Rafaela
Abro los ojos aun embobada, no recuerdo nada. Sin levantarme de la cama mis ojos se detienen en el sol que entra por la ventana. ¡Mierda, voy a llegar tarde! Pero me quedo estupefacta al darme cuenta de que unas manos me rodean por la cintura y veo un hombre que en un principio no logro distinguir quien es.
Mi cuerpo se congela de golpe, para luego salir arrancando de la cama, enredar mis pies en las sábanas y rodar hacia el suelo, me quedó escondida bajo el catre esperando no despertar al tipo en la cama.
¡¿Qué he hecho?! No he bebida nada de alcohol, Pero ¡¿Cómo explicar que despierto de madrugada en una cama que no es mía y con un hombre que no conozco?! ¿Y sin protección?... Quiero morirme, Dios si me escuchas mándame un rayo directo a mi cabeza…
Respiro con alivio al ver que tengo aun la ropa de trabajo encima, completa, solo sin zapatos lo que significa que no ha pasado nada. Dejo caer mi cabeza al piso con suavidad. Ahora el punto es explicar ¿Por qué estoy en este lugar? ¿Y mis documentos? ¿Mi cartera?
Debo salir de aquí primero y después buscar explicaciones. Me quedó en silencio sin sentir ningún ruido y me asomó con cautela a la cama para poder levantarme a buscar mis objetos personales.
Pero apenas me asomó hay dos ojos bien abiertos que me contemplan con atención y una sonrisa que no sé si interpretarla como amigable o no. El hombre en la cama no parece querer levantarse y me doy cuenta de que él a diferencia mía si está desnudo, del torso, pues abajo lleva pantalones.
Lo quedó mirando fijamente para empezar a recordar quien es, sin el pelo engominado su cabello tiene despeinado cae con gracias a los costados, y esos ojos gélidos parecen resultar menos espeluznantes. O eso pensé, pues apenas me enderecé me agarró de la mano y me atrajo a la cama.
Pegue un pequeño chillido antes de encontrarme entre la cama y él con la boca tapada ¿Qué diablos le pasa a este hombre? Según comienzo a recordar rodamos por las escaleras y ahora quiere ¿Qué rodemos entre las sábanas de su cama?
—Tranquila —musitó con suavidad—, no grites, no te he hecho nada y prometo no hacértelo, solo no grites. Ayer quedaste inconsciente luego de que caímos de las escaleras, pensaba llevarte al hospital, pero con suerte solo sé que te llamas Rafaela. Era complicado decirle a Leonardo Almendarez que había sido un accidente, la relación entre nosotros no es fácil. En fin, necesito que te calmes.
Arrugué el ceño, entiendo su explicación, pero no de que estuviéramos durmiendo en la misma cama, con él semi desnudo, y que ahora este encima mío con su mano tapándome la boca. Si alguien abriera la puerta en este preciso instante pensaría que estamos a punto de hacer otra cosa.
Y la puerta se abrió…
La sirvienta que entró dejó caer la aspiradora al vernos, y se sonrojo para luego pedir disculpas y salir. Por lo menos eso sirvió para que Giorgio se levantara y yo pudiera arrancar hacia el otro lado tomando mi cartera. Una idea sería subir por la ventana, pero estamos tan alto que descarté la idea de inmediato.
—Señorita…
—Torres —completé pegada a la pared lista para defender mi honor si es necesario.
Me contempló de arriba hacia abajo y comprendí que en ese momento mi actitud podría ser cualquier cosa menos seductora. Bufó por debajo desviando la mirada, y tuve que contener mis ganas de lanzarle mi cartera y noquearlo. Claro puede dormir aferrado a mi cintura y luego quejarse por mi apariencia. ¡He dormido por horas con la misma ropa que use durante toda mi jornada laboral del día anterior, sin poder cepillarme los dientes, ni bañarme, ni peinarme!
—Le conseguiré ropa, ahí al costado hay un baño, puede ducharse. En el cajón de arriba hay cepillos de dientes nuevos, peines, y todo lo que necesita —dijo con seriedad y una mirada soberbia que no parece dispuesto a escuchar un no como respuesta.
No esperé más y entré al baño girando el pestillo y tomando el teléfono sin que apareciera una señal. Quiero llamar a Leonardo, de seguro debe estar desesperado y me preocupa imaginarlo así. Necesito decirle que estoy en manos de Giorgio Santoro, así podrá venir por mí.
Me quité la ropa dándome una buena ducha. Luego la misma sirvienta de antes me trajo ropa, un vestido azul y unos zapatos blancos con taco. Como no suelo usar tacos me coloqué mis zapatos de trabajo y salí secándome el cabello. Me acerqué a la ventana levantando mi teléfono por si logró tener alguna señal.
—No hay señal en este lugar, solo se puede llegar en helicóptero —respondió Giorgio con naturalidad mientras aparece vestido.
Al parecer fue a bañarse a otra habitación, su cabello aun así ya luce engominado y su siniestra mirada se posa en mí.
—Luce bien con ese vestido —señaló acercándose.
—Perdón, ¿A dónde me trajo? —le pregunté de inmediato—. Debo volver pronto, hoy es día de trabajo, si falto tres días me van a despedir.
—Estamos fuera de la ciudad, a una isla personal de mi familia —respondió entrecerrando los ojos—. Si quiere comprobarlo intente huir no hay nada más que playa y mar.
Lo quedé mirando como si el sistema dentro de mi cabeza acaba de tener un pantallazo azul. Este tipo… ¿Me ha secuestrado? ¡Esta es como esas novelas eróticas donde el tipo rico se secuestra a la chica pobre y humilde! Y luego hace <CENSURADO> para luego darle <CENSURADO> y finalmente hacer el <CENSURADO>. Y al final la chica sufre de síndrome de Estocolmo y se queda con su secuestrador.
Sentí como si vomitara sangre.
—¡No, usted que se cree trayéndome a este lugar! No le voy a permitirle faltar a mi honra ni ponerme un solo dedo encima. Además, estoy comprometida —con el trabajo claro, y con Leonardo también.