Me tambaleé antes de tomar otra silla y lanzarla contra la puerta ¿Quién se han creído que son para tenerme encerrada? ¿De la mafia? ¡Esto es un maldito secuestro! Ya va a ver ese mentiroso de Giorgio Santoro.
La silla no salió proyectada con la fuerza que quería, pues mis manos aún siguen temblando por efectos del medicamento, según escuché por el otro lado de la puerta tenía que haber dormido hasta el anochecer, sin embargo, desperté al par de horas de beberlo.
Desconozco las razones, o es mi insomnio que ha impedido al medicamento actuar como lo esperaban. Pero mi cuerpo no reacciona del todo, aun me siento atolondrada por lo que me siento en la cama, aunque no quisiera hacerlo.
Respiro agitada con mis ojos fijos en esa maldita puerta cerrada. Y la rabia me hace volver a ponerme de pie tomando la lampara del velador dispuesta a chocarla contra la puerta, pero me tambaleo y caigo al suelo perdiendo la conciencia, el medicamento sigue afectándome.
Desperté de golpe solo para notar que ya ha atardecido. Quise ponerme de pie para notar que mis manos están atadas frente a mí por lo que casi me fui de bruces al suelo. Levanté mis brazos viendo las sogas que rodean con fuerzas a mis muñecas.
¿Quién podría ser el enfermo para atar a una mujer indefensa como yo? No tuve mucho que pensarlo cuando escuché su voz.
—Veo que ya ha despertado.
Desde el fondo, en medio de la oscuridad, tal como un badboy siniestro, Giorgio Santoro está sentado en un sofá con una copa en la mano. Con la camisa blanca entreabierta mostrando su cuello y parte de su pecho desnudo. Las piernas cruzadas y una mirada entre sarcasmo y victoria.
—¿Sabe que esto puede condenarlo a prisión? —señalé buscando amedrentarlo, pero en vez de eso sonrió aún más—. No es broma el secuestro de personas.
Le dije esto último con seriedad.
—Discúlpeme señorita Torres —indicó, aunque no hay arrepentimiento alguno en sus palabras y no sé si esto lo dice por tenerme atada o por tratarme como si fuese una rehén—. Pero en su mundo a esto le llaman secuestro y en el mío a comprometerse.
Alcé los ojos sin entenderlo para luego hacer una mueca mientras muerdo las cuerdas con desesperación. Aunque sé que es absurdo, pero ya este tipo me está desesperando, no reconociendo que tengo miedo por lo que acaba de decir, si lo hago mi estado mental puede aminorarse.
—Que linda forma de comprometerse —mascullé intentando quitarle tensión al momento—. Pero en caso de que se refiera a mí, lo lamento, estoy comprometida con Leonardo Almendarez, ha llegado tarde, señor Santoro.
No quiero sonar orgullosa, aunque lo he sido, pero mi cuerpo ha comenzado a temblar y la única forma de aferrarme a algo es creerme el cuento de sentirme valiente aun en esta situación.
Sentí el sillón reclinarse y se acercó a mi sin dejar la copa de lado. A medida que vi que la luz del velador a mi lado alumbra su rostro la mirada de maldad en el suyo me hizo quedarme callada, pensaba decir algo, pero no pude.
—Leonardo Almendarez acaba de romper públicamente con usted —me dijo satisfecho.
Lo miré impávida, sintiendo un líquido caliente subir por mi estómago. Luego sonreí, eso sería imposible. Leonardo nunca hará algo como eso.
—Si no me cree vea esto —y dicho aquello me acercó la pantalla de su teléfono.
El buscador mostró la noticia en varias páginas. “Leonardo Almendarez, futuro heredero de los Hoteles Hall anuncia que ha rompido su compromiso con su reciente novia” “¿Qué ha pasado? A menos de un mes, Leonardo Almendarez, rompe con su novia” “¿Habrá sido una relación falsa desde el inicio?”
Siento que empiezo a revivir esta historia, otra vez. Es como recordar ese día en el altar, vestida de novia, con mis ilusiones rotas mientras mi novio huía con mi amiga. Y aprieto los dientes conteniéndome para no llorar, viendo el rostro de Leonardo en la pantalla móvil.
—No lo culpo, si yo tuviera una novia que no me quisiera también hubiese tomado esa decisión —dijo apagando su teléfono.
—¡¿Y qué sabe usted si yo realmente lo quería?! —le grité con rabia, sé que tuvo que haber influenciado para que esto pasara. Leonardo no lo haría solo porque estoy desaparecida.
—¿Y tú sabes si de verdad lo querias? —me preguntó con tranquilidad.
No lo sé, y me odio por eso.
Imagino que si esta fuera una novela los lectores ya estarían prendiendo fogatas y pidiendo que quemen en llamas a ese estúpido personaje que no es capaz de saber lo que siente, y que por culpa de su indecisión ha perdido al apuesto personaje protagónico.
—No este triste, beba conmigo, se dará cuenta que eso ha sido lo mejor para todos —indicó sentándose en la cama y tomándome de la barbilla.
—¿Lo mejor? —le pregunté ofendida y mis lágrimas por la impotencia de estar en esta situación se deslizaron por mi rostro.
Se quedó mirándome en silencio, como si no se esperaba esa reacción mía, pero luego volvió a tomarme de la barbilla, y me negué siquiera a acercarme a la copa que intenta darme.
—No me haga las cosas más difíciles, ya verá que no lo necesita —y dicho esto se bebió el contenido del vino.
Giré mi rostro hacia él sin saber qué es lo que quiso decir, porque si lo dice por Leonardo ¡¿Qué mierda sabe él si lo necesito o no?!
De improviso se acercó tomándome de las manos atadas colocándolas sobre mi cabeza, y con su mano libre me tomó de la barbilla con fuerzas sabiendo que me resistiría y colocó sus húmedos labios sobre los míos. Abrí los ojos sin creer lo que hace. Intentó empujar el vino a mi boca presionando con más fuerzas mi rostro hasta obligarme a abrir la boca tragando el alcohol a pesar de mi oposición.