Leonardo
Corté el teléfono con brusquedad. Hace unos días tuve una fuerte discusión con mi padre que se negó a que utilizara a los abogados de la familia para acusar a Giorgio Santoro por el secuestro de Rafaela. Dijo que el asunto quedó arreglado internamente y no había necesidad de involucrar a los medios periodísticos. Que Santoro se comprometió en darle una buena compensación monetaria.
Me interrogó incluso de que mi decisión de terminar con el compromiso tuvo que ver con esta situación. Me negué a responderle y eso lo enfureció. No sé qué contactos ha movido pero ningún abogado ha querido ser parte de la condena que estoy exigiendo.
Me siento de manos atadas. Abrí la puerta para salir de mi oficina y respirar aire puro, pero me detuve al escuchar una voz conocida.
—Ya le dije, el señor Almendarez no está —respondió mi secretaria con seriedad.
Al otro lado del mesón esta Rafaela, no puedo verle bien el rostro, pero se ha quedado parada aun cuando le han negado mi presencia. Llevó días evitándola. Temo volver a mirarla a los ojos y sentir que mi decisión de alejarme de ella tambalee. Y conociéndola sé que sería capaz de seguir con esto, aunque no me ama, lo haría por compasión…
Es lo mejor, olvidarnos de esto. Pero… me duele. No puedo negarlo. El nudo de mi garganta me sofoca. Cierro la puerta apoyándome en ella y con los ojos cerrados trago saliva con amargura.
—Disculpe las molestias —responde Rafaela a mi secretaria con un hilo de voz—. Gracias.
Y escucho como sus pasos se alejan. Me asomó viendo su delgada figura desaparecer por el pasillo. Arrugó el ceño controlando mis ansias para no correr detrás de ella y aferrarla entre mis brazos para no dejarla ir jamás.
Muevo la cabeza a los lados, aunque me duela mucho no puedo, no debo, es mi egoísmo que me empuja a retenerla a mi lado. Debo dejarla libre para que pueda tener la oportunidad de amar.
Aprieto los puños y sin evitarlo golpeo la pared con rabia.
******************O*****************
Rafaela
Subo al ascensor sin levantar la mirada. A mi paso los rumores aumentan. La ex novia del gerente general. Solo escucho los cuchicheos que me acusan hasta de infidelidad con otro rico heredero.
“Una trepadora”
Pero no me importa, que hablen lo que quieran. Me muerdo los labios y alzó mi atención hacia el fondo del pasillo en donde se encuentra la oficina de Leonardo. Sé que él está aquí, lo presiento. Tal como las otras veintenas de veces que lo he buscado para hablar.
Las puertas del ascensor se cierran y llevo mi mano a mi frente riéndome de mí. Persigo a un hombre que canceló el compromiso, y que no quiere verme. ¿Estoy repitiendo la misma historia con Martin, con el cual casi nos casamos? ¿Qué tan patética tengo que ser para no aceptar que Leonardo ya no quiere nada conmigo? Siquiera me hubiese dado la oportunidad de hablar.
Me fui caminando a mi puesto. Sofia, mi amiga y compañera de trabajo me hizo un gesto apenas me vio señalando a un hombre alto, de traje oscuro e intimidante. Le devolví la mirada sin entenderla.
—Te busca, dijo ser abogado de la familia Santoro —me susurró al oído.
Lo miré descolocada ¿Qué tengo yo que ver con esa familia? Arrugué el ceño desconfiada.
—¿La señorita Rafaela Torres? —me preguntó acercándose—. La he estado esperando, soy el abogado de don Giorgio Santoro ¿Podemos hablar en privado?
—Sí, claro, sígame —le digo llevándolo a una de las salas de reuniones que se encuentran vacías.
Tomamos asiento y comenzó a sacar unos documentos de su maleta. Ordenándolos en silencio, antes de extenderlos hacia mí. Recibí los papeles, confundida.
—Léalos y firme, es la compensación que mi cliente, Giorgio Santoro —dijo con seriedad.
—¿Compensación? —le pregunté sin entender.
—Por todos los problemas que le causó la “invitación” de don Giorgio a su isla —señaló arrugando el ceño.
¿Invitación? ¡Eso fue secuestro! Sumando su somnífero, tenerme atada y el abuso ¿Cree que con dinero todo queda resuelto?
—No voy a firmar —le dije colocándome de pie—, y que don Giorgio Santoro se meta su dinero por…
—Mire la cifra —me interrumpió con tranquilidad como si estuviera acostumbrado a estas situaciones.
Lo hice solo por curiosidad, pero no pude ocultar mi sorpresa ¿Tres millones de dólares? Es algo que jamás tendría mi vida ni siquiera trabajando todas las vidas futuras que me quedan pendientes.
—Le conviene aceptarlo, pues judicialmente no podría contra nosotros. Usted tiene dinero para su familia, puede incluso cumplir sus sueños, y nosotros obtenemos su silencio —señaló con seguridad.
Lo miré apretando los dientes. Claro que como cualquiera acostumbrado a vivir penurias económicas toda la vida qué más quisiera recibir ese dinero, pero a costa de ocultar el crimen de ese tipo ¿Por qué tiene dinero cree que puede hacer y deshacer?
—No lo acepto —le dije saliendo sin cruzar más palabras.
Sacó su teléfono y empezó a hablar con alguien mientras yo salía de esa sala.
Afuera Sofia me esperaba preocupada. Me pregunté que quería ese hombre, pero no le dije mucho, ella no sabe el tema de mi desaparición, ni de Giorgio.
Horas después bajé a comprar un café, y apenas estaba saliendo de la recepción cuando alguien se paró en frente de mi deteniendo mi camino.
—¿Por qué no aceptaste el dinero? —me preguntó Giorgio con seriedad.