Rafaela
Giorgio Santoro, era el rival de Leonardo, se podría decir, pues con Aníbal parecía llevarse bastante bien lo que no era así con Leonardo, con quien solo cruzó un saludo formal sin ningún tipo de cordialidad. Sin embargo, es demasiado reservado y aunque luce apacible, extremadamente educado, habla pocas veces. Claro que cuando abre la boca es para decir las cosas precisas y necesarias, e incluso para ofender confundiendo a su auditorio, tiene la inteligencia suficiente para saber que palabras debe usar y en qué momento.
Sus ojos son fríos, tanto como dos trozos de hielo eterno del último lugar del mundo. De cabello castaños, engominados, donde ningún solo mechón se salé de su lugar luce tan como esos mafiosos guapos de las novelas.
Nos hemos sentado a la mesa y no dejó de sentirme inquieta ante los ojos penetrantes de ese hombre, es como si estuviera analizándome tal como si me pesara, midiera, revisara mi tipo de sangre, como un médico haciéndole un chequeo general a su paciente de turno.
—Cariño —dijo la madre de Leonardo interrumpiendo el silencio ¡Señora deje a los angelitos cruzar en paz! Más cuando ese “cariño” va para mí—. Me alegra que estés presente, pero mi cielo debiste decirme que no tenías ropa adecuada para una cena como esta, yo encantada te hubiera comprado unos vestidos preciosos.
Le sonreía, aunque por dentro pensaba cualquier cosa menos sonreírle. Pues, aunque su tono suena amable su mirada es muy distinta, es tal como si estuviera frente a una madre severa que me está reprendiendo con cuidado y aunque sonríe parece una amenaza de “en casa te enseñaré una lección”.
—Me disculpo por eso, mis intenciones no fueron ofenderlos —intenté lucir los más honesta posible.
Me quedó mirando fijamente, no sé si se ha dado cuenta que estoy fingiendo y trago saliva ante aquella bestia enorme que si quisiera me devoraría de un bocado.
—Corazón, parte de tu ignorancia es parte de tu encanto…
O sea, acaba de llamarme “Tonta encantadora” estaba a punto de responder, pero Leonardo colocó su tibia mano sobre la mía y sus ojos se detuvieron en mi con tal calidez que fue como el agua fría que necesitaba en mi pecho ardiente para retomar la calma.
—Asumo la culpa, no es usual en Rafaela asistir a este tipo de invitaciones, y para mí siempre luce tan bella que olvidé ese detalle de etiquetas hasta en una simple cena familiar.
—Es que cenar con padre es algo que no se da siempre y por eso a veces tendemos exagerar, pido disculpas a Rafaela si se ha sentido mal —habló Aníbal con expresión risueña deteniendo sus ojos en mí.
No supe que responder, en cierta forma nos está ayudando para salir de esta incómoda situación.
—Leonardo se enamoró de Rafaela por lo que ella es, ¿No cree tía que quitarle su esencia es quitarle lo que él ama de ella? Yo creo que así luce bastante bonita, es una joven oficinista, trabaja ocho horas diarias, es ella misma quien está aquí —agregó Carolina sonriendo con suavidad—. No tendría por qué ocultarse y crear una imagen que no sería ella al final.
“Uhm”
Fue el único ruido que hizo el padre en medio de la conversación, y aunque todos lo escucharon esperando que dijera algo más, fue la madre de Leonardo quien tomó la palabra.
—Sé que Rafaela tiene más que mostrar, solo quiero darle más alas de las que ella usa ahora —sonrió tomando una copa de vino—. ¿Hay algo malo que quiera que mi futura nuera la vean como yo la veo?
“Como ella quiere verme” más bien dicho. Leonardo también parece confundido por la ayuda de Aníbal y Carolina, y eso me da a entender que no soy la única que se ha dado cuenta d eso ¿Qué buscaran con hacer eso?
—Cambiando de tema —dijo el padre de la familia con expresión tan seria y severa que de inmediato toda la atención se enfocó en él. Por dentro agradezco ya no ser el tema de conversación—. Invité a Giorgio Santoro por recomendación de mi hijo Aníbal, hay ideas bastante interesantes que quiero que Leonardo se una más tarde conmigo para analizarlas. Después de cenar te quedaras para que los revisemos.
Sus ojos se detuvieron en su hijo. No parece estar de acuerdo, puedo entender que está cansado, pero aun así acepta. Es parte de sus responsabilidades como gerente general asumir esas responsabilidades cuando además se trata del negocio familiar, o así lo entiendo yo.
—Te pediré un taxi —dijo apenas terminó la cena—. Cuando tengo estas reuniones con mi padre suelo terminar muy tarde, prefiero que vayas a descansar.
No me negué, lo cierto es que quisiera salir, literalmente, corriendo de este lugar. Sé que podrían cuestionarme mi poca “lealtad” en este momento, pero me siento tan agotada, pues intentar ir contra las ideas de su madre está resultando psicológicamente más agotador de lo que pensé.
En cuanto llegó el taxi salí al encuentro con el chofer, pero apenas me subí me di cuenta de que dejé mi teléfono dentro de la casa de la familia Almendarez, por lo que tuve que decirle que me esperara mientras iba por él.
Por suerte nadie me vio volver y pude salir bajando las escaleras con rapidez. Hasta que noté que detrás de mí, Giorgio Santoro bajaba las escaleras, el aire frio que proyecta a su alrededor fue suficiente para hacerme sentir escalofríos. Por lo que al cruzarse nuestros ojos en forma accidental opté solo por inclinar la cabeza como una despedida silenciosa.
Torció su boca, como si encontrarse conmigo no fuera grato. Es un sentimiento mutuo, pero yo por lo menos intentó disimularlo. Avanzó con más rapidez adelantándose a mí.
—Nunca pensé que el nivel de exigencia de Leonardo Almendarez cambiara de una mujer de alta gama como Carolina a una… como decirlo sin ofenderla… ¿Simple? —alzó las cejas al decirlo con una expresión tan altanera que sentí una punzada hiriente en mi pecho ante su descortesía.