para conocerla?

 

—Se sintió mal y la mandé a casa a descansar —respondí preocupado.

 

—Ya tendrán la oportunidad —habló Aníbal apareciendo de improviso y rodeándome con un brazo sobre mis hombros—. Lo poco que conozco de Rafaela es suficiente para darme cuenta de que es una chica especial, y claro hay que darle méritos de conquistar a un galán tan esquivo como mi hermano.

 

Lo miré de reojo, con molestia, al sentir esa familiaridad. Carraspeé sonriendo a pesar de que por dentro no me siento a gusto de tenerlo cerca.

 

—No soy esquivo, soy solo selectivo… hermano —le respondí con cierta sequedad, aun cuando quise sonar cordial me fue imposible.

 

—Vaya… —abrió los ojos sorprendido soltándome—. No quise sonar ofensivo, lo dije en tono de halago.

 

—No te preocupes, no me ofende, menos si dices que Rafaela es una chica especial —le respondí volviendo a sonreír—, porque así es ella, o mucho más si llegas a conocerla. Es como una caja de sorpresa.

 

Entrecerré los ojos, desafiante ante la expresión confusa de Aníbal quien luego sonrió con simpatía golpeándome la espalda con suavidad.

 

—Y aprovechando que estas aquí quiero brindar por tu matrimonio con Carolina, ambos hacen una pareja… espectacular —y dicho esto alcé mi vaso seguido por quienes están cerca—. Les deseo toda la dicha y felicidad que se merecen.

 

Me contempló sin saber que decirme, hasta que comenzó a reírse con suavidad y me dio un abrazo imprevisto.

 

—Gracias, que me digas eso me hace sentir más tranquilo —me susurró al oído—. Me hubiese gustado que Carolina estuviese aquí.

 

—A mí también —le respondí con dureza. Y sin esperar más palabras me excuse con que tengo que hablar con mi madre alejándome del grupo.

 

Aunque no les he mentido, de verdad necesito hablar con ella para decirle que debo retirarme, aunque mañana no debo trabajar no me siento más de ánimo de seguir manteniendo el cuento de mi noviazgo con la señorita Torres cuando aún el compromiso de Aníbal me sigue molestando. Temo cometer un error si mi cansancio se apodera de mi cabeza, como casi estuve a punto de hacerlo cuando aquel me dijo lo esquivo que soy con las mujeres, pues solo una persona me había dicho eso antes, y esa era precisamente Carolina.

 

—Disculpé —le dije a una muchacha que servía los cocteles—. ¿Ha visto a la señora Rosario Gaona? —pregunté por mi madre.

 

—La señora Rosario pasó recién por aquí, creo que iba hacia las salas interiores —me señaló.

 

Agradecí la indicación y me fui caminando hacia ese lugar. Solo me encuentro con algunos invitados que están descansado, pero nada de mi madre. Me dirijo al bar y el lugar luce tranquilo, la música suave se siente en el fondo, y las luces de colores rodean el lugar.

 

—¿Leonardo? —escuchó la voz de una mujer y siento que mi pecho se oprime.

 

Me giro hacia ella con calma a pesar de los sentimientos alborotados que me provoca con solo oírla cerca.

 

—Carolina —musitó y no puedo evitar al decir su nombre sentirme dolido.

 

Pero no hubo más palabras cuando me dio un sorpresivo abrazo.

 

—Felicidades —dijo y me besó en la mejilla—. ¿Dónde está? Quiero también darle mis felicitaciones.

 

—¿De quién hablas? —mascullé aun confundido por su actitud.

 

—De tu novia, bobo —se rio con suavidad, con una risa tan cristalina y suave, como la recordaba.

 

—… Rafaela, sí, sí, se sintió algo mareada y Daniel la llevo a casa —respondí lánguidamente, y luego apreté los dientes, debo reaccionar.

 

—Hijo, ¿Me buscabas? —apareció mi madre de improviso.

 

La expresión cordial de mi madre se endureció al notar la presencia de Carolina, aunque para cualquiera pasa desapercibido ya que suele tener esa malicia en su rostro siempre.

 

—Señora Gaona —la saludó Carolina con cortesía.

 

—Querida —le respondió acercándose y dándole un beso en la mejilla—. No he tenido la oportunidad de felicitarte por tu compromiso.

 

—Muchas gracias —le respondió sonriendo.

 

—Discúlpanos, debo de robarte a mi hijo —dijo esto entrecerrando los ojos—. Tengo que aprovecharlo antes de perderlo en un matrimonio.

 

Y sin esperar respuesta me tomó del brazo echándose a reír. Es escalofriante, en cierta forma, aunque sonríe, hay un dejo amenazante que no solo yo noté, ya que Carolina intentó sonreírle, pero no oculto el estupor que le causa la actitud de mi madre.

 

Nos alejamos y salimos del bar rumbo a una de las terrazas privadas. Caminamos sin decirnos palabras. No deja de sonreír y saludar cada vez que pasamos cerca de alguien conocido.

 

—Dime ¿Dónde está Rafaela? —me preguntó en cuanto estuvimos solos.




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