Novia desafortunada

Las consecuencias de beber

Rafaela

 

Daniel abrió la puerta de la casa del gerente justo cuando comenzaba a llover con más fuerzas. Hubiese querido volver a casa, pero ya me dijo que sería imposible, si antes estaba rodeada de periodistas esperando saber de la chica desconocida que se había besado con el heredero de los hoteles Hall, ahora con más razón deben estar deambulando cerca de mi departamento al saber que declaramos nuestro “noviazgo” hace solo unas horas.

 

—Creo que he empeorado las cosas —musito tomando asiento en el enorme sofá negro cubriéndome el rostro con ambas manos.

 

—No te preocupes —me dijo mientras enciende la cafetera—. Sí, la situación se ha complicado más para los dos, pero el culpable es Leonardo, emborracharse y estar a punto de golpear a su hermano porque aquel se le ocurrió decirles a todos en su cumpleaños que va a casarse con su exnovia.  Eso si hubiera sido un escándalo peor, incluso sepultando las ambiciones de Leonardo de convertirse en el heredero principal de su padre.

 

Lo miré preocupada.

 

—Aunque no lo creas él está muy agradecido con tu intervención, bueno te lo dirá en cuanto lo vaya a buscar —dicho esto sirvió una taza de café acercándose a mi lado—. Bebe esto e intenta relajarte.

 

—¿Con una taza de café? —le pregunté curiosa y alcé mis cejas al verlo sonreír.

 

—Creo más en el poder del café que del té —señaló.  

 

Me pasó la taza antes de sacar las llaves de su auto del bolsillo para mostrármelas.

 

—Ya vuelvo, voy a buscar a Leonardo antes que se le ocurra conducir, con todo lo que ha bebido es peligroso que se ponga a manejar —y se dirigió a la puerta.

 

Pero ni siquiera había llegado cuando dos golpes en la puerta lo hicieron detenerse para mirarme extrañado. Ni siquiera el timbre y el citófono de la puerta anunciaron la llegada de alguien. Recuerdo que incluso cuando entró con su auto la puerta se cerró automáticamente detrás nuestro.

 

Los golpes se sintieron más fuertes.

 

—Quédate ahí, Rafaela —me dijo con cautela—. Voy a ver quién es.

 

En cuanto la puerta se abrió ambos nos pusimos de pie sin creer lo que vemos, angustiada me lleve las manos al pecho. La luz de la patrulla que está detenida cerca de la puerta choca con la oscuridad del jardín y un policía nos mira con seriedad.

 

—Hubo un accidente —nos indicó.

 

Y antes de que le preguntáramos algo vimos como del interior de la patrulla bajaba Leonardo cojeando. No luce muy feliz e incluso entra a la casa sin siquiera dirigirnos la mirada.

 

—Para la otra que salga a conducir con ese grado alcohol lo vamos a llevar a prisión, si no fuera porque le debo un favor a su padre hubieran tenido que ir a buscarlo a ese lugar —y sin más se quedó hablando con Daniel mientras que yo sigo al gerente que cojeando se va a sentar en el sofá.

 

Cierra los ojos con dolor y no pudo evitar sentirme angustiada de verlo así, despeinado, con la camisa desabotonada, con unos rasguños y golpes en su rostro, y la pierna estirada por la dolencia que padece.

 

—No hubiera sido mejor llevarlo al hospital —señaló Daniel al policía, preocupado.

 

—¿Si lo dice por los moretones y rasguños? Eso no fue por el accidente, fue por… como decirlo, por el grupo de travestis que iban en el otro auto, fue una pelea increíble, lo hubiesen visto —dijo el policía a duras penas aguantando la risa mientras su compañero lo secundaba con la misma actitud.

 

—¿Y la pierna? —les preguntó intrigado.

 

—Ah, eso… no fue nuestra culpa, al señor se le ocurrió salir corriendo con el grupo de travestis y se tropezó con la acera… usted ve, eso le pasa por beber tanto —se alzó de hombros.

 

Daniel intentó mantenerse serio, pero es claro que le cuesta, solo carraspeó antes de agradecerle la ayuda a los policías y cerrar la puerta.

 

—Si te ríes te mato —reclamó el gerente arrugando el ceño dirigiéndose a Daniel.

 

Aquel suspiró con gracia, y solo sonrió.

 

—Deberías ir al médico —dice Daniel tomando el teléfono—. Voy a llamar a la clínica para que nos esperen y…

 

—No lo hagas, no es necesario ¿Qué les vas a decir? ¿Qué un grupo de travestis me dio una paliza? ¿O que me tropecé con la acera cuando huía de la policía? —musitó arrugando el ceño.

 

—¿Qué dices? ¡Claro que debo llevarte! Aun cuando esos travestis esa acera…  —miró hacia arriba apretando los labios para no reírse—. Mejor me voy.

 

—Sí, mejor, solo quiero dormir y descansar…

 

Y recostó su cabeza en el sofá. Daniel movió la cabeza a ambos lados.

 

—Yo lo cuidare —musité—. Puedes contar conmigo.

 

Me miró preocupado antes de suspirar.

 

—Está bien, te llamaré en una hora más, volveré a la fiesta si es que la noticia del accidente llegó hacia allá, debo quitarle gravedad al asunto.

 

Y salió a paso apresurado, es evidente que solo quiere salir para poder reírse de la situación, y creo que el gerente lo sabe ya que lo sigue con la mirada con expresión poco amigable. La puerta se cerró y en el momento sus ojos se detuvieron en mí.

 

—¿Usted no va a reírse también de mis desgracias? —me preguntó en tono molesto.

 

Moví la cabeza a ambos lados.

 

—Me siento aliviada —le respondí con sinceridad—. Cuando vi a ese policía sentí que el corazón se me detenía, agradezco que solo haya sido un pequeño choque y una pelea.

 

Dicho esto, me puse de pie mientras me sigue mirando confundido luego de escuchar mis palabras.

 

—Voy a traer agua caliente y unas toallas para lavar sus heridas —indiqué.

 




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