Leonardo
Volví a casa, desanimado. Es difícil abrir los ojos y darte cuenta de algo que por años no quise ver. Lánguidamente contempló la entrada de la casa luego de estacionar mi auto.
Rafaela no debe notar mi estado de ánimo sino se dará cuenta de que algo ha pasado y que no fui a la oficina como le dije antes de salir. Debo decirle la verdad, pero no en este momento donde aún me cuesta asimilarlo.
Entro a la casa y Rafaela me recibe con una sonrisa. Al parecer se ha levantado de la cama porque ya se encuentra vestida y peinada, además ha preparado el desayuno.
—Justo has llegado a desayunar —exclama animada.
Pero cuando mis ojos buscaron los suyos ella los evitó. Sigue sonriendo, pero eso es extraño. No es usual que rehúya de mi mirada.
—¿Ha pasado algo? —le pregunto mientras tomó asiento en el lugar que me ha indicado.
—No —responde— ¿Por qué lo preguntas?
Arrugo el ceño, es claro que me está mintiendo y no entiendo la razón ¿Se habrá dado cuenta de que le mentí al salir en la mañana? Suspiré. No quería meterla en los líos de mi familia.
—Si algo pasa sería bueno que me lo dijeras, así podría ayudarte —exclamé con seriedad.
En este momento me daba la espalda friendo unos huevos. No se giró. Pero si apagó la cocina.
—Pienso lo mismo —señaló y en eso se volteó a mí con expresión dolida.
No pude evitar sentirme culpable. Si pongo en orden las cosas yo fui el primero en mentir.
—Lo siento —mascullé—, no quería involucrarte en esto…
Guardé silencio bajando mi mirada hacia mis manos. No es fácil, reconocer que toda la vida no he sido más que un muñeco manejado por mis padres. Que aquel gerente que se mostraba tan seguro de sí, tan fuerte, tan claro en sus ideas, solo hacia lo que sus padres le ordenaban. Sentí la cálida mano de Rafaela en mi hombro. Me sonrió preocupada. Coloqué mi mano sobre la suya y le sonreí para tranquilizarla, no voy a perderla otra vez por culpa de mi falta de fuerzas.
—Mis padres han estado llamando desde hace días, pidiendo que vaya a verlos. No quise decírtelo para no preocuparte, ya se habían enterado de nuestro matrimonio por lo que se volvieron insistentes y me llenaron de llamadas y mensajes. Temí que se presentasen acá de forma abrupta y por eso mejor fui a verlos. Aun... creen que sigo siendo el de antes, que les dejaré decidir por mí y manejarme a su gusto.
—¿No se los vas a permitir? —me preguntó alzando ambas cejas.
Me confundió no verla tan sorprendida como lo esperaba, es como si ella ya lo hubiera sabido antes, pero ¿Cómo? No pude evitar arrugar el ceño preocupado de que algo haya pasado en mi ausencia.
—Claro que no, desde que me casé contigo no voy a permitir que ellos se metan a nuestro matrimonio —tensé mi rostro.
Y Rafaela sonrió aliviada. Antes de que pudiera preguntarle ¿Cómo lo sabía? Ella habló.
—Tu madre vino esta mañana a traerte un pastel apenas habías salido, entró a la casa sin anunciarse y apareció dentro de tu habitación —al escucharla abrí los ojos sin creer el atrevimiento de mi madre, si una vez cometí el error de darle copias de la llave para los casos de emergencia, pero luego de escuchar a Rafaela hoy mismo llamaré al cerrajero y le pediré que haga cambios de las llaves incluyendo no solo la casa sino también el portón principal—. Ella me contó que ibas a la casa familiar a hablar con tu padre... e incluso me insinuó que llegando devuelta vendrías con intenciones de seguir las ordenes de ellos...
La noté nerviosa y se sentó frente a mí. Coloqué mis manos sobre las suyas.
—No voy a permitir que me sigan manejando como una marioneta —agregué mirándola a los ojos, confiado en mi propia decisión.
No me importa si me desheredan o me quitan todo. Teniendo mis habilidades y mi libertad de alguna forma saldremos adelante. No temo empezar de abajo, tengo más miedo de volver a convertirme en ese hombre que permitía que sus padres lo decidieran todo y dejaba sus sentimientos de lado porque inconscientemente sabía que no tenía derecho a elegir nada. Lo aguante mientras soportaba perderlo todo por sus decisiones, incluso aunque me dolió la separación con Carolina, no se compara a como me sentiría si perdiera a Rafaela. A ella no les permitiré que le toquen un pelo.
—Confío en ti —musitó sonriendo con sinceridad—, si necesitas fuerzas permíteme ser parte de ella, no estás solo contra ellos.
Sus palabras me reconfortan.
Rafaela
Veo a Leonardo dormir en el sofá y lo cubro con una manta. Suspiro, preocupada. Acarició su cabello y luego siento que el calor se sube a mi rostro. Verlo dormir tan indefenso sumando lo apuesto que es, me pone nerviosa.
Sé que él puede enfrentarse a su familia, pero me apena ser la manzana de discordia de esa situación. Tampoco sé lo herida que estará al cortar lazos con ellos, sean como sean son sus padres, y aunque no merecen su cariño me duele pensar que él sufrirá más que ellos.
Abrió los ojos y me sonrió con suavidad, se nota cansado y pálido. Colocó mi mano en su frente y tiene algo de fiebre. No puedo evitar mirarlo preocupada.
—Estoy bien —señala de inmediato—, solo agotado, necesito dormir un poco, eso es todo.
—Ve a la cama, te llevaré el desayuno, siquiera come algo, dormir con el estomago vacio te puede hacer mal —exclamé preocupada.
Movió la cabeza en forma afirmativa colocándose de pie.
—Por ahora solo comeré un trozo del pastel, no quiero molestarte, dormiré un poco y estaré mucho mejor —señaló cansado.
—Voy a preparar el almuerzo, claro no soy tan buena como tú —le sonreí—, pero haré mi mejor intento.