Giorgio
—Señor Santoro, hemos hecho lo posible por sacarlo de la oficina, pero dice el señor Almendarez que no se ira hasta hablar con usted —me dijo mi secretaria apresuradamente mientras acabo de bajar del helicóptero y entro al edificio.
No la miré en ningún momento ni tampoco le respondí, era lo esperado, la casa de los Almendarez está rodeado de cámaras y es seguro que Leonardo ya ha mirado en ellas viendo que quien se llevó a su novia soy yo.
No puedo evitar sentirme ansioso y sonrio ante los presentes que no se atreven a decir palabra alguna.
La puerta de la oficina se abre y no alcanzo a decir ni un buen día cuando Leonardo me toma del cuello azotándome contra la pared ante el desconcierto de mis asesores y la secretaria.
—¿Pueden dejarnos solos? —les digo con una tranquilidad que contradice el rostro de mi atacante.
El resto me mira como si no entendieran mis razones ante tal desquiciado petición. Claramente no entienden que si Leonardo comienza a hablar sobre Rafaela y yo debo aceptar que he secuestrado a alguien frente a ellos eso podría perjudicarme publicamente.
Endurezco mi mirada y ante eso salen de inmediato. Luego mis ojos se detienen en Leonardo, que por ningún momento me ha soltado. Su cercanía me asquea, en el sentido que tener a alguien así de cerca no me gusta.
Su cabello luce desordenado y no parece tan bien vestido y presentable como siempre.
—Deberías calmarte y no….
—¡¿Qué mierda hiciste con Rafaela?! —me gritó interrumpiendo mis palabras.
Alcé mis ojos con inocencia y esto pareció molestarlo aún más.
—Solo la llevé a un hospital y…
—¡Mentira! —volvió a interrumpirme—. Busqué en cada hospital y clínica si habían recibido a una chica que tuvo un accidente en unas escaleras, y no la encontré. Solo sé que la subiste a tu auto y luego no hay nada más. ¡Así que dimes que hiciste con ella o te rompo el cuello en este mismo lugar!
Sus ojos lucen furiosos y su amenaza es de cuidado. Sin embargo, no me amedrenta y sonreí con sarcasmo.
—Bien, mátame aquí y nunca sabrás de ella…
Pareció palidecer ante mis palabras. No solo estoy confirmando sus sospechas sino además haciéndolo entender que lo tengo en la palma de mis manos. Aunque esas no son mis intenciones, solo quedarme con ella y nada más.
—¿Qué es lo que quieres? —me preguntó resignado y eso me pareció interesante.
Su mirada antes tan agresiva ahora parece suplicante. Entonces ¿Realmente a Leonardo Almendarez le interesa esa mujer? Lástima que sus sentimientos no sean recíprocos. Aunque eso tampoco me retendría.
—Que te alejes de Rafaela —le respondí arrugando el ceño.
Tensó su rostro sin despegar sus ojos sobre mí, parece desconcertado por mi petición. Imagino que pensaba que mis intereses por secuestrarla iban más relacionado a la competencia entre las cadenas de ambos hoteles, pero no es un punto primordial para mí, en este momento. Menos cuando estamos en una especie de “tregua económica” entre su familia y la mía.
—¿Por qué quieres atar a una mujer que no te ama? —le dije ante su silencio.
Y mis palabras parecieron hacer mella en su interior. Su mirada lució salvaje y furiosa como si le acabase de ofender. Pero me mantuve firme tensando también mi semblante.
—¿Qué quieres decir con eso? —inquirió apretando ambos puños.
Suspiré. Tener que explicar algo que ni él mismo ha notado es un fastidio. Realmente eres patético Leonardo Almendarez en aferrarte a una mujer que no siente nada por ti, tanto que ni siquiera has abierto los ojos.
—Ella misma me lo dijo —le mentí—, al despertar me pidió que la llevara a un lugar donde tú no podrías encontrarla.
—Mientes… —dijo con los dientes apretados.
Le di la espalda sirviéndome un vaso con agua.
—Si eso quieres creer, sigue creyendo eso, solo te diré una cosa ¿Alguna vez has sentido su entrega sincera hacia ti? ¿Sus besos son primero que los tuyos? ¿En sus relaciones íntimas es ella quien las propone?
No respondió y siento que he dado justo en el clavo. Bajó su mirada y sus puños parecieron relajarse. Sonreí a mis adentros, entonces no me equivocaba en mis conclusiones.
—Es triste pensar que un hombre como tú se conforme desesperadamente con las migajas que le da una mujer como esa, pues en sus sueños hubiera sido capaz de capturar a alguien tan poderoso. Y no lo digo porque la mujercita no sea bonita, pero es pobre, miserable y según descubrí abandonada por su novio en las puertas del altar ¿Cómo podrías conformarte con tan poco alguien de tu valía?
Mis intenciones es hacerlo desistir de buscarla. Por eso no pienso detener mi cizaña más cuando parece estar hundiéndose con mis palabras.
—Una mujerzuela como esa capaz de abrir las piernas por dinero y…
No pude terminar. No me esperé que Leonardo reaccionara ante estas últimas palabras y me diera un puñetazo tan fuerte que me botó al suelo. Sentí dolor, mi piel quemándose, y lo peor la sensación de que ha tocado mi piel me marea, hasta contener a duras penas las ganas de vomitar.
Me mira a un agitado, con los ojos inyectados de una furia loca, que, aunque no quisiera me intimida. Me puse de pie tambaleando, contagiado también por la rabia.
—¿Sabes lo que es más triste? Que sigues negándote a darte cuenta de que ella no te quiere —le dije con dureza, pero sinceridad—. Esta abrumada por tu propuesta, solo te aceptó por compasión. Puedes volver a darme otro puñetazo, pero eso no cambiara sus sentimientos, sin embargo, si lo piensas bien recordaras cada uno de sus gestos y sabrás que nunca te quiso.