Novia desafortunada

Una conversación sincera

Rafaela

 

—Con esto tendremos suficiente, un milagro que sigan acá —habló Leonardo mirando lo que parece que fue alguna vez una fogata.

 

—¿Sabe hacer fuego? —le pregunté con incredulidad.

 

Se volteó sonriendo con seguridad.

 

—Fui niño explorador —respondió con orgullo.

 

No dije nada, solo desvié mi mirada, habrá sido niño explorador, pero con mayordomo, tal vez ni siquiera sabrá cómo hacerlo. Una fuerte ráfaga de viento entró por la entrada de la cueva y me hizo temblar para luego enfocar mi atención en el gerente que con seriedad ha preparado todo para encender el fuego. No puedo evitar mirar su seria expresión y su concentración hasta que siento a mi corazón acelerarse. Por eso cuando volteó su mirada hacia mi di un salto como si hubiese sido descubierta cometiendo un crimen. Pareció no entender mi reacción.

 

—No te preocupes, pronto encenderé el fuego y podremos secar nuestra ropa, ya Daniel notará nuestra ausencia y mandará ayuda —respondió para luego seguir con su tarea.

 

—¿Y si no es así? —no quiero poner pesimismo de mi parte, pero me es imposible.

 

—Bueno, tendremos que casarnos, vivir con nuestros hijos en esta cueva, para siempre —dijo antes de reírse.

 

No pude evitar mirarlo molesta, aunque escucharlo reírse es extraño, no es que no se vea bien, al contrario, pero siento que es la primera vez que lo veo reírse con tantas ganas y de forma natural. Pese a la situación en que nos encontramos.

 

—No te preocupes, no es la primera vez que esto pasa —y dicho esto sonrió con tristeza.

 

Estaba a punto de preguntarle qué quiso decir, pero justo en ese instante se dirigió hacia mí, emocionado señalando la fogata que acaba de encender.

 

—Ves, te lo dije, sé prender fuego —y dicho esto se quedó esperando, de seguro, que lo felicite por su hazaña.

 

—Pues felicidades, señor gerente, usted es un verdadero explorador —indiqué y sonrió al escucharme, es demasiado ingenuo para notar la ironía, aunque mis palabras en cierta forma son sinceras.

 

—Puedes sacarte la ropa —señaló y me aparté de un salto de su lado con solo escuchar su atrevida sugerencia.

 

Se puso de pie de inmediato, desconcertado.

 

—No es lo que piensas, es para que puedas secar tu ropa en el fuego, mira yo me voy a quitar la camisa —y dicho esto se empezó a desabotonar la ropa.

 

Si esto fuera una novela virtual de seguro esto no va para nada sano, pienso moviendo la cabeza confirmando mis palabras. Pero sé que una mujer como yo, madura y clara en sus ideas no va a dejar que algo así pueda inquietarme. Y… ¿Cómo, maldita sea, puede tener esos pectorales? ese cuerpo, ese….

 

Siento el calor subirse por mi cabeza hasta que me doy cuenta de que me está mirando con atención. Le doy la espalda avergonzada, se supone que me prometí no pensar más en hombres luego de que me dejaron plantada en el altar, no volveré a vestir de novia jamás de los jamases.

 

—Es su turno —dijo con la voz más varonil y martirizadora de la virtud puritana de una mujer como yo.

 

—¿Turno de qué?  —¿Y ahora porque me empieza a tratar de “Usted” cuando me ha tuteado desde que entramos a esta cueva?

 

—Sacarse esa blusa mojada —respondió con calma, como quien tuviera pidiendo la mostaza que está en la mesa.

 

Solo muevo la cabeza de forma afirmativa, y me siento boba por obedecer sin poner reparos, o es la gruesa polera que llevo debajo la que permite que no me sienta tan cohibida para quitarme la blusa. La dejo cerca del fuego y lo miro de reojo mientras parece perderse en sus recuerdos.

 

—Hace mucho tiempo que tengo las cortinas cerradas para no ver ese jardín —señaló sin mirarme y entiendo que habla del lugar en donde tome las flores esta mañana y causó tal enojo de su parte—, era el jardín de Carolina…

 

 Hubo un momento de silencio en el que pareció titubear mientras yo solo bajo la cabeza suspirando y pensado que al arrancar esas flores habrá sentido que era una ofensa al jardín que cuidaba su ex.

 

—Cuidó ese jardín, plantó cada flor, ella soñaba con construirse una pérgola con cada planta que representara nuestra historia —sonrió levemente antes de bufar—, y cada mañana abría las cortinas al desayunar diciendo que ahí florecía nuestra relación, nuestro mutuo amor. Pero…

 

Apretó los dientes antes de continuar.

 

—Cuando poco a poco dejó de quererme, ese jardín comenzó a morir, lo descuidó porque había otro en su corazón, porque ya no era yo quien la colmaba de amor y pasión, y me di cuenta de que cuando los flores comenzaron a morir que ya no había nada que rescatar de nuestra relación. No me amaba, pero sin embargo no tenía la suficiente valentía de decirlo, a pesar de que varias veces se lo dije, lo negaba. Me pidió tiempo y le dije que le daba todo el tiempo que quisiera porque lo nuestro ya no tenía regreso. Y terminé con ella.

 

Me siento a su lado sin saber que decirle.

 

—Durante la noche —siguió hablando—, soñé que ese jardín volvía a florecer, que Carolina volvía y tuve miedo, desperté sobresaltado, de cometer un error como casi cometí en mi fiesta de cumpleaños. Y ver ese jardín florecido, esas flores sobre la mesa me aterraron tanto que cometí la estupidez de gritarte y descargar en ti la rabia que yo sentía contra mí. Temo sentir aun algo por ella y volver a caer a su petición cuando sé que solo va a herirme.

 

Dejó escapar una leve risa.

 

—Debo parecerte patético —musitó.

 

Carraspeé mirando hacia el fuego.

 

—Creo que todos alguna vez nos hemos visto patéticos —sonreí—. Véame a mí, llorando por un hombre que me abandonó en la boda para irse con quien era mi mejor amiga, perdí a dos personas en un solo día, y aun después de llorar lo esperé, pensé que volvería y pensé en perdonarlo —me reí con suavidad—. Pero sabe una cosa, después empecé a hacer esto, cada vez que recuerdo a mi ex levanto y puño e imagino que le doy un puñetazo con toda mi fuerza en la cara para espantar al fantasma de su recuerdo y deje de aparecerse frente a mí.




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