Novia desafortunada

No voy a rendirme

Rafaela

 

—Esto te hará bien —me dijo mi prima dejando un trozo de pastel en la mesa, frente a mis ojos.

 

Si me viera al espejo me daría cuenta lo ridícula que debo verme. Los ojos enrojecidos, los mocos colgando, y las mejillas rojas como tomates. Yo, la que prometí no llorar más por un hombre, aquí estoy llorando por uno que ni siquiera quiso escucharme ¿Esta tan dolido y molesto que no quiso darme ni siquiera la oportunidad? No sabía que Leonardo Almendarez fuera un hombre tan orgulloso.

 

Luego de renunciar me quedé un tiempo en la casa de mis padres, pero mi madre no dejó de presionarme en buscar citas. Por eso tomé la decisión de viajar al campo, a un pequeño pueblo cerca de las montañas, en donde vive mi única prima de la familia de mi mamá, necesitaba salir de la ciudad, alejarme de todos y todo. 

 

—No soy más que un estorbo —musité compadeciéndome a mí misma mientras me como el pastel como si no hubiera un mañana—, pero acepto mis culpas, no le dije que lo quería porque no me di cuenta de que lo quería hasta que lo perdí. Pero tenía tanto miedo de reconocerlo, de decirle lo que sentía, de sentirme débil y perderlo, y lo terminé perdiendo igual.

 

Aunque el principal culpable es Giorgio Santoro, sino hubiera metido carbón tal como amante celosa y cruel, esto no hubiera pasado.

 

¡Donde seas que estés Santoro te maldigo!

 

Alzó mi mano para de nuevo caer en la pesadumbre de mi desolada existencia. Debí haber nacido hombre, pero es tal mi suerte que de seguro aun así hubiera terminado igual enamorada o de una mujer orgullosa o de un hombre altanero. ¡No hay caso conmigo!

 

Me cubro el rostro con mi brazo dejándome caer en la mesa y llorando como si no llevase más de tres horas llorando.

 

—¿Vale la pena? —me dijo mi prima sonriendo condescendiente ofreciéndome ahora un té caliente.

 

—Yo creo que sí, mira esto cariño, esta es la foto de Leonardo Almendarez —dijo su marido pasándole una revista.

 

Ambos miraron la revista y luego a mí, para luego volver a mirar la revista.

 

—¿En serio perdiste a un hombre tan apuesto como este? —dijo mi prima con los ojos bien abiertos, incrédula—. Con razón lloras tanto, esta guapísimo.

 

Antes de que pudiera decir algo, su marido habló primero.

 

—Y mira la otra página, ese es Giorgio Santoro —agregó sorprendido.

 

A Samanta, mi prima, se le llegó a caer el teléfono de la mano. Abrió los ojos, bien grande.

 

—Prima ¿Estos dos hombres eran tuyos? —me preguntó poniéndose de pie y golpeando la mesa.

 

Me atoré con la cereza del pastel ante tamaña estupidez ¿Qué cree que soy yo? Míos no son… claro que no. Mi madre me mandaría a un convento si siquiera la escuchara decir eso. No podría tener una relación poliamorosa, menos con dos hombres que parecen odiarse desde que nacieron.

 

—Claro que no —le dije apenas pude dejar de ahogarme y tomarme un enorme vaso de agua—. Ese Giorgio Santoro es un abusivo, me besó a la fuerza, me metió la lengua hasta donde se le ocurrió…

 

Luego de pensarlo volví a llorar dejando caer mi cabeza en la mesa, porque ni Leonardo fue así de atrevido. Lo hubiese sido… suspiré. Mejor ni siquiera pensarlo.

 

Samanta se acercó y colocó mi mano en la cabeza, como si estuviera delirando ¿No cree acaso nada de lo que le conté? Arrugué el ceño y me seguí comiendo el pastel mientras su marido, Alfonso dejaba otro trozo para mí. Es lo bueno de tener un familiar con una pastelería a donde ir a llorar tus penas de amor.

 

—Entiendo prima, cualquiera estaría así de dolida de haber perdido a esos dos hombres —suspiró acariciándome la cabeza como un perro.

 

Le sostuve la mano.

—Pues Giorgio Santoro me vale una rebanaba berenjena —suspiré, solo me duele perder a Leonardo.

 

—Puedes quedarte el tiempo que quieras —me dijo Samanta sonriendo—. Imagino que no quieres estar sola en tu departamento y menos con tu mamá.

 

Sí, mi mamá no dejo de perseguirme si acaso lloraba por Martin diciéndome que vaya a buscarlo. ¿Cree que soy tan poca cosa para humillarme de esa forma? Refunfuñé. En cuanto a mi departamento lo entregué el día que renuncié, sin trabajo es muy difícil que pueda seguir pagando el arriendo.

 

—Sí, muchas gracias a ambos, desde mañana empezaré a buscar trabajo —dije de inmediato.

 

De repente Alfonso miró a Samanta tomándole ambas manos, sonriendo con una idea.

—Cariño ¿No necesitamos una asistente en la pastelería? Tal vez la paga no es mucho, pero podríamos ofrecérselo a Rafaela —le dijo y aquella sonrió de inmediato.

 

Los ojos de ambos brillan como dos luceros del alba y yo sonrío sin creer que por lo menos la suerte aun a veces sigue sonriéndome. Siento que abuso demasiado de su ayuda, pero al final aun no estoy de ánimos de salir a buscar trabajo por lo que agradezco la oportunidad.

 

No fue dificil tomar el ritmo de la pastelería, la gente de este pueblo es muy amable y educada, y eso facilita las cosas. Hasta el chico que trae los sacos de harina le gusta conversar conmigo y hablarme de su familia, según mi prima me ha echado el ojo. Pero yo no estoy de ánimos para ninguna relación. 

 

Mi nuevo telefono luce tan silencioso como desde hace meses, solo mi hermano, él único que conoce este número, me escribe contandome de mis padres y los abuelos. No les ha dado el telefono para que mi madre no vuelva a buscarme para presionarme con el tema de buscar pareja. 

 

Dicen que el corazón sana con el tiempo y aunque a veces despierto de buen ánimo creyendo que al fin ha sanado, en las noches no dejo de mirar mi telefono esperando una llamada imposible. Llevada por esta sensación dolorosa es que a los días llamé a Sofia dandole mi nuevo número, con la condición que no se lo diera a nadie más. Sé que Leonardo nunca me llamaría, pero sí el abogado de Giorgio Santoro para que acepte ese dinero que no quiero tocar. 




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