Novia desafortunada

Un beso soñado

Rafaela

 

Hubiese querido responderle, pero no pude. Me quedé muda dándome cuenta de que he caído en una trampa cuando se acercó tanto a mí que pude ver mi propio reflejo en sus ojos. Lo aparté de golpe solo para que tomara mis muñecas y nos quedamos mirando uno al otro.

 

—No entiendo que busca, señor Santoro, pero soy la novia de Leonardo Almendarez y eso usted lo sabe, si él se entera de esto no será nada bu…

 

—Pero usted no lo ama, basta con mirarla para saber que no está con él por amor —abrí los ojos sin saber que responderle.

 

Ni siquiera yo sé aun lo que siento por Leonardo. Apreté los dientes bajando la mirada y mi espalda chocó contra la pared detrás de mí. Había estado retrocediendo sin darme cuenta, huyendo de Giorgio o de sus palabras hacia Leonardo.

 

—Si es dinero yo podría darle más de lo que él le ha ofrecido —me susurró al oído—. Dígame cuanto es su valor…

 

¿Mi valor? Si por un momento pensé que la angustia de mi rostro era clara ante sus ojos por mis sentimientos confusos no sé cuál habrá sido mi expresión al escuchar estas palabras llenas de veneno. Giorgio me observó desconcertado antes de que colocara mis manos en su pecho y lo alejara de golpe.

 

—Eso… eso es, ustedes los ricos siempre piensa que si alguien como yo está cerca es por dinero ¿Cree que me interesa el dinero de Leonardo o el suyo? He trabajado desde joven, tal vez no he ganado mucho ni tengo una fortuna para malgastar en dinero, pero eso no les da derecho a usar a las personas como si fuese simple peones en un juego de ajedrez —le reclamé a punto de rechinar los dientes, lo digo no solo por su actitud de traerme a este lugar sin mi consentimiento sino también a la familia de Leonardo—. ¡No necesito el dinero ni de usted ni de nadie!

 

Giorgio guardó silencio, para después sonreír y sentarse en la cama cruzando las piernas.

 

—Le pido mis más sinceras disculpas, señorita Torres —exclamó con tranquilidad extendiendo su pañuelo hacia mi—. Mis intenciones no eran humillarla ni hacerla llorar. 

 

¿Estoy llorando? Me tocó el rostro para comprobarlo y es cierto. Pero no es tristeza, es rabia e impotencia lo que me ha hecho reaccionar así.

 

—Entonces necesito volver pronto —le dije arrugando el ceño.

 

Me contempló con fijeza para luego bajar la mirada.

 

—De niño nunca me ha gustado que la gente me toque, rozar mi piel con otros es insoportable, al nivel que duele y quema sin que pueda controlarlo. Solo podía soportar el contacto con mi hermana mayor. Y ella alejaba lo solo que me sentía —se colocó serio alzando su atención a mí para acercarse a un cajón y sacar unos guantes, es cierto que las veces que lo he visto siempre lleva esos guantes negros de cuero—. Pero mi hermana falleció aún muy joven, y con su muerte perdí todo lo que para mí significaba sentirse humano. Hace diez años no he podido tocar la piel de nadie.

 

Se colocó sus guantes y me dio la espalda.

 

—Salvó a usted ese día que caímos por las escaleras —hizo sonar una campanilla—. Le pido que me perdone por mi comportamiento, le aseguro que en la noche no hice nada indebido solo quería recordar lo que se siente poder dormir al lado de otra persona, sentir su respiración, su calor.

 

Dos golpes en la puerta interrumpieron su plática y apareció la sirvienta de antes a la cual le pidió que preparara desayuno para dos. Apenas salió se giró hacia mí.

 

—Le ofrecí dinero en mi desesperación, imagínese lo que es vivir sin poder tocar a nadie y encuentras a esa persona, pero aquella ya está comprometida con alguien que no ama, y no puedo explicarme sus razones. Siquiera usted amara a Leonardo yo podría entenderla.

 

—¿Cómo esta tan seguro que yo no lo amo? —le pregunté con cautela—. Podría estar equivocado.

 

Alzó sus cejas antes de sonreír con seguridad.

 

—El hecho de no poder tocar a las personas me ha significado aprender a enlazarme con ellos de otra forma, a conocerlos más, a fijarme más en cada detalle y usted no luce como una mujer enamorada.

 

Chasqueé la lengua y lo notó, pues me miró sorprendido antes de reírse con suavidad.

 

—Tuve una historia complicada antes de conocer a Leonardo, mostrar tus sentimientos al exterior es quitarte la coraza, o sea usted puede creer que no siento nada por él, pero es porque yo evito que lo que siento pueda reflejarse hacia afuera —entrecerré los ojos al decírselo.

 

 No dijo nada. Pero su fija sonrisa en su rostro me hace sentir que no ha creído en mis palabras. Abrió la puerta y me indicó que lo acompañara. Avancé con cautela detrás suyo, salir de esa habitación es una buena posibilidad de poder ver la casa y saber cuáles son mis opciones de huir.

 

Llegamos a una habitación cerca del jardín del costado, con enormes ventanales de cortinas blancas, el sol entra por ella iluminando aún más su interior. Una mesa redonda se encuentra en el costado, solo para cuatro personas. Donde el desayuno ya está servido, jugo de naranja, tostadas, mantequilla, queso y salame.

 

—Tomé asiento, coma algo primero —me dijo con cortesía moviendo la silla para que me sentara.

 

Titubeé, solo quiero irme ya de este lugar.

 

—No se preocupe, luego de comer aclararemos esta situación —habló con seriedad.

 

Suspiré, no tengo otra opción por lo que me senté en la silla.

 

—Aunque fuera cierto que yo no amara a Leonardo, eso no significa que usted haga algo como esto ¿Se da cuenta que es secuestro? —le dije sin mirarlo.

 

Se quitó sus guantes y me miró con atención, luego apoyó su barbilla en el dorso de sus manos.

 

—Lo sé, lo siento, prometo que terminando de desayunar aclararemos este tema con Leonardo, le doy mi palabra —sonrió con suavidad—. Le reitero mis disculpas por mi actitud poco adecuada.




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