Novia desafortunada

Mi decisión final

Rafaela

 

No recuerdo que pasó después. Solo recuerdo los brazos de Sofia alrededor de mi cuerpo y sacarme de ahí. Y después horas en mi departamento desahogándome en sus brazos. No me recriminó, solo escuchó en silencio y me acompañó hasta que me dormí.

 

—Luces como si un camión te hubiese atropellado —me dijo mi mamá reprendiéndome.

 

Solo atine a sonreír a la fuerza. No me he movido de aquel mullido y cómodo sofá de tono marrón, que fue mi caballo de montar en mi infancia. Mi mirada bajó al piso sin ser capaz de responderle ni cuestionar sus palabras.

 

Podría haberme quedado en mi departamento aprovechando los días que Daniel consideradamente me ha dado libre en el trabajo. Pero me sentía tan sola, ahogada de recuerdo que no quiero, que preferí huir como rata a refugiarme a la casa materna.

 

Por otro lado, aunque el tema del secuestro ha sido resuelto internamente por ambas familias. Lo que considero injusto. Eso tampoco significa que vaya a aceptar su dinero. No estoy de ánimo de iniciar todo un tema judicial ni dinero para enfrentarme a los Santoro. Que ante la opinión pública todos descubran que la novia de entonces de Leonardo Almendarez fue secuestrada “supuestamente” por su rival y que algo pasó para que aquel decidiera romper tan pronto el compromiso. Estar de boca en boca, señalada por todos, no es lo que me siento capaz en este momento, de enfrentar.

 

Leonardo ni siquiera se ha aparecido ni me ha buscado. Ha cortado toda relación conmigo, tal como si entre nosotros nada pasó. Sí, no debería quejarme, tiendo a creer que lo que le dijo Giorgio fue algo relacionado a mis pocos sentimientos amorosos hacia Leonardo. Y eso en parte es mi culpa, si le hubiese dicho, aunque sea una vez que lo quería, que estaba con él porque me gustaba, tal vez hubiese sido distinto. Pero decir “te quiero” es tan difícil… una vez lo dije, mil veces lo dije, hasta confesé amar, pero aquel hombre retozaba en sabanas ajenas.

 

Si fuera cierto que un camión me hubiese atropellado, el conductor de ese vehículo hubiera sido Leonardo.

 

—Deja a la niña tranquila —dijo mi abuelita abrazándome con fuerzas.

 

Mi familia no sabe nada de esto. Mi padre hubiese puesto el grito en el cielo y hasta ido a la policía exigiendo justicia. Pero los Torres no podríamos superar el nivel económico y de poder que Giorgio Santoro usaría en nuestra contra.

 

—Si Martin estuviera aquí —suspiró mi madre.

 

La miré desconcertada. No solo le basta con verme tan abatida para seguir apuñalándome por la espalda nombrando al infame que me dejó abandonada en el altar.

 

—No nombres a ese miserable en esta casa —se quejó mi abuelo dejando incluso caer su diario contra la mesa—. Si llegó a verlo por aquí le daré una patada que lo mandará de vuelta al vientre de su madre.

 

Mi madre suspiró desganada. Noté la preocupación de su mirada, antes de ocultarla y darme la espalda.

 

—Bien, te voy a preparar una sopa, a ver si con eso te sientes mejor, debes ser más cuidadosa la próxima vez, ya no eres una niña —dijo antes de irse a la cocina.

 

Ella no es de muy piel ni muy cariñosa, pero sé que en el fondo igual se preocupa por mí. Por otro lado, sus palabras son debido a que les dije que he estado enferma y me dieron licencia por eso. Ellos no saben ni lo de Giorgio Santoro, ni de mi breve noviazgo con Leonardo Almendarez. Y prefiero que sea así. No sabría que decirles si se enteraran de todo eso.

 

Sin embargo, hay algo que sí debo hacer. No puedo seguir cerca de esas familias, no quiero seguir en mi puesto en la oficina para prepararme a futuro que Leonardo anuncie su compromiso con otra mujer y ver su vida avanzar frente a mis ojos, como un testigo silencioso.

 

Pensé que al perseguirlo en algún momento me iba a dar la oportunidad de hablar. Lo pensé antes de saber lo doloroso que iba a ser recibir cada rechazo. Me llevé la mano al pecho, si lo hubiese sabido hubiera tomado esta decisión antes. Tengo miedo de dar este paso, pero así no puede seguir. No soy tan valiente para cargar con otro rechazo.

 

 

Horas más tarde entré a la habitación de mi hermano menor. Me miró extrañado al verme y sin dejar de jugar con su celular, recostado en la cama.

 

Su cuarto luce tan desordenado como siempre, con los cuadernos apilados al lado del computador, lápices por doquier, dos latas de bebida en su velador, y la ropa y zapatos tirados en cualquier lugar en el suelo. Pero mi ánimo no es reprenderlo como hermana mayor.

 

Me acerqué sentándome en su cama y me miró curioso. 

 

—Deberías estar acostada, no vayas a sufrir una recaída —habló sin despegar su mirada de su teléfono.

 

—Necesito tu ayuda —le dije seriamente.

 

—¿Qué pasa? —me contempló preocupado enderezándose no acostumbrado a ese tono de voz.

 

Tragué saliva, si doy este paso no hay forma de echarme atrás.

 

—Ayúdame a redactar mi renuncia —respondí con amargura.

 

Pareció no entenderme, hace unos días le decía lo feliz que era en mi trabajo y ahora le pido que me ayude con esto. Se acercó pidiéndome una explicación, y ya ahogada con todo esto le conté todo.

 

 

***************O***************

 

 

Leonardo

 

Se me hace difícil contenerme y no correr a buscarla. No dejo de pensar en su llanto al verme alejar en el auto. Si eso fue lo mejor para ella ¿Por qué me siento como el verdugo que acaba de cortarle la cabeza?

 

Me siento inquieto. El teléfono suena y lo contesto de mala gana. Mi madre está aquí. Chasqueó la lengua. No estoy de ánimos para recibirla.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.